La energía de un viaje normalmente es positiva, llena de expectativas sobre las cosas nuevas que nuestros ojos verán y nuestros sentidos descubrirán en un nuevo lugar, o un lugar aunque ya sea conocido pero no es cotidiano a nuestra vida. Eso hace que las cosas que arrastramos como el cansancio y los pesares no se tomen en cuenta porque todo nuestro cuerpo está alerta.
Sin embargo la mente y corazón no olvidan nuestros quereres, y aunque distantes los sentimos cercanos. Así me pasó, apenas 2 meses de habernos despedido de mamá, emprendí un viaje a un lugar que me causaba mucha ilusión, Japón, y aunque no lo crean, me fui llorando en el avión, sentimientos de nostalgia, alegría, y pesar todos se mezclaron en mi. Recordé que mamá me dijo cada ocasión que hablamos de este viaje, que era bueno que fuera para estar con Erwin, supongo en el fondo sabía que no estaría ya aquí. También el hecho de ir sin mi compañero de vida me daba algo de tristeza, pero las circunstancias no fueron propicias en este momento, aunque cada día nos seguimos viendo hasta dos veces en el día, siempre sus palabras son un bálsamo para mi.
En un viaje la adrenalina toma el control, organizamos, planeamos y logramos hacer lo que nuestro cuerpo nos permite. Hoy mis pasos son más lentos que antes, aunque he aprendido a administrar la energía, y disfruto mucho el camino, si me dices en Monterrey que hay que caminar 1 kilometro para llegar a tal o cual lugar, como que no me animo a ir, pero en Japón las jornadas eran mayores y sin broncas las emprendimos y cargando cosas, lo cual sube el nivel de complejidad. En cada lugar imaginaba a mis demás sobrinos sonriendo y acompañándonos también en estas aventuras, luego pensaba en mis nietos y me preguntaba a qué edad también nos acompañarán, Dios nos permita que hagamos algunos viajes juntos.
Es inevitable mover los pensamientos de el pasado, al futuro y luego permanecer en el presente. Yo creo que los viajes nos enseñan a vivir en el momento presente por eso nos gusta tanto viajar, tal vez si en nuestro lugar de origen aprendiéramos a estar en el momento presente, no necesitaríamos salir tanto, pero es difícil. Disfruté muchos momentos del viaje, pero uno en particular fue en el árbol de los Sakuras en Kyoto, me perdí en el momento, apareció el pajarito verde que después aprendí que se llama Meijiro, no sé cuanto tiempo estuvimos absortos en verlo volar en el árbol de rama en rama, pero lo disfrutamos muchísimo, ese fue un momento de atención plena, creo que por eso salieron bien las fotos también. Hubo otros 2 momentos de tener los árboles Sakuras solo para nosotros, en Nerima y en Yokohama, entiendo ahora por qué los japoneses tienen el tiempo del Hanami... donde se sientan debajo de los Sakuras a disfrutar la belleza de la floración.
Al final siempre es positivo el recuento, cada día es una bendición, y cada momento disfrutado y sobre todo que aprendimos mucho nuevamente de esta cultura tan respetuosa que es fácil identificar a los locales de los extranjeros, siempre se dirigen con porte y respeto.
Aún hay mucho que procesar, sigo con Jet Lag
Edith Reyna-Villarreal
No hay comentarios.:
Publicar un comentario