Allá por los
noventas, Pedro era oficial naval junior en un buque australiano. Parte
de su entrenamiento demandaba la evaluación de sus habilidades de navegación
para ser certificado. Una noche estaba a cargo de la cabina de mando
durante un recorrido a alta velocidad por la Gran Barrera de Arrecifes
de Queensland, Australia.
Esta es un área
muy peligrosa porque si usted pierde el rumbo por unos cuantos minutos, es
decir el ángulo con el norte del punto donde nos encontramos a otro al que
queremos ir o que nos servirá de referencia, su barco puede encallar en un
arrecife.
Pedro perdió
el rumbo en su compás y aunque brevemente, pudo
restablecer su posición se dio cuenta de que tenía que actuar.
Por lo tanto, ordenó que el barco se detuviera por completo y que
llamaran al capitán que estaba durmiendo en su camarote.
El capitán
subió al puente, dio instrucciones a Pedro sobre cómo ponerse en curso
nuevamente y se fue de vuelta a dormir. Cuando termino su turno, Pedro
reflexionó sobre lo que había ocurrido. Él sabía que este fracaso podría
atrasar su certificación como oficial naval al menos de seis a doce meses.
Al día siguiente, el capitán lo llamó a su cabina. Para sorpresa de
Pedro, el capitán le entregó su certificación como aprobado.
Pedro le dijo “Pero yo fracasé.”
El capitán replicó “Usted hizo exactamente lo correcto. Usted reconoció que había perdido el rumbo en su compás, detuvo el barco y me llamó. Lo único que me permite dormir por la noche es saber que mis oficiales toman buenas decisiones. No puedo dormir si ellos piensan que son perfectos y que nunca cometerán un error”.
En nuestra cultura competitiva, las certificaciones tienen mucho peso especialmente cuando queremos avanzar en nuestra carrera u oficio. Un currículo impresiona a menudo por la cantidad de certificaciones y experiencia que nos califica para la posición a la que aspiramos. Lo sé porque por mucho tiempo di mucha importancia a mis títulos académicos, certificaciones, y experiencia profesional. Me sentía orgulloso de mis logros y de haber alcanzado mis metas. Pero francamente, lo que aprendí en la academia me sirvió de poco para la vida. De hecho aprendí más de mis errores que de mis aciertos.
El éxito no consiste en lo que habla el mundo de mis logros, currículo, publicaciones, o cartas de recomendación laboral. Tengo currículo pero eso es completamente superficial de cara a lo que realmente he necesitado aprender en la vida real. Cuando estudiamos a fondo la vida de quienes consideramos exitosos en la ciencia, las artes o los negocios descubrimos consistentemente cuántos fracasos precedieron su éxito. Einstein, Edison, Buffet, Jobs, Penney, Cezanne, Lincoln solo para mencionar algunos "famosos" lucharon con grandes desventajas y cometieron muchos errores y fracasaron muchas veces antes de alcanzar sus sueños.
La cultura presenta el éxito como si se forjara a punta de atajos y suerte. El verdadero éxito requiere humildad para aprender de nuestros fracasos para que se conviertan en oportunidades para madurar emocional, intelectual y espiritualmente. Cuando nos creemos dioses, nuestro orgullo nos impedirá crecer y madurar.
Jesús modeló esto de manera vívida a través de sus enseñanzas y su propia vida. Exento de orgullo aunque pudo haberse jactado de ser hijo de Dios prefirió humillarse y aprendió obediencia. Sus prioridades fueron primero cultivar relaciones y luego su misión, no obstante paso dos terceras partes de su tiempo de ministerio desarrollando a un grupo pequeño de seguidores, y solo una tercera parte cumpliendo sus tareas como predicador, profeta y sanador.
Si aprendemos a conocernos, a ser auténticos, a vivir con propósito, con claras prioridades cada error que cometamos, cada fracaso que experimentemos será una ventaja para madurar y tener éxito a la manera de Dios.
Proverbios 18:12 (NVI)
"Al fracaso lo precede la soberbia humana; a los honores los precede la humildad."
En nuestro entorno diario hemos pervertido el significado del fracaso. Nos avergüenza haber tenido fracasos y procuramos ocultar toda evidencia de ellos fabricando una nueva máscara sobre nuestras inseguridades y temores. Si no cometemos errores, si no fracasamos nunca aprenderemos. Debemos verlos como oportunidades no amenazas. Debemos aceptar con humildad que somos imperfectos, que no somos dioses, sino seres humanos perfectibles con un Dios que nos ama a pesar de sentirnos inadecuados e incompetentes. Siempre hay nuevo comienzo cuando nos rendimos a Dios y aprendemos a levantarnos con El de cada caída que inevitablemente experimentaremos.
Pedro le dijo “Pero yo fracasé.”
El capitán replicó “Usted hizo exactamente lo correcto. Usted reconoció que había perdido el rumbo en su compás, detuvo el barco y me llamó. Lo único que me permite dormir por la noche es saber que mis oficiales toman buenas decisiones. No puedo dormir si ellos piensan que son perfectos y que nunca cometerán un error”.
En nuestra cultura competitiva, las certificaciones tienen mucho peso especialmente cuando queremos avanzar en nuestra carrera u oficio. Un currículo impresiona a menudo por la cantidad de certificaciones y experiencia que nos califica para la posición a la que aspiramos. Lo sé porque por mucho tiempo di mucha importancia a mis títulos académicos, certificaciones, y experiencia profesional. Me sentía orgulloso de mis logros y de haber alcanzado mis metas. Pero francamente, lo que aprendí en la academia me sirvió de poco para la vida. De hecho aprendí más de mis errores que de mis aciertos.
El éxito no consiste en lo que habla el mundo de mis logros, currículo, publicaciones, o cartas de recomendación laboral. Tengo currículo pero eso es completamente superficial de cara a lo que realmente he necesitado aprender en la vida real. Cuando estudiamos a fondo la vida de quienes consideramos exitosos en la ciencia, las artes o los negocios descubrimos consistentemente cuántos fracasos precedieron su éxito. Einstein, Edison, Buffet, Jobs, Penney, Cezanne, Lincoln solo para mencionar algunos "famosos" lucharon con grandes desventajas y cometieron muchos errores y fracasaron muchas veces antes de alcanzar sus sueños.
La cultura presenta el éxito como si se forjara a punta de atajos y suerte. El verdadero éxito requiere humildad para aprender de nuestros fracasos para que se conviertan en oportunidades para madurar emocional, intelectual y espiritualmente. Cuando nos creemos dioses, nuestro orgullo nos impedirá crecer y madurar.
Jesús modeló esto de manera vívida a través de sus enseñanzas y su propia vida. Exento de orgullo aunque pudo haberse jactado de ser hijo de Dios prefirió humillarse y aprendió obediencia. Sus prioridades fueron primero cultivar relaciones y luego su misión, no obstante paso dos terceras partes de su tiempo de ministerio desarrollando a un grupo pequeño de seguidores, y solo una tercera parte cumpliendo sus tareas como predicador, profeta y sanador.
Si aprendemos a conocernos, a ser auténticos, a vivir con propósito, con claras prioridades cada error que cometamos, cada fracaso que experimentemos será una ventaja para madurar y tener éxito a la manera de Dios.
Proverbios 18:12 (NVI)
"Al fracaso lo precede la soberbia humana; a los honores los precede la humildad."
En nuestro entorno diario hemos pervertido el significado del fracaso. Nos avergüenza haber tenido fracasos y procuramos ocultar toda evidencia de ellos fabricando una nueva máscara sobre nuestras inseguridades y temores. Si no cometemos errores, si no fracasamos nunca aprenderemos. Debemos verlos como oportunidades no amenazas. Debemos aceptar con humildad que somos imperfectos, que no somos dioses, sino seres humanos perfectibles con un Dios que nos ama a pesar de sentirnos inadecuados e incompetentes. Siempre hay nuevo comienzo cuando nos rendimos a Dios y aprendemos a levantarnos con El de cada caída que inevitablemente experimentaremos.