Una serendipia es ...

Una serendipia es un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado. Así que espero que lo que aquí encuentres sea afortunado y útil para tu crecimiento, además que sea inesperado pues siempre se recibe todo gratamente cuando no tienes expectativas.

29 mayo 2015

Decalogo anti-amargura


1. No te quejes: La gente más fuerte no se queja nunca. Una cosa es intentar mejorar las cosas y otra lamentarse porque no tienes lo que deseas.

2. Prohibido terribilizar: la Terribilitis es la enfermedad del S.XXI, consiste en decirse a uno mismo, "Si me echan del trabajo será terrible, el fin del mundo"

3. Necesitas muy poco para ser feliz: San Francisco de Asís dijo, "Cada día necesito menos cosas y las pocas que necesito las necesito muy poco"

4. Cuida el diálogo interno: no nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede.

5. No exijas nada a nadie: una fuente de problemas es decirte a ti mismo que necesitas que todo el mundo te trate bien todo el tiempo.

6. Cuídate: ocúpate primero de ti mismo para hacer luego felices a los demás.

7. Utiliza el humor y el amor frente a la locura ajena: si tu pareja está de los nervios dale besos y hazle bromas pero no discutas en caliente.

8. Disfruta en el trabajo: hacemos demasiadas cosas por obligación cuando deberíamos básicamente disfrutar de la vida. Haz todo en clave de "pasarla bien".

9. Quiérete incondicionalmente: la mejor autoestima consiste en quererse a uno mismo.

10. Quiere incondicionalmente a los demás: cuando alguien hace algo malo es por desconocimiento o "locura". En el fondo, el niño que llevan dentro es maravilloso.

Rafael Santandreu

21 mayo 2015

Los cinco recordatorios

- Mi naturaleza es la de envejecer. No puedo huir de la vejez.

- Mi naturaleza es la de enfermar. No puedo huir de la enfermedad.

- Mi naturaleza es la de morir. No puedo huir de la muerte.

- La naturaleza de todas las cosas y personas es la del cambio. No hay manera de evitar separarme de ellas. Nada puedo conservar. Vine al mundo con las manos vacías y lo abandonaré del mismo modo.
 

- Mis acciones son las únicas y verdaderas pertenencias que tengo. No puedo huir de las consecuencias de mis acciones. Ellas son el suelo en el que me apoyo. 

Thich Nhat Hanh

20 mayo 2015

Las adicciones

Al parecer, los seres humanos podemos hacernos adictos prácticamente a cualquier cosa. Nos hacemos adictos a las drogas, a los cigarrillos, al alcohol, al juego, a los sedantes, a comprar, a Internet, y a los videojuegos, a los deportes extremos y peligrosos, a la comida… Nos hacemos adictos a las relaciones, a estar constantemente con gente, a seguir en contacto con ella a través del teléfono móvil las veinticuatro horas del día, a poner constantemente al tanto de nuestras vidas a todo el mundo en Facebook y en Twitter, a asegurarnos de que saben que existimos y que continuamos existiendo… Nos hacemos adictos a nuestras carreras profesionales, a trabajar un número disparatado de horas al día haciendo cosas con las que ni siquiera necesariamente disfrutamos. Y no siempre es porque necesitemos tanto dinero que no nos queda otro remedio que trabajar así; trabajamos debido a conceptos abstractos como el estatus, el prestigio, el deber, la seguridad…, cosas en las que supuestamente hemos de creer, ya que todo el mundo parece creer en ellas. ¿Nos hemos preguntado alguna vez si nosotros creemos en ellas y por qué?

Somos adictos a objetos materiales, a sustancias, a sistemas de creencias, a otras personas, pero en la raíz de todas estas adicciones está nuestra adicción principal: la adicción a nosotros mismos. Somos adictos al relato de “mí”. Somos adictos a mantener esa imagen de nosotros y a defenderla a muerte, a realizar trabajos constantes en esa imagen, a mejorarla, comparándola y contrastándola con otras imágenes; a crear la imagen perfecta, a completarla antes de morir y a asegurarnos de que los demás tengan esa imagen de nosotros incluso después de que hayamos muerto. En este sentido, todos somos adictos, nos guste o no, tengamos o no un diagnóstico clínico de adicción.

