Una inundación arrasa todo en São João de Meriti.
Y allí, en el tejado de una casa sumergida, un caballo queda atrapado.
Solo. Durante cuatro días.
Sin comida.
Sin agua.
Sin un alma a la vista.
Lo llamaron Caramelo.
La imagen dio la vuelta al mundo:
un animal empapado y temblando,
pero de pie,
como si su alma se negara a caer.
No relinchaba pidiendo ayuda.
No intentaba huir.
Él... se aferraba.
Y cuando lo rescataron, millones de personas lo sintieron como suyo. Porque Caramelo no era solo un caballo rescatado...
Era un reflejo de lo que muchos de nosotros hemos vivido en nuestro interior.
Porque la lección no es que lo hayamos salvado. La verdadera lección es que no se derrumbó mientras el mundo se derrumbaba a su alrededor.
Eso es resiliencia.
No es quedarse ahí parado, esperando un milagro.
No es endurecerse por fuera.
Es resistir sin apagar la luz.
Es estar solo... y, sin embargo, no perder la dignidad.
Es creer que mereces vivir,
incluso cuando nadie parezca darse cuenta.
Enséñales esto a tus hijos.
No con discursos.
Sino con historias reales.
Historias como la de Caramelo...
que no gritó.
Que no huyó.
Que no se ha rendido.
Porque a veces la vida te deja en un tejado, solo, temblando...
sin saber si alguien vendrá por ti.
Pero si logras mantenerte en pie,
eso ya es un acto de valentía.
Resistir no es esperar ayuda.
Es no dejar que la tormenta te apague por dentro.
Y allí, en el tejado de una casa sumergida, un caballo queda atrapado.
Solo. Durante cuatro días.
Sin comida.
Sin agua.
Sin un alma a la vista.
Lo llamaron Caramelo.
La imagen dio la vuelta al mundo:
un animal empapado y temblando,
pero de pie,
como si su alma se negara a caer.
No relinchaba pidiendo ayuda.
No intentaba huir.
Él... se aferraba.
Y cuando lo rescataron, millones de personas lo sintieron como suyo. Porque Caramelo no era solo un caballo rescatado...
Era un reflejo de lo que muchos de nosotros hemos vivido en nuestro interior.
Porque la lección no es que lo hayamos salvado. La verdadera lección es que no se derrumbó mientras el mundo se derrumbaba a su alrededor.
Eso es resiliencia.
No es quedarse ahí parado, esperando un milagro.
No es endurecerse por fuera.
Es resistir sin apagar la luz.
Es estar solo... y, sin embargo, no perder la dignidad.
Es creer que mereces vivir,
incluso cuando nadie parezca darse cuenta.
Enséñales esto a tus hijos.
No con discursos.
Sino con historias reales.
Historias como la de Caramelo...
que no gritó.
Que no huyó.
Que no se ha rendido.
Porque a veces la vida te deja en un tejado, solo, temblando...
sin saber si alguien vendrá por ti.
Pero si logras mantenerte en pie,
eso ya es un acto de valentía.
Resistir no es esperar ayuda.
Es no dejar que la tormenta te apague por dentro.

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