En 1990, un músico que igual y ni te tocó (Enrique Urquijo) andaba sin inspiración...
y se fue a ver Joaquín Sabina en busca de ayuda.
Y Sabina, que siempre cumple un pacto, cuando es entre caballeros, le pasó una letra a medias.
Con ella, Urquijo escribió una canción.
Y Sabina, otra.
Y aquí empieza lo loco.
Porque las dos canciones arrancan igual, pero terminan opuestas.
Las dos hablan de un músico que, después de tocar, conoce a una mujer.
Y ahí se abren dos caminos.
La de Urquijo cuenta que, tras el concierto, se emborrachó tanto que ni se acuerda qué pasó.
Es una historia triste, de fracaso.
La de Sabina es todo lo contrario.
Cuenta que la noche salió bien. Que se fue con la chava. Y que les dieron las diez. Y las ooonce. Y las doce y la una...
Pero eso todavía no es lo más loco.
Lo que me voló la cabeza es cómo sus vidas terminaron reflejando esas canciones.
Urquijo murió, poco después, de sobredosis.
Y Sabina... bueno, Sabina todavía sigue de fiesta.
Te lo cuento porque cada vez tengo más claro que la historia que te cuentas es la que terminas viviendo.
Que lo que crees adentro, es lo que terminas viendo afuera.
Pero no es magia, es coherencia.
No tengo pruebas, pero tampoco las necesito, porque lo he vivido.
Y tú tal vez también.
La buena noticia es que esa narrativa la puedes cambiar.
Sin borrar tu pasado, conectándote con el futuro que quieres.
Y cuando eso pasa, tu presente no tiene de otra que ir por él.
Para elegir la segunda parte de tu canción...
Julian







