Arriba, un hospital. Tubos, monitores, alarmas. Una despedida fría, invadida por tecnología, donde la vida se mide en pitidos y constantes vitales.
Abajo, un hogar. Amor, presencia, música. Una despedida cálida, rodeada de afecto, donde la vida se honra con miradas, manos entrelazadas y corazones conectados.
Ambos escenarios muestran el final inevitable, pero en uno la humanidad se diluye entre cables…
Y en el otro, la dignidad florece entre abrazos.
A veces no elegimos cómo nos vamos…
Pero como sociedad, sí podemos elegir cómo acompañamos.
Porque al final, el mayor alivio no viene de una máquina, sino de sentirnos amados hasta el último respiro.
Y en el otro, la dignidad florece entre abrazos.
A veces no elegimos cómo nos vamos…
Pero como sociedad, sí podemos elegir cómo acompañamos.
Porque al final, el mayor alivio no viene de una máquina, sino de sentirnos amados hasta el último respiro.
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