Justin Horner, un diseñador gráfico de Portland, Oregon, EUA, cuenta esta historia acerca de la bondad humana:
“Durante este año he tenido tres instancias de problemas mecánicos: un neumático reventado en la autopista, fusibles fundidos y tanque de gasolina vacío. Todos estos sucedieron mientras conducía los coches de otras personas lo cual lo hace peor a nivel emocional.
En cada una de estas ocasiones me indignaba la manera como la gente no se molestaba en ayudarme. Estuve varado en la autopista esperanzado de que el servicio auto mecánico contratado por mi amigo hiciera su aparición. Los encargados de las gasolineras me decían que ‘por razones de seguridad’ no me podían prestar un bote pero que por $15 US podía comprar una lata de galón sin tapa. Todo esto era más que suficiente como para que me la pasara diciendo cosas como "este país se está yendo al caño.”
¿Pero saben quien vino a mi rescate esas tres veces? Inmigrantes mexicanos. Ninguno de ellos hablaba inglés.
Uno de ellos se detuvo a ayudarme con el neumático reventado aún y cuando venía con toda su familia. Tenía varado tres horas a un lado de la autopista con el enorme Jeep de mi amigo. Coloqué anuncios en las ventanillas que decían “Necesito un ‘gato’ ” y ofrecía remuneración económica por la ayuda. Nada. Ya cuando estaba a punto de darme por vencido y pedir aventón, una camioneta se orilló y un tipo saltó de ella.
Evaluó la situación y llamó a su hija que si hablaba inglés. Me explicó a través de ella que tenía un gato pero que era demasiado pequeño para el Jeep así que necesitaría apalancarlo. Sacó una sierra de su camioneta y cortó un leño que encontró a la orilla del camino. Lo rodamos, colocamos el gato encima y pusimos manos a la obra. Comencé a desmontar el neumático y luego, aunque no lo crean, rompí el gato del hombre. Era uno de esos colapsables y yo no tuve cuidado por lo que le rompí por completo la parte superior. Maldición. Pero no había porque preocuparse: corrió a su camioneta, le entregó el gato a su mujer y antes de que me pudiera dar cuenta de lo que ocurría, salió disparada a comprar otro.
Los dos estábamos sucios y sudados. Su esposa nos acercó un gran garrafón de agua para que nos pudiéramos lavar las manos. Traté de ponerle un billete de $20 USD en la mano del hombre pero se rehusó así que me acerqué a su mujer para entregárselo discretamente. Les agradecí profusamente y le pregunté a la niña que donde vivían pensando que podría mandarles un regalo ya que se habían portado increíblemente. Me dijo que vivían en México y que estaba en Oregon para que Mami y Papi pudieran pizcar cerezas durante las siguientes semanas.
Cuando me despedí y comencé a caminar de regreso al Jeep, la niña me preguntó si ya había comido. Cuando le dije que no, corrió hacia mi y me entregó un tamal.
Esta familia que sin lugar a dudas era muchísimo más pobre que cualquier otra persona que estuviera en esa autopista, que trabajaban de manera temporal y donde el tiempo es dinero, se tomó un par de horas de su día para ayudar a un extraño a la orilla del camino. Pero aún no terminábamos. Cuando abrí la envoltura de mi tamal me encontré el billete de $20 USD. Corrí de regreso hacia la camioneta y el tipo con una gran sonrisa y con lo que me pareció, intensa concentración, me dijo en inglés: “Hoy por tí, mañana por mí.” Luego subió su ventanilla y se alejaron con su hija diciéndome adios desde la parte trasera de la camioneta. Me senté en el carro mientras me comía el mejor tamal que me hubiera comido y comencé a llorar. Había sido un año muy arduo, parecía que nada iba bien. Esto me salió de la nada y simplemente no lo pude manejar.
Ya han pasado varios meses de esto y ya he cambiado unos cuantos neumáticos, llevado gente a gasolinerías y en una ocasión me desvié 50 millas para darle un aventón a una chica al aeropuerto. No acepto dinero. Pero cada vez que puedo ayudar siento como si depositara algo en el banco.
Tomado de un mensaje del editorial publicado en New York Time Magazine el 4 de Marzo, 2011.
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