¿Es posible ir más allá de la idea de que la adicción es una enfermedad, dejar de lado todas nuestras nociones preconcebidas y examinar con una mirada nueva lo que de verdad sucede, al nivel más profundo? Quiero ir más allá de las explicaciones físicas, sociológicas y psicológicas, y ver lo que sucede, en el nivel más profundo de todos, cuando alguien se siente arrastrado una y otra vez, aparentemente sin poder controlarlo y muchas veces incluso contra su voluntad, a comportamientos, personas, lugares o sustancias que en última instancia no son buenos para él, que no le sanan, en el verdadero sentido de la palabra. ¿Qué busca en realidad esa persona?

A menudo, se entiende por adicción la incapacidad de dejar de hacer algo, que, en el caso más extremo, es el sentimiento de tener que hacer algo simplemente para poder funcionar, para poder seguir adelante, para poder disfrutar de un bienestar básico, a pesar de los efectos secundarios y las consecuencias.

Probablemente sea verdad que nadie se hace adicto a nada intencionadamente. Un cigarrillo, una copa o una droga pueden resultar, al principio, desagradables e incluso repugnantes. Muchos adictos cuentan que detestaron su primera experiencia con las drogas pero que querían simplemente experimentar, flirtear con el peligro, o encajar en el grupo o sentirse incluidos. Algunos, después de este primer experimento, empiezan a consumir la sustancia ( o a utilizar el objeto o a la persona, o a vivir la experiencia) con más regularidad. Y como su organismo se hace cada vez más tolerante a ella, necesitan una cantidad cada vez mayor para obtener el efecto deseado. En casos extremos, la necesidad de una droga puede hacerse devastadora y quitarle la vida a esa persona, destruir su carrera profesional, sus relaciones y su salud.

No creo que ni los psiquiatras, ni los psicólogos, ni los sociólogos, ni ninguna otra rama de investigadores hayan llegado realmente hasta el fondo de por qué algunas personas se hacen adictas y otras no. Hay muchas teorías sobre la adicción, pero no se sabe mucho de sus causas últimas. Por ejemplo, muchísima gente ingiere alcohol en este mundo, y sin embargo son pocas las personas que beben mucho, y todavía menos las que se hacen adictas al alcohol. ¿Por qué unas se hacen adictas y otras no? La literatura sugiere que hay factores de riesgo asociados a la adicción –tales como maltrato o la negligencia sufridos durante la infancia, enfermedades mentales, la pobreza, el estrés o la falta de estudios- y se dice que puede haber en ella un componente genético, que la adicción puede ser hereditaria, que hay personas que sencillamente tienen una predisposición a hacerse adictas a algo sin que puedan hacer mucho para remediarlo. Mucha gente considera que la adicción es una enfermedad o una disfunción cerebral, y hay quienes llegan a asegurar que es algo de lo que uno nunca se libra definitivamente, y que no queda más remedio que aprender a vivir con ella toda la vida. Una vez que uno se hace adicto, es adicto para siempre, afirman. En algunos casos, la adicción define realmente quién es alguien. Hay personas que se aferran con fuera a la imagen de adictas que tienen de sí mismas.

No quiero decir que nadie esté equivocado. Solo deseo que profundices más de lo que quizás hayas profundizado nunca.

Veamos, antes de seguir adelante, quiero dejar algo claro: no estoy sugiriendo que, si te consideras un adicto, dejes de hacer de inmediato todo lo que estés haciendo para sanarte de esa adicción. Únicamente quiero presentar una perspectiva de las cosas distinta, y no pretendo que esta perspectiva reemplace lo que estés haciendo ahora. No quiero animar a nadie a que deje de asistir a la clínica o al grupo de rehabilitación, la terapia o el programa de los doce pasos. Sigue haciendo lo que estés haciendo, si funciona; pero quizá el hecho de mirar desde otro punto de vista qué es lo que ocurre en lo más hondo te permita descubrir una libertad que el programa que sigues actualmente no te esté dando


Jeff Foster


12 mayo 2015

¿Por qué viajar nos hace felices?

A mi viajar me hace feliz, al principio no sabía porqué. Simplemente me sentía pleno, realizado y descaradamente contento cuando pisaba un lugar que no era mi hogar. Cuando viajo no me cuesta levantarme temprano, no importa que se cansen mis pies o si salgo despeinado en las fotos. Mi sonrisa lo dice todo. Para mí viajar es lo máximo.

