Una serendipia es ...

Una serendipia es un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado. Así que espero que lo que aquí encuentres sea afortunado y útil para tu crecimiento, además que sea inesperado pues siempre se recibe todo gratamente cuando no tienes expectativas.

29 diciembre 2019

Desde un cuarto de hospital en Navidad

Desde un cuarto de hospital la Navidad se vuelve alucinante y prismacolor. Aquí no hay una mesa adornada, nadie ha preparado regalos para la mañana siguiente, tampoco hay abrazos y sonrisas. Esta noche puede ser igual a las de marzo o julio o septiembre...

Es Nochebuena entre los enfermos y desahuciados con sus familias alrededor de ellos que esperamos y esperamos que todo mejore aunque nadie aquí comprenda que, tan solo con una mirada, fija y solidaria, esta noche se convertiría en la noche de Navidad.
Estoy junto a la agonía interminable de mi tía o más bien debería decir la tía que agoniza desde hace días y que me ha hecho, sin estar ella consciente, pasar la Nochebuena desde el otro lado de la frontera donde todo parece feliz, acartonadamente feliz.
Aquí, en el sexto piso del Metropolitano, se puede pensar silenciosamente en la lucha de las almas que se aferran a la carne, rebeldes e indómitas, pero esperando al fin sumisas, la orden del que dijo “sea la luz”. Porque los cuerpos enfermos y aun humeantes por la vida, la poca vida que les resta y que la reclaman, instintivamente, jadeando aire para no morir ni aquí, en solitario y en un frío depósito llamado hospital se resisten o aguardan silenciosas su partida.
Anoche también me quedé a vigilarla y acompañarla en sus últimas horas (así dijeron los médicos: "es cuestión de horas para que la señora se nos vaya) y ya han pasado cuatro días, es decir, casi 96 horas y mi tía sigue insistiendo en respirar aunque todos sus niveles están muy por debajo de lo tolerable y lo que presagia un deceso inminente.
Pero anoche me llevé una sorpresa, una gran sorpresa. Descubrí que cuando comienza a caer la noche afuera y alrededor de la entrada central del hospital, se comienzan a estacionar muchos autos y camionetas, a veces en doble fila y otras una tras otra como en caravana. Entre veinte o más vehículos.
Luego, improvisadamente estacionadas, comienzan a abrirse las puertas y las cajuelas, sacan mesas, platos, vasos, de manera que se preparan para lo que sigue. Sin más comienzan a servir tamales, chilidogs, tacos, tortas y hasta menudo y quién sabe qué tantas otras delicias.
Y es así como la gente, como en una danza voluntaria y entendida, comienzan a acercarse para hacer las filas, al principio con un orden que sorprende pero finalmente la turba (porque creo que había más de 200 personas) hambrienta y deseosa de algo caliente se empuja e inicia una "rebatinga" digna de ser contada, escandalosamente contada.
A estas alturas yo ya tenía hambre, pero mi orgullo clasemediero pudo más y comencé solamente a observar con detalle lo que sucedía y que parecía una cara escenografía para comenzar el rodaje del filme. Entonces, cauteloso, comencé a dar unos pocos pasos para acercarme y saber de dónde provenían estos buenos samaritanos (y que luego descubrí que serían buenos regios), y cuáles eran sus motivos para salir de sus caparazones y pensar en el prójimo enfermo y en sus familias que esperaban fieles, pero en la intemperie de la calle.
Pregunté al azar a una pareja treintañera que regalaba tacos de harina y un jugo de marca:
"Una pregunta joven ¿de dónde vienen ustedes? ¿son de alguna iglesia?”, le dije.
"No", me contestó.
"Entonces así por iniciativa propia" insistí.
"Si claro, mi esposa preparó esta olla de taquitos y cuando salí de la chamba nos venimos para acá, ara repartirlos y ayudar aquí con lo que se pueda.”
Ahí se me cerró la garganta y tosí un poco para despistarme yo mismo.
"Ah okey" dije "Y si me permites preguntarte algo más: ¿porqué? ¿porqué lo hacen?"
El joven frunció el ceño y me vió extrañado.
"Porque es Navidad. Porque ellos la están pasando mal y hay que ayudarlos".
Ahora mis ojos ya estaban "vidriosos" y apreté mis labios.
Después de unos pocos segundos le dije algo así: ”Pues déjame decirte que estás tocando vidas y que estás viviendo la Navidad como Cristo la vivió, pensando en los otros, haciendo algo por los que están sufriendo. Te felicito y muchas gracias por lo que estás haciendo.
Yo acababa de terminar el culto de Nochebuena en la iglesia y le corrí para llegar al hospital. Ahí hablamos de la Navidad pero aquí, esto era otra cosa muy distinta.
Un gracias fue suficiente como respuesta y me empecé a mover hacia otro lado pero fue inevitable no toparme con los que comían, los niños que corrían alegres, y los que ofrecían sus comidas siempre con mucha amabilidad. Parecía una atmósfera preparada comercialmente para Navidad y que luego termina cerrando con aquella cancionista de “quisiera al mundo darle paz y llenarlo de amor…”.
Ya entrado en gastos caminé un poco más y busqué a otro grupo que repartía pan de dulce y café o atole. Eran como 4 jóvenes que alrededor de una pequeña mesita invitaban a otros para tomar lo que quisieran.
"Andele Don, usted también acérquese, agarre un panecito...".
Un marranito amielado me hizo ojitos y yo también, ambicioso, con cierta liviandad, lo miré saboreándome su olor anisado así que fue amor a primera vista. Tomé una servilleta y mi elección ya estaba decidida.
“¿Te puedo hacer una pregunta?” le dije con marranito en mano. “Claro” me contestó en un tono muy amigable”.
“¿Ustedes vienen de alguna iglesia o son de alguna religión… así como de cristianos?”
“No, para nada Don” me contesta con una gran sonrisa.
“Lo que sucede es que cada que podemos nos aparecemos en algún hospital y nos cooperamos unos camaradas y yo para hacer esto y venimos a regalarle a la gente un poquito de ayuda, porque ya ve, es bien gacho tener un familiar aquí en el hospital y pasarse la noche aquí abajo bien solidarios con su enfermo. Así que pues, es lo que nosotros podemos hacer por ellos.”
El marranito dulce comenzó a saberme amargo. Dios estaba hablando a mi vida y derechito a la cara me llegó.
“Es mucho lo que están haciendo. Y mira yo soy cristiano y a lo que ustedes hacen la Biblia le llama Evangelio. Me estás dando un gran ejemplo. Gracias.”
Otra vez el nudo en la garganta me apretaba porque yo sabía que mientras estos “incrédulos” (así los llamamos en nuestras iglesias) están dando un abrazo de misericordia al prójimo, nosotros organizamos cultos navideños donde siempre vamos los mismos, los de casa, y luego salimos a nuestras hogares para sentarnos a la mesa y orar y cantar pero olvidados de los prójimos que sufren y que están tan cerca de nosotros.
Para rematar vi a una mujer mayor de edad junto al que supuse era su esposo repartir bolsitas de tamales y latas de coca, de coca cola. Ellos eran más tímidos, estaba medio alejados de los demás, como penosos diría yo, por lo que estaban haciendo.
“Buenas noches, ¿son tamalitos? ¿Usted los hizo?” le pregunté a la señora.
“No. Mi esposo los compró pero para regalarlos, no los estoy vendiendo” me respondió con firmeza mientras su esposo se me juntó más cerca.
“Si quiere usted unos, tómelos con confianza que para eso los traemos” me dijo el hombre.
Tomé unos y comencé a abrir el primero de tres y frente a ellos lo mordí y dije: “Pues muy sabrosos, gracias.”
“Si, pero yo no los hice. Se los compro a una vecina. Ella los hace y luego me da buen precio porque sabe lo que hacemos mi marido y yo.”
“¿Y siempre vienen aquí? le dije.
“No” me contestó como extrañada “Lo hacemos porque es Navidad y debemos ayudar así como Dios nos ayuda a nosotros”.
“Y qué hacen su marido y usted” pregunté.
“Pues venimos aquí a regalarlos para ayudar esta pobre gente”. Respondió ella sin dejar de verme a los ojos mientras yo me devoro, sin ninguna pena, sus tamalitos comprados por la vecina que los hace y que le da un buen precio sabiendo la finalidad que tendrán.
“Ah entonces son cristianos. ¿Y de qué iglesia son?” Volví a preguntar.
“Nosotros somos católicos. Cada Navidad separamos un dinero para comprar comida y darla a los que batallan, como aquí en el hospital. Bueno también lo hacemos cada mes pero ahí vamos a los cruceros y damos la comida a los que nos vamos encontrando y así lo hacemos como por el fin de mes”.
“Oiga y ¿porqué lo hace?” pregunté y a estas alturas de la plática el marido baja la guardia y sirve el café caliente en vasos.
“Ya le dije. La gente está batallando y nosotros muy monos en la casa todo bonito y de ellos ¿quién se acuerda? Pues solo Dios nuestro Señor y hay que ayudarlos también nosotros. El padre de la parroquia nos insiste en ayudar y no hay que quedarnos cruzados de brazos.”
“Pues qué buenas personas son ustedes” le dije y sin dejarme avanzar más me replica en tono molesto:
“No señor. Nosotros no somos buena gente, ellos son los pobrecitos que hay que ayudar. No más mírelos, se les nota la desgracia acumulada. Es Navidad y están aquí en la calle del hospital ¿apoco cree que están aquí por gusto muy felices? Nosotros estamos haciendo lo que debemos, lo que espera Diosito que nosotros hagamos por todo lo que nos da a manos llenas ¿No cree usted?
¿Qué le respondo? pensé yo.
Hay que evangelizarla, escuché una voz para mis adentros.
Lo que se hace sin Cristo no tiene validez alguna, me dije.
Ustedes no tienen la luz y nosotros si, pensé también.
Pero caí en cuenta que si mi tía fue traída aquí y en estas fechas, yo estaría en mi casa comiendo, comiendo, comiendo.
“Tiene razón. Fíjese que la Biblia que recibimos de pura gracia y así debemos dar, de gracia para otros. Estoy seguro que entre toda esta gente que ustedes ayuda habrá alguna que será tocada por la misericordia de Dios y pasará algo más grande que ustedes tal vez no se enterarán. Muchas gracias y sinceramente que Dios los bendiga”, le dije con una honestidad real.
Ya bien cenado me dirigí a la puerta de entrada pero seguía pensando en esta experiencia en la que estaba metido y preguntándole a Dios muchas cosas. Porque esto da para más, mucho más que las respuestas tradicionales y muy religiosas con las que podría abordar este asunto, y casi siempre para justificarme del porqué yo no lo hago.
Pasé por el filtro donde el guardia te mira y te revisa de pies a cabeza como si fueras a pedirle un préstamo o como si fueras un invasor de sus propiedades. “El pequeño poder” me dije, así que subí por el elevador al sexto piso y me volví a encontrar con la misma escena. Mi tía inerte y de un color gris seco, como esos vestidos oscuros recién lavados con el detergente barato y que los dejan sin manchas pero también descoloridos. Ahí está mi tía compartiendo la habitación con otra enferma. Es una mujer de 34 años que, según el testimonio de su madre junto a ella, enfermó un mes atrás de “la muela del juicio”. Fue con el dentista para extraérsela pero no tuvo dinero para comprarse los antibióticos caros que el profesional le había recetado después de la extracción. . Así que con puro paracetamol se atendió el dolor. Días después comenzó la fiebre y ya para entonces el paracetamol no servía de nada. Las altas temperaturas y el dolor y luego la rigidez el cuello, no cedieron en dos o tres días de tal manera que, desvanecida, se la trajo aquí al hospital donde los médicos le dijeron que una meningitis aguda la atacaba y que no había mucho qué hacer.
El celular suena y me vuelve en sí después de mirar otra vez la escena.
“Bueno… qué tal mi hermana, ¿qué dice, cómo está usted? Le digo en el teléfono.
“Muy bien mi hermano, aquí en casa, ya llegaron todos mis hijos y ya sabe preparamos muchas cosas para darle gusto a todos. Pero no le quito el tiempo, ya sé que esta con su tía en el hospital, pero le llamo para desearle una feliz navidad en compañía de todos los que