Cada uno habla de lo que
le preocupa, de lo que desea, de lo que ama.
Y las conversaciones más
frecuentes son sobre dinero, diversiones, pasatiempos, negocios…
Es su mundo, sus
preocupaciones.
Su corazón está asentado,
aposentado en las cosas.
Pareciera que eso es lo
único existente.
Como si no existieran los
bellos atardeceres, las sencillas mariposas, los nidos en los árboles, los
colores de las flores y el arco iris, la musicalidad del viento y el perfume de
los campos en primavera.
Su corazón ha construido
su hogar de cifras, ganancias y ambiciones vanidosas.
Me dicen algunos que eso
es lo necesario para vivir.
Pero, ¿Quién duda de eso?
Pero ocurre que los más
engolfados en las casas no suelen ser precisamente las personas más necesitadas
sino los que tienen la supervivencia y tienen algo o mucho más de lo necesario.
Hay personas que sólo
albergan temores en su corazón. Y las
conversaciones son predicciones catastróficas y apocalípticas. Y desgracias a diestro y siniestro.
¿Por qué no llenar el
corazón de valores más luminosos, sencillos y humanos? ¿De valores que el tiempo no corroe ni se
come la polilla?
¿Quieres saber qué amas?
Mira de qué hablas y en
qué piensas.
Una gran desgracias es
tener el corazón seco y atrapado por el dinero y las cosas.
El corazón apegado a cosas
muertas.
Cuanto más cerca esté tu
corazón de la expresión más elevada de vida, más vivirás.
Hay una escala de menos a
más:
Cosas (dinero), plantas,
animales, hombre (belleza, bondad, sabiduría…), Dios.
¿En qué escalón estás?
¿En qué piensas, de que
hablas más?
El amor a todo es
bueno. Desde las cosas a Dios.
Pero es malo quedarse
estancado, detenido, engolfado en algún escalón inferior sin ascender, sin
seguir adelante.
Es anquilosamiento,
raquitismo endémico.
Detenerse es dejar de
crecer, dejar de vivir.
Tu boca hablará de lo que
ames, de lo que vivas.
Y tus palabras y
pensamientos serán expresión de lo que
hay en tu corazón.
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