Un día me pregunté porqué viajar me hacía sentir así y la verdad es que a mí eso de la introspección se me da casi casi como la cantada. Así que reflexioné algunos días (unos 1,500 para ser más exactos) y llegué a esta conclusión.

Viajar nos hace felices por varias razones, pero principalmente porque en la mayoría de los casos (no en todos, hay que aceptar que aún viajando hay gente bastante gruñona) nos hace estar aquí y ahora. Cuando estamos en una ciudad lejana que ansiábamos visitar, sabemos de antemano que no estaremos allí para siempre, que tenemos los días contados y hay que aprovecharlos. Eso nos hace disfrutar mucho más que cuando damos por sentado las cosas (por ejemplo en nuestra rutina diaria). Estamos más vivos, más presentes.

Cuando visité por primera vez el Taj Mahal en el 2004 me despedí de él. No sabía si la vida me regalaría la oportunidad de volverlo a ver así que quería guardar cada segundo de ese momento en mi recuerdo, atesorarlo, vivirlo, palparlo, sentirlo y respirarlo para que se volviera parte de mí, como un regalo invaluable de la vida. El año pasado lo visité de nuevo y fue aún más mágico. Agradecí y me despedí por segunda ocasión con lágrimas en los ojos. Se me enchina la piel de tan sólo recordarlo.

Los viajeros observan la Torre Eiffel maravillados mientras los parisinos apenas si voltean a verla. Hay tantas cosas que damos por sentado que viajar nos reconcilia con la belleza de nuestro planeta y con la belleza de la emoción humana. Nos recuerda que somos capaces de crear, de destruir y de disfrutar.

Viajar también nos pone a prueba y como si se tratara de un videojuego salimos avantes mundo a mundo haciéndonos sentir orgullosos de nosotros mismos, productivos, cultos, viajados! Ese sentimiento de satisfacción nos llena de plenitud y felicidad. Nos hemos superado.

Viajar nos acerca a lo lejano, nos pone de protagonistas de una película que hemos imaginado muchas veces pero que nada es como en el guión. No hay viaje sin el factor sorpresa, sin miedo, sin reto, sin escape, sin recompensa.

Cuando visité China por primera vez tuve la sensación de que no hay sueño imposible. Salí del metro de Shanghai proveniente del aeropuerto en la estación ubicada en el centro de la famosa calle Nanjing Road. Apenas 22 horas antes estaba en mi cama en el desierto de los leones de la Ciudad de México y ahora me encontraba rodeado de cientos de letreros de neón en letras chinas sin entender nada en el medio de Shanghai. Una ligera lluvia bañaba mi rostro y no pude evitar reír, reír fuerte! como si me acabaran de contar el mejor chiste del mundo, reí a carcajadas en el medio de la calle con cientos de extraños a mi alrededor, no me importó, estaba en China! Si yo ahora estaba en ese país tan lejano quería decir que no hay imposibles, que todas las barreras están en nuestra cabeza. Sentí lástima por aquellos que nunca han cumplido uno sólo de sus sueños porque me di cuenta que el primero es el más difícil, pero una vez cumples uno, te das cuenta que todo es posible y decides ir por el siguiente.

Viajar nos taladra las ideas, las rompe, las expande. Nos enfrenta con nuestros prejuicios y nos confronta. Siento que con cada viaje es como cuando mi computadora se actualiza, con cada aventura soy una mejor versión de mí mismo. Alan.10.0.3.

Viajar ha sido mi mejor terapia, mi mayor cachetada de humildad y el alimento más nutritivo para mi espíritu. Me hace ver mi vida y la de los demás de manera periférica, con otra visión, desde fuera, desde las alturas, desde el amor. Desde ese lugar donde nada es tan importante y lo único que cuenta es lo que tenemos ahora.

Somos felices cuando viajamos porque estamos presentes, porque queremos recordar, estar, sentir, vivir. Porque sabemos cuando viajamos que ese instante se desvanecerá y quedará sólo en el recuerdo, en una foto. Porque nos hace sentir mortales y es entonces cuando disfrutamos al máximo estar vivos. Todo viaje tiene un final, como la vida misma. No nos queda más remedio que disfrutarlo.


