Durante siglos, las ollas de barro fueron el corazón de la cocina tradicional.
Con ellas se cocinaba lento, parejo y sin tóxicos.
Guisos, frijoles, moles, atoles, caldos… todo sabía diferente. Más profundo. Más vivo.
El barro no era solo un recipiente: era parte de la medicina.
Porque cuando el barro es curado correctamente, libera minerales como hierro, calcio y magnesio al alimento.
Pero con la llegada del siglo XX, la industria comenzó a promover aluminio, acero esmaltado y más tarde, teflón.
Se vendieron como “modernos”, “prácticos” y “seguros”.
El barro fue desplazado como si fuera cosa de pueblos ignorantes.
Lo que no dijeron es que el teflón libera gases tóxicos a altas temperaturas.
Y que el aluminio, cuando se desgasta, puede filtrarse al alimento.
Hay estudios (Exley, 2013; Krewski et al., 2007) que lo vinculan con problemas neurológicos y degenerativos.
Mientras tanto, las ollas de barro —hechas a mano y con tierra— nunca necesitaron químicos para ser efectivas.
Solo requerían respeto: curarlas bien, usarlas con fuego bajo, cuidarlas como herencia.
La industria nos convenció de que lo “rústico” era sucio y lo brillante era mejor.
Pero no todo lo nuevo es progreso.
Mucho se perdió cuando dejamos de usar utensilios vivos para usar superficies recubiertas con plásticos y metales artificiales.
Hoy, muchas familias y chefs están regresando a la cazuela de barro.
Por sabor, por salud, y por conexión con la tierra.
Conclusión:
El barro cocina con alma.
Y lo que alimenta el alma, también cura el cuerpo.
Volver a las raíces no es retroceder: es recordar lo que el marketing nos hizo olvidar.
Con ellas se cocinaba lento, parejo y sin tóxicos.
Guisos, frijoles, moles, atoles, caldos… todo sabía diferente. Más profundo. Más vivo.
El barro no era solo un recipiente: era parte de la medicina.
Porque cuando el barro es curado correctamente, libera minerales como hierro, calcio y magnesio al alimento.
Pero con la llegada del siglo XX, la industria comenzó a promover aluminio, acero esmaltado y más tarde, teflón.
Se vendieron como “modernos”, “prácticos” y “seguros”.
El barro fue desplazado como si fuera cosa de pueblos ignorantes.
Lo que no dijeron es que el teflón libera gases tóxicos a altas temperaturas.
Y que el aluminio, cuando se desgasta, puede filtrarse al alimento.
Hay estudios (Exley, 2013; Krewski et al., 2007) que lo vinculan con problemas neurológicos y degenerativos.
Mientras tanto, las ollas de barro —hechas a mano y con tierra— nunca necesitaron químicos para ser efectivas.
Solo requerían respeto: curarlas bien, usarlas con fuego bajo, cuidarlas como herencia.
La industria nos convenció de que lo “rústico” era sucio y lo brillante era mejor.
Pero no todo lo nuevo es progreso.
Mucho se perdió cuando dejamos de usar utensilios vivos para usar superficies recubiertas con plásticos y metales artificiales.
Hoy, muchas familias y chefs están regresando a la cazuela de barro.
Por sabor, por salud, y por conexión con la tierra.
Conclusión:
El barro cocina con alma.
Y lo que alimenta el alma, también cura el cuerpo.
Volver a las raíces no es retroceder: es recordar lo que el marketing nos hizo olvidar.
PARA QUIENES PREGUNTAN CÓMO SE CURAN LAS OLLAS DE BARRO: untar con grasa pella o refinada de supermercados da igual, a toda la olla, tanto por dentro como por fuera incluida la tapa y poner en el horno de la cocina a fuego medio unos 5 minutos. Eso hace que la grasa penetre en el barro y selle toda la porosidad, luego lavar y comenzar a usar. Algo para tener presente es NO cocinar con fuego muy fuerte xq la olla levanta mucha temperatura y pueden quemar las comidas, si llegado el caso eso ocurre cuando laven la olla pueden limpiar con virulana o viruta de acero en forma suave para no dañar la olla y seguir usando.
Información tomada de la red
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