El 28 de mayo de 1934, en un humilde hogar sin calefacción ni electricidad, en un pueblo remoto de Ontario, nacieron cinco hermanas idénticas.
Fue un suceso tan improbable que parecía irreal: las únicas quintillizas genéticamente idénticas en la historia que lograron sobrevivir. Su madre, Elzire Dionne, ya tenía cinco hijos cuando el parto la sorprendió con cinco niñas más: Annette, Émilie, Yvonne, Cécile y Marie.
Dicen que al escuchar el número final, gritó entre lágrimas: "¿Qué voy a hacer con todos estos bebés?" Pesaban, entre todas, apenas 6 kilos. La más pequeña, solo 450 gramos. Estaban frágiles, con dificultades respiratorias, y sin incubadoras ni tecnología médica, su supervivencia parecía imposible.
Pero un médico rural, Allan Roy Dafoe, transformó la tragedia en un acto de ingenio y humanidad. Las cuidó con esmero, calentándolas con botellas de agua y un horno de leña, masajeándolas con aceite de oliva, y alimentándolas con una mezcla de leche de vaca, agua esterilizada, jarabe de maíz y unas gotas de ron para estimularlas. Milagrosamente, las cinco sobrevivieron.
Lo que siguió no fue menos insólito: se convirtieron en un fenómeno mundial. Fueron exhibidas como atracción turística, separadas de sus padres por el Estado, y convertidas en símbolo de esperanza… y explotación.
Pero su historia no es solo una rareza médica. Es también un reflejo de cómo la ciencia, la pobreza, el espectáculo y la política se cruzaron en la vida de cinco niñas que nunca pidieron ser famosas.