Dicen que “la frontera entre el mundo de los sueños y nuestra consciencia, tal vez, resulte la sincronicidad”. Lo cierto es que determinados sucesos o personas, aparecen en nuestras vidas a veces casi “de repente”, muchas entran sin avisar y nos acompañan durante un cierto tiempo, aportándonos parte de su esencia y ayudándonos a descubrir aspectos de nosotros mismos, que sin su ayuda, nunca hubiéramos averiguado. Estas coincidencias necesarias o encuentros reveladores, trazan nuestro propio mapa personal y nos impulsan al cambio, por más resistencias que uno pueda tener. Tras su marcha, generalmente dolorosa, uno no vuelve a sentirse el mismo y cuando transcurrido el tiempo se echa la vista atrás, no podemos por más que uno quiera, evitar sonreír.
¿Qué es la sincronicidad?
A todos nos ha podido pasar, encontrarnos de repente por la calle a alguien que no veíamos hace años pero que casualmente, la noche anterior soñamos con él; o abrir un libro y encontrar la respuesta que estábamos buscando hace meses sin haberlo hecho con ese propósito. Esto responde al fenómeno de la sincronicidad, que sucede cuando “dos sucesos sin relación entre sí tienen lugar al mismo tiempo y adquieren sentido para uno”. De ahí la impresión de magia. Se trata de un azar singular cargado de sentido y sometido, en parte, a la suerte. Son hechos simbólicos que nos conectan con nuestro psiquismo, creando unos hilos invisibles que aportan significado únicamente a quien lo experimenta. Para un observador externo sin conocer el contexto, carecería de sentido.
La acausalidad de los sucesos es lo que crea, parte de su efecto enigmático. Pese a ello, aparece en el momento exacto y dándonos la respuesta necesaria. La sincronicidad se manifiesta curiosamente en momentos en los que nuestra psique está más receptiva a los acontecimientos que pueden incidir en nuestro comportamiento.
El término se lo debemos al psicólogo Carl Jung, padre de la sincronicidad, quien llegó a la conclusión de que hay una íntima conexión entre el individuo y su entorno, y que en determinados momentos ejercemos una atracción que acaba creando circunstancias coincidentes, teniendo un valor específico para las personas que la viven, un significado simbólico. Tal vez, responda a aspectos inconscientes reprimidos que se vean forzados a salir a través de determinadas experiencias conscientes. Sea como sea, lo cierto es que las personas que creemos en ello, lo hemos experimentado.
Cómo favorecer que la sincronicidad ocurra
Es importante, entender el efecto revelador que puede tener sobre uno y, saber extraer la lectura de ello. Para favorecer una actitud adecuada, es necesario seguir unas pautas muy básicas:
Lo primero que debemos hacer, es abandonar el escepticismo y darnos el permiso de creer en ello. Pues quien no cree difícilmente le ocurrirá. En segundo lugar, es importante mantener una actitud receptiva, es necesario saber que nuestra atención crea la intención. Nuestras intenciones ejercen una influencia sobre el acontecer y el orden de probabilidades de las personas con las que nos relacionamos directa e indirectamente. Y por último, estar abiertos al cambio, resistirse a ello es reprimir nuestro potencial.
Qué debemos aprender de ello
Siempre que vivamos una sincronicidad es necesario analizarla a fondo porque seguro que contiene un mensaje importante para nosotros. Por lo tanto, la sincronicidad se beneficia de nuestra actitud intuitiva y nuestra atención. Cuanto más atentos estemos a lo que vivimos y cómo lo vivimos, esas secuencias sincrónicas más se repetirán. Conviene estar pendientes de en qué momento aparece y, sobretodo, qué efecto tiene sobre nosotros y qué significación le otorgamos.
Poner conciencia a los procesos sincrónicos que nos ocurran es expandir nuestra visión de la experiencia, dotar de un sentido a nuestra vida, anticiparnos o poder prever y prevenir ciertos acontecimientos y en definitiva, vivir más en sintonía con nuestro entorno.
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