Alan Estrada
Tomado de: http://www.alanxelmundo.com/2014/03/24/porque-viajar-nos-hace-felices



08 mayo 2015

Cuando no eres esa mujer de la que la gente se enamora

Me tomó bastante tiempo darme cuenta de la razón. Y era bastante simple, casi para reírse.

Me han repetido una y otra vez que el amor verdadero debería de ser mi prioridad número uno en la vida. Me he visto condicionada a aceptar y creer que debo experimentar este amor, pero que todavía no estoy lista para ello. Todo con la esperanza de que llegue alguien que me diga las palabras mágicas.

Nunca he experimentado lo que se siente cuando una persona te confiesa su amor eterno. No es que nunca me haya enamorado. Es más, me he enamoré hasta la última fibra de mi ser. Pero nunca nadie se ha enamorado de mí. Nunca me ha pasado que alguien haya hecho algo tan romántico para mí, que haga que tiemble.

Me tomó bastante tiempo darme cuenta de la razón. Tal y como explica Harnidh Kaur, la razón por la que esto sucede es bastante simple, casi para reírse: Nadie se ha enamorado de mí porque no soy el tipo de mujer de la que te enamoras.

Soy complicada. No puedes simplemente tomar mi amor y empaparte de él. No, también tú tendrás que ceder, y eso te costará. Puede que decidas marcharte de mi lado porque encontraste a una chica que te satisface en vez de una mujer que te haga pensar.
No soy esa mujer a la que tienes que proteger, porque no soy tan frágil como para romperme. Estoy endurecida. Tengo cicatrices de batalla que quizás se parezcan a las tuyas. Y no me averguenzo de ellas. Son mías y son parte de mi historia.

Sí, probablemente sea esa mujer que respetas, o esa mujer a la que admiras. O la mujer que te gustaría encontrar en casa cuando llegues del trabajo. La mujer que buscas cuando necesitas fuerza y apoyo, pero no soy la mujer de la que te enamoras. No soy la chica con la que quieres pasar horas simplemente mirándola. Esa chica que es tan delicada, que te dan ganas de pelear contra el mundo por ella. No. Soy fuerte, tozuda y peleona. No voy caminar detrás de ti, voy a caminar contigo. Voy a empujarte tanto -o más- de lo que me empujo a mí misma.

No soy la mujer de la que te enamoras, soy esa mujer a la que aprendes a amar. Y me siento bien con eso, porque sé que, el día que alguien me diga que está enamorado de mí, será real. Será un amor por el que valga la pena luchar.

Y eso es lo que todos merecemos.

Candela Duato


01 mayo 2015

Fantasmas del corazón

Nada ni nadie puede ser borrado del corazón. Porque una vez que fuiste tocado por alguien y lo tocaste a cambio, una vez que lo abrazaste tiernamente entre tus brazos y él te abrazó a cambio, y lo reconociste como tú mismo, y lo dejaste entrar, queda un recuerdo indeleble en el corazón; sin importar lo mucho que intentes olvidarlo, sin importar lo mucho que trates de alejarlo. Porque el corazón no conoce de tiempo, ni ausencia, ni separación, ni errores, y somos siempre inseparables de todo lo que hemos experimentado o de lo que hemos huido. Estamos hechizados por el pasado hasta que lo enfrentamos, somos perseguidos por todo aquello que hemos evitado.

El corazón cerrado, que en un principio aparenta ofrecer cierta protección, pronto se siente como una prisión, y hay un dolor más grande que ese dolor: el dolor de huir de nuestro dolor, separándonos de nosotros mismos para ir en busca de algún ideal de 'amor' de segunda mano. No puede haber dos. Sólo hay Uno.

El amor no puede ser dividido, sin embargo corremos hasta que las piernas nos arden de dolor. Y por fin, caemos de rodillas, exhaustos. Y después, quizás, nuestros corazones se abren. Y no podemos cambiar el pasado, no podemos borrar lo que ocurrió, pero sí podemos enamorarnos del presente, de donde estamos, con la clase de amor que siempre buscamos en el tiempo.

Cae en mí, susurra. Deja ir todo.

Y los tristes fantasmas corriendo hacia ti sólo querían ser admitidos en el resplandor de tu presencia. Su viaje encuentra el fin, y mueren una dulce muerte en tus brazos, disolviéndose en luz.

Eres perdonado, en la presencia, y no había nada que perdonar.


Jeff Foster