Una serendipia es ...

Una serendipia es un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado. Así que espero que lo que aquí encuentres sea afortunado y útil para tu crecimiento, además que sea inesperado pues siempre se recibe todo gratamente cuando no tienes expectativas.

24 julio 2025

Comencé a vivir a los 58 años

Hasta los 58 años, nunca pensé que la vida pudiera ser diferente — sin una rutina fija de casa, compras, lavadoras, comidas por preparar y silencios que soportar.

Desde niña me enseñaron que lo importante para una mujer es establecerse bien, casarse, tener hijos y mantener unida a la familia.

No contradecir, no discutir, no quejarse.

Y si sueñas — hazlo en silencio, porque soñar no sirve de nada.

Me casé joven, tuve dos hijos.

Era madre, esposa, ama de casa. Lavaba, planchaba, cocinaba, corría todo el día.

Mi esposo trabajaba. Volvía a casa cansado, comía en silencio, se sentaba frente al televisor. Luego comenzaba a criticar: que era aburrida, que me había dejado estar, que ya no tenía nada que decir.

Decía que con mujeres como yo no se vive: se sobrevive.

¿Y yo? Yo callaba.

Porque “la familia es sagrada”.

Porque “hay que tener paciencia”.

Porque mi madre me repetía: “Ten paciencia. Eres esposa, eres madre”.

Y yo tenía paciencia.

Esperaba el día en que los hijos crecieran, fueran independientes, y entonces — quizás — comenzaría mi vida.

Luego, un día, él se fue.

Sin escenas, sin explicaciones.

Se levantó, preparó una maleta y no volvió más.

Me quedé sola.

Y, curiosamente, lo primero que sentí no fue dolor. Fue silencio.

Un silencio real. Profundo.

Un silencio en el que, por primera vez, me escuché a mí misma.

Al principio estaba perdida.

Ya no sabía quién era.

No recordaba qué me gustaba, qué deseaba realmente.

Caminaba por la casa como si fuera una huésped.

Me preguntaba cuándo fue la última vez que me reí de verdad.

O la última vez que me desperté sin tener que correr a la cocina a preparar el café para todos.

Un día me desperté — y no hice la cama.

Me preparé un café solo para mí y me senté en el balcón.

Observé la luz que entraba lentamente entre las cortinas.

Era algo diminuto… pero lo vi con asombro.

Era solo mío.

Desde ahí, algo cambió.

Me inscribí en un curso de inglés. Porque sí. No por trabajo, no por "ser útil".

Aprendí a usar el smartphone para comprar un billete de tren.

Me fui. Sola. Por primera vez en mi vida.

Luego fui aún más lejos.

Vi el mar en invierno. El mar real. No el de las fotos.

Tenía un olor salado, punzante… sabía a libertad.

Me quité los zapatos, me senté en la arena húmeda y pensé:

"¿Por qué esperé tanto?"

Una vecina me dijo:

"¿Estás loca? ¿Viajar sola a casi sesenta años?"

Sonreí.

Porque quizás, finalmente, ya no estaba perdida. Me había encontrado.

Ahora vivo sola.

No porque nadie me quiera.

Sino porque, por primera vez, me quiero yo.

No tengo horarios.

Pero tengo ganas.

Ya no paso los días en la cocina.

Ahora paso horas en museos, en trenes regionales, en librerías, bajo una manta con una novela que había dejado en la mesita de noche durante años, porque “nunca había tiempo”.

A veces me miro al espejo. Las arrugas están, claro.

Pero los ojos son diferentes.

Hay una nueva luz en ellos.

Porque a los 58 años dejé de sobrevivir. Y comencé a vivir de verdad.



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