Una serendipia es ...

Una serendipia es un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado. Así que espero que lo que aquí encuentres sea afortunado y útil para tu crecimiento, además que sea inesperado pues siempre se recibe todo gratamente cuando no tienes expectativas.

29 marzo 2013

Samaritano con propósito

Un hombre que había meditado mucho sobre lo que quería de la vida tras intentar muchas cosas, triunfando en unas y fracasando en otros, decidió finalmente lo que quería. Un día le llegó la oportunidad de experimentar exactamente el tipo de vida con la que había soñado. Pero, la oportunidad estaría disponible solo durante un breve período de tiempo. No esperaría, y no regresaría.

Ansioso por aprovechar esa senda abierta, el hombre comenzó la jornada. A cada paso, se movía más y más rápido. Cuando se acercó a la meta, su corazón latía más aprisa; y con cada visión de lo que había por delante, encontraba un renovado vigor.

En su marcha presurosa, llegó a un puente que pasaba en medio de un pueblo. El puente atravesaba un peligroso río y al empezar a cruzarlo notó que alguien venía en dirección opuesta. El desconocido parecía acercarse para saludarlo.

Cuando se acercó, el hombre pudo discernir que no se conocían, pero que se parecían asombrosamente. Hasta estaban vestidos del mis­mo modo. La única diferencia era que el desconocido tenía una cuerda enroscada varias veces alrededor de la cintura. De extenderla, la cuerda quizás alcanzaría un largo de unos nueve metros.

El desconocido comenzó a desenrollar la cuerda mientras caminaba. Justo cuando los dos hombres estaban a punto de encontrarse, el extranjero dijo: -«Perdóneme, ¿sería tan amable de sostenerme la punta de la cuerda?»

El hombre asintió sin pensarlo dos veces; se adelantó y la tomó.

-«Gracias», dijo el desconocido. Entonces añadió: -«Sosténgala con las dos manos ahora; y recuerde que debe mantenerla firme». En ese momento, saltó del puente.

El hombre que estaba sobre el puente abruptamente sintió un fuerte tirón de la cuerda, ahora extendida. Automáticamente la sujetó y casi se vio arrastrado por sobre el borde del puente.

-«¿Qué intenta hacer?», le gritó al desconocido que estaba abajo.

-«Solo sujétela firme», le respondió.

Esto es ridículo, pensó el hombre. Comenzó a intentar arrastrar al otro hacia encima del puente. Pero no le alcanzaban las fuerzas para volver a traerlo a lu­gar seguro. De nuevo gritó sobre el borde del puente. «¿Por qué hizo eso?»

-«Recuerde», dijo el otro, «si la suelta, estaré perdido».

-«¡Pero no puedo subirlo!», exclamó el hombre.

-«Usted es responsable por mí», le respondió el extraño.

-«Yo no pedí serlo», señaló el hombre.

-«Si la suelta, estoy perdido», repitió el desconocido.

El hombre miró a su alrededor en busca de ayuda. No se veía a nadie.
Comenzó a pensar en cuál era su cometido. Estaba aquí en pos de una oportu­nidad única, y había sido apartado de su propósito sin saber por cuánto tiempo.
Quizás pueda atar la cuerda a algún poste, pensó. Examinó cuidado­samente el puente, pero no había manera de librarse de esa carga recién adquirida. De manera que gritó de nuevo acercándose al borde del puente:

-«¿Qué es lo que quiere usted?»

-«Solo su ayuda», llegó la respuesta.

- «¿Cómo puedo ayudarlo? No puedo subirlo, y no hay lugar en el que atar la cuerda mientras encuentro a alguien que pueda ayudarlo».

-«Solo siga sujetándola», replicó el hombre que continuaba colgado. «Eso será suficiente».

Temiendo que sus brazos no resistieran mucho tiempo más, trató de atarse la cuerda a la cintura.

-«¿Por qué hace esto?», preguntó de nuevo. «¿No ve lo que está logrando?» -«¿Qué propósito podría usted tener en mente?»

-«Solo recuerde», dijo el otro, «que mi vida está en sus manos».

El hombre estaba perplejo. Razonó para sí: Si lo suelto, toda mi vida sabré que dejé morir a esta persona. Si me quedo, me arriesgo a per­der la oportunidad de la salvación tan largamente buscada. De cualquier forma esto me perseguirá siempre. El tiempo pasaba y aún no llegaba nadie. El hombre tuvo clara conciencia de que casi resultaba demasiado tarde como para reanudar su camino. Si no se iba inmediatamente, no llegaría a tiempo.

Por último, se le ocurrió un plan. «Escuche», le explicó al hombre que colgaba abajo: «Pienso que sé cómo salvarlo». Esbozó la idea. El desconocido podía trepar de regreso enredándose la cuerda de nuevo. Lazo tras lazo, la cuerda se haría más corta. Pero el hombre que colgaba no mostró interés en la idea.

-«No creo que pueda sujetar la cuerda por mucho tiempo más», advirtió el hombre que estaba sobre el puente.

-«Tiene que intentarlo», apeló el desconocido. «Si falla, yo muero».

De pronto al hombre sobre el puente le vino una nueva idea. Era algo diferente y aun extraña a su manera normal de pensar. «Quiero que escuche con cuidado», dijo, «porque estoy seguro de lo que voy a decirle».

El hombre que estaba colgado indicó que escuchaba.

-«No aceptaré la propuesta de elegir yo solo en cuanto a su vida; le hago una contrapropuesta: elija usted por su propia vida».

-«¿Qué quiere decir?», preguntó el otro, asustado.

-«Quiero decir, simplemente, que depende de usted. Usted decide de qué forma va a terminar esto. Yo me convertiré en el contrapeso. Usted va a tirar de la cuerda y a elevarse por sí mismo. Yo lo remolcaré un poco desde aquí».

Se desenrolló la cuerda de alrededor de la cintura y se preparó a servir de contrapeso. Estaba listo para ayudar tan pronto como el hom­bre que colgaba comenzara a actuar.

-«No me puede proponer lo que está diciendo», chilló el otro. «No va a ser tan egoísta. Es responsable por mí. ¿Qué podría ser tan importante que lo llevara a dejar morir a alguien? No me haga esto».

Tras una larga pausa, el hombre sobre el puente dijo lentamente: -«Acepto su decisión». Al pronunciar esas palabras, soltó sus manos y continuó su recorrido sobre el puente.


Esta fábula del Rabino Edwin Friedman me recuerda uno de los dilemas más comunes en nuestra vida diaria. Sea por generosidad, caridad o compasión cada uno ha tenido la oportunidad de levantar a alguien amigo, familiar o conocido a un alto costo personal solo para descubrir dolorosamente que volvían a caer intencionalmente en el ciclo de autodestrucción de una relación enfermiza, una adicción o disfunciones de todo tipo.

Esas son personas que saltan sin ningún propósito del puente atadas por lo general a otra que si trata de vivir conforme al propósito que al fin ha descubierto. El dilema estriba en que nos sentimos culpables si los dejamos ir, si dejamos de protegerlos o ampararlos a pesar de que no quieren cambiar, y mas bien se acostumbran a vivir parasitamente de usted u otros. Pero, si no los soltamos no podremos seguir nuestro llamado ni cumplir la misión para la que fuimos puestos en esta tierra. Mejor aún, ellos nunca tendrán alguna razón para cambiar y cruzar su propio puente.

Cuesta mucho tomar la decisión de cruzar el puente que te llevará a tu destino especialmente cuando vivimos atrapados por la codependencia y los patrones disfuncionales que heredamos de nuestras familias de origen. No se trata de ser insensibles sino más bien de aprender a establecer límites sanos como el Buen Samaritano. El se detuvo, puso atención, auxilio de acuerdo a sus medios a una persona herida y abandonada, cubrió sus gastos básicos y siguió su camino.

Cuando estamos emocional y espiritualmente enfermos, es fácil quedar atrapado por un destructivo sentido del deber hacia otros. En mi propia vida he descubierto que no puedo ayudar saludablemente a nadie si no estoy sano yo mismo. Es mejor formar pescadores que dar pescado permanentemente. Por eso necesito establecer límites saludables en mis relaciones y servicio a los demás. Debo ayudar a otros, pero no al precio de hundirme con ellos en las aguas destructivas de su indecisión.


Si no estableces límites terminarás esclavo de los que no tienen ninguno


2 comentarios:

  1. Un texto angustioso, pero necesario. Gracias! Un beso.

    http://frasesdedios.blogspot.com.es

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    1. Necesario y liberador!! Un fuerte Abrazo!! Y gracias por tus comentarios!! ;)

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