Por Germán Dehesa..1 de enero de 1991
La
culpa de todo la tiene mi amigo Toño que es más ocioso, metiche y
manolarga que Hussein, de Iraq. El fue el que se lo encontró tirado
agonizante en el camellón de Avenida Universidad a la altura de "El
Globo'' (para que luego no digan que no doy detalles precisos).
Ahí
estaba hecho bolita, tirado en el pasto y a punto de exhalar su último
aliento de colibrí. Ya es tiempo de aclarar que el héroe de esta
historia es un diminuto colibrí.
En la inmensa mano de Toño, la
damnificada avecilla apenas parece una motita de plumas de la que surge
una larga aguja negra. Con tal morfología, la respiración boca a boca,
no resultaba factible. Era obvio que el animalito se moría de frío y de
hambre.
Lo primero fue proporcionarle calor a través de emisiones
de vaho autóctono provisto por el propio Toño. La segunda medida que se
tomó para evitar la muerte del pajarillo fue ponerle un nombre.
Es
cosa sabida que los seres anónimos mueren con mayor facilidad que
aquellos que ya cuentan con esa especie de ancla existencial que es un
nombre.
Para mayor seguridad, el agonizante recibió nombre y
apellido, se llama: Winston Manjarrez. Si uno es colibrí y se llama
Winston Manjarrez prácticamente ya no se puede morir. El puro peso del
apellido lo mantiene a uno adosado a la realidad.
Me consta que a
partir de tan feliz bautizo, Winston Manjarrez ha ido mejorando día con
día en manos de la señora Toño López Viuda de Manjarrez, su dignísima
madre.
Winston, como buen colibrí, tiene absoluta debilidad por las
sustancias edulcoradas: agua con azúcar, jarabe de granadina, discursos
de Colosio, etcétera. Los consume con verdadera fruición y, gracias a
tan balanceada dieta, poco a poco ha ido recuperando sus fuerzas y, de
hecho, hace unos cuantos días se manifestó dispuesto a iniciar sus
prácticas de vuelo.
Las clases de aeronáutica, estabilidad, vuelo
rasante, en picada, barrilete y frenajes súbitos han sido la parte más
dramática de la educación del susodicho Winston Manjarrez.
Es una
bestia. Las primeras veces que fue colocado en un librero y gentilmente
empujado al vacío, cayó como costal de papas. Hubo que pasarle los
videoteips de la última visita papal para lograr reanimarlo.
En
posteriores intentos, Winston ha ido logrando algo parecido al vuelo.
Ustedes imagínense cómo volaría una avioneta construida en la plomería
""La Hormiga'' y así vuela el alumno Manjarrez Winston.
Ahorita
está quitadazo de la pena cómodamente instalado en el cable de los focos
del camerino "El Unicornio''. Desde ahí nos mira con evidente
desprecio, luego voltea a ver a su madre Toño con ostensible ternura y
yo, a mi vez, lo miro y de algún modo entiendo que, para nosotros no hay
mejor alegoría del Año Nuevo, de la esperanza renacida, que el bueno y
fino Winston Manjarrez. Salud!
¡Qué bonito! :-) Me recordó a la prosa de García Márquez. Un beso y gracias por compartir.
ResponderBorrar