En una sociedad consumista bombardeada de anuncios que seducen nuestros sentidos, si no conservamos un corazón agradecido, es difícil mantener los pies en la tierra cuando nos esforzamos y logramos obtener algo. El hecho de obtener tal o cual cosa nos hace sentir una satisfacción que nos puede llevar a una actitud soberbia con respecto a quienes no pueden alcanzar aquello que está en nuestras manos. Y no me refiero a que propiamente haya un desprecio hacia alguien un poco o un mucho mas pobre que nosotros (que desafortunadamente también se dan esos casos), sino al hecho de argumentar, enjuiciar y señalar que su condición de pobreza es a causa de su propia flojera y su falta de ambición.
Probablemente entre los pobres haya gente floja, aunque debemos decir que también entre los ricos los hay, pero como el pobre es pobre, las pedradas son mas severas. Y lo podemos ver muy claro en las actuales elecciones para presidente de México: la gente que siente que ha “logrado algo en la vida” defiende a capa y espada a aquellos candidatos que representan el beneficio a la clase alta, sea de abolengo o del sector político, y ya no se si lo hacen por esperanza de que les caiga algo o por ignorancia, pero el punto es que los apoyan; pero a quienes representen el beneficio para los de a mero abajo de la sociedad, a esos se les critica.
Nadie es tan pobre como para no dar
¿En qué piensa el ser humano cuando se cree “de los de arriba”? Siempre va a haber alguien que tiene más. Y sí lo sabe, lo descubre su afán por alcanzar un estatus alto. Tener tal carro, tal atuendo, vivir en tal lugar, que los hijos estudien en tal o cual colegio son medallitas que la sociedad le motiva a obtener.
Y mientras tanto los más pobres siguen siendo muy pobres.
Y luego está el otro lado, aquel que sí está concientizado de que existe la pobreza y quiere apoyar, pero no puede porque “no tiene tanto”. El ser humano olvida que la pobreza es muy relativa, siempre va a haber alguien más pobre que otro. Si tenemos agua potable, un techo sobre la cabeza, ropa que ponernos, alimento (aunque sean frijoles, papa, arroz o maíz), y un transporte (aunque sea urbano), estamos en esa ubicación privilegiada del 15% de la población mundial. Entonces, sí podemos apoyarles.
Pero mientras nos decidimos a hacerlo, los más pobres siguen siendo extremadamente pobres.
¿Qué nos falta?
Dejar a un lado esa idea de que los pobres son pobres por flojos. Hay muchos factores alrededor de quienes están en condición de pobreza como para universalizar nuestro juicio de tal modo que nos lleve a no dar. ¿Hay pillos en los cruceros?, sí, los hay, pero eso no es una razón como para no darle a nadie.
Organizar nuestras finanzas. Separar un poco para dar. Quitar de nuestras mentes esa idea errónea de, “¿de qué servirá que dé esto”? Por muy poco que sea, será útil para aquel que no lo tiene.
No es fácil desprenderse
Hay una historia muy conocida por la mayoría de los cristianos, es la historia del joven rico. Ese joven estaba muy entusiasmado con seguir a Jesús, se acercó a Él, le hizo saber sus intenciones y Jesús, después de escucharlo, lo retó a que antes de avanzar en su idea de seguirle, vendiera todo lo que tenía para darlo a los pobres. Seguramente recordamos en qué termina la historia: el joven se entristece porque tenía mucho y no estaba dispuesto a desprenderse de sus bienes.
El punto no es que todos tengamos que vender lo que tenemos para poder seguir a Jesús, pero con esta historia lo que debemos aprender es que sí debemos estar dispuestos a hacerlo en el dado caso de que Jesús nos lo pidiera. Y la razón es muy sencilla, si Cristo nos llegara a pedir eso en particular, es porque tiene para nosotros un camino mucho mejor a su lado en un determinado servicio. Cuando Dios hace un llamado de tal naturaleza es porque él proveerá de lo necesario.
Dar por dar no es suficiente
Ahora, lo que Jesús le pidió al joven rico no era un asunto de dar por dar, mas bien, lo estaba invitando a que fuera congruente con la decisión que estaba tomando. Porque cuando el joven argumentó haber guardado toda la ley, por un lado debió haber entendido que ahí estaba implícito el ayudar al pobre, y por otro, debió asumir que Jesús traía otra medida aún más desafiante que guardar solo la ley, su mandato de “amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con todas las fuerzas, y al prójimo como a sí mismo”, implicaba no solo dar por ser bueno y poner una “palomita” a la lista de quehaceres, sino hacerlo en el entendido de que al dar estamos llevando el amor de Dios al menesteroso.
Platicando con un siervo de Dios que constantemente ayuda a los más pobres, me comentaba cómo la gente que recibe ayuda nota la diferencia entre:
- Dar por “levantarse el cuello” haciendo propaganda política para ganar votos, como lo hacen algunos políticos.
- Dar por ser simplemente bondadoso como para verse cívicamente bien ante un organismo de beneficencia.
- Dar por el sentido de culpabilidad que hay al ser rico a expensas del abuso laboral.
- Dar porque estas convencido de que al hacerlo estás llevando el amor de Cristo.
Cualquiera de estas maneras de dar es buena para el que lo recibe, finalmente es una ayuda que necesita, pero solo la que tiene de fondo el amor de Cristo es la que lleva ese sentido profundo de no solo solucionar la pobreza material, sino la necesidad espiritual del ser humano. Y finalmente, esa cuarta opción que mencionamos que conlleva el amor de Cristo, aunque no se ve, es un asunto que se siente, y la gente que recibe la ayuda, testifica la diferencia.
Damos para que su gloria crezca
Cualquier ser humano en varios momentos de su vida se ha visto sorprendido por hechos que rebasan su previsión y control de las cosas. Hay quienes adjudican esos hechos a la suerte, otros a la inercia de su esfuerzo o a las “buenas vibras”, pero hay quienes al ver un hecho de tal naturaleza le damos gloria a Dios por lo que “milagrosamente” ha sucedido.
Algo así ocurre cuando damos al pobre. Ellos no esperan ese acto de amor y bondad que implica el dar, y al verse bendecidos, agradecen y reflejan la alegría de su corazón mínimo con una leve sonrisa. Ahí es donde como cristianos podemos declarar que lo que está recibiendo no es solo un acto de bondad, sino que es el mismísimo amor de Dios llegando a sus vidas, es donde podemos expresarles que Dios es amor y finalmente podemos compartir el evangelio. El fin de dar es llevar la gloria de Dios al necesitado, a ese que está siendo olvidado por la sociedad.
¿Qué esperamos para hacerlo?
Pregunta en tu comunidad si hay algún ministerio de ayuda. Si en tu comunidad de creyentes no hay un ministerio de misericordia que ayude a los pobres, podrías ser tú el llamado por Dios para iniciar uno.
Que tengan una generosa semana.
Davo Guzmán