"Y entonces los dioses crearon cuatro árboles en los cuatro rumbos del mundo: el árbol del cacao, el árbol del maíz, el árbol del algodón y el árbol de la ceiba. Estos árboles eran sagrados y proporcionaban alimento y sustento a los hombres." Popol Vuh
En las antiguas civilizaciones mesoamericanas, el cacao no solo era un alimento; era un regalo divino. Según la leyenda, el dios Quetzalcóatl, conocido como el dios de la sabiduría y la vida, decidió compartir con los humanos un valioso presente: el árbol de cacao.
Quetzalcoatl robó el árbol sagrado del paraíso de los dioses y lo plantó en la tierra, enseñando a los hombres a cosecharlo y preparar una bebida sagrada que fortalecía el cuerpo y espíritu.

El cacao no era solo un alimento; representaba la fertilidad, la abundancia y la sabiduría. En este sentido, el cacao se convirtió en un símbolo de nobleza y privilegio, reservado para las clases altas y las ceremonias religiosas. En las cortes de las antiguas civilizaciones mayas y aztecas, el cacao era utilizado como moneda de cambio. ¡Literalmente, el dinero crecía en los árboles! Estos granos de cacao eran tan valiosos que se intercambiaban por bienes y servicios e incluso se utilizaba para pagar impuestos.
Con la llegada de los españoles, el cacao viajó a Europa, donde se transformó en lo que hoy conocemos como chocolate. Los conquistadores quedaron fascinados con la bebida amarga que los nobles aztecas consumían, y a su regreso a Europa, comenzaron a endulzarla, creando una nueva industria que conquistaría los palacios europeos.
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