Es imposible saber cuándo todo volverá a la normalidad, o si alguna vez lo hará en el lugar de trabajo. A medida que se establecieron las restricciones pandémicas, muchas personas se encontraron trabajando desde casa. Algunos encontraron que el «trabajo desde el hogar» era un cambio atractivo: podían pasar más tiempo con la familia.
Sin embargo, una de las víctimas de esta «nueva normalidad» ha sido la disminución de las interacciones directas de persona a persona. Las innovaciones tecnológicas, como Zoom y muchas más, han ayudado a llenar el vacío de comunicación, pero no hay sustituto para la comunicación espontánea cara a cara, ojo a ojo, que nos permite pasar por el lugar de trabajo de un colega para comparar notas sobre un proyecto, o simplemente para intercambiar bromas.
A veces, eso solo implica encontrarse con alguien y decir: «¡Hola!, ¿cómo estás?», intercambiando sonrisas y continuando hacia donde nos dirigimos. Ese es un intercambio cordial y habitual, pero con demasiada frecuencia es superficial, sin tener la intención real de intercambiar información. Quizás es por esa razón que la escritora y activista Maya Angelou, ya fallecida, escribió: «Cuando la gente te pregunte, '¿Cómo estás?', ten el descaro de responder con sinceridad».
Piénsalo, cuando la gente dice: «Hola, ¿cómo estás?» ¿Con qué frecuencia te esfuerzas por responder, diciendo honestamente cómo te encuentras? O invirtiendo los roles, ¿cómo reaccionarías si saludas a alguien y comenzara a contarte sobre sus luchas, dolores o frustraciones?
Podríamos ofrecer una excusa: «Bueno, solo estoy siendo educado, cuando digo: «Hola», pero realmente no quiero saber cómo le va a alguien». Yo mismo soy culpable de eso, recordando vívidamente un momento en que asistí a una conferencia. Al encontrarme con un amigo que no había visto en mucho tiempo, dije: «¡Hola, Pete!, ¿cómo estás?». Pero me quedé atónito cuando Pete comenzó a responder a mi pregunta. Otras veces ha habido ocasiones en las que la gente me ha preguntado lo mismo, pero su lenguaje corporal me decía que en realidad no querían saber cómo estaba.
Una canción que he escuchado muchas veces aborda este tema. La letra dice: «A decir verdad, la verdad rara vez se dice». Ponemos sonrisas que enmascaran la tristeza o el miedo o el dolor con el que podríamos estar lidiando. Respondemos: «Estoy bien», incluso cuando no lo estamos. Por supuesto, no siempre podemos tomarnos el tiempo para escuchar los problemas de alguien o compartir los nuestros, pero ¿no deberíamos hacer más para reconocer el lado humano del trabajo, más allá de los plazos, los objetivos y las consideraciones de resultados?
Este es un tema recurrente en la Biblia, que subraya la importancia de ofrecer compasión unos a otros en esta lucha diaria que llamamos vida cotidiana. Por ejemplo, el apóstol Pablo expresó: «Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros» [2 Corintios 1:3-4 NTV]. Quizás una de las razones de las adversidades que enfrentamos es que podamos sentir empatía por otros que pasan por desafíos similares.
Otro pasaje ofrece esta exhortación: «Tratemos de ayudarnos unos a otros, y de amarnos y hacer lo bueno. No dejemos de reunirnos, como hacen algunos. Al contrario, animémonos cada vez más a seguir confiando en Dios…» [Hebreos 10:24-25 TLA].
Cuando reanudemos completamente la rutina, tal vez deberíamos esforzarnos un poco más para responder con sinceridad cuando alguien nos pregunte: «¿Cómo estás?».
Robert J. Tamasy