Sucedió en agosto de 2003. Era un día caluroso de verano, como otro
cualquiera. Mi hijo había salido y yo estaba sola en casa haciendo cosas
cuando, de repente, me di cuenta…
¿De qué te diste cuenta?
De que en la cabeza tenía «silencio». Sí, «silencio». Era algo raro.
¿Qué había sido de mis pensamientos? Había un espacio, un intervalo
entre los pensamientos que les daba un aspecto de estar en segundo
plano, como si ya no me pertenecieran o como si, al menos, ya no me
poseyesen. Me sentía muy ligera, muy a
gusto. Me sentía conectada conmigo misma, en total sintonía, como nunca
antes: conectada con algo que no conseguía explicar ni describir con
palabras… Era «silencio».
Me pregunté qué me había sucedido y empecé a tomar notas.
¿Y…?
Era como si hubiera cambiado mi forma de funcionar por dentro. De
repente, fue como si me hubiera caído un rayo encima; como si algo se me
hubiera echado encima, sin haberlo visto venir, y se hubiese apoderado
de mí sin darme cuenta. Esa «cosa» que no se puede describir con
palabras se había apoderado de todo.
Yolande Duran / Laurence Vidal
(El Silencio Sana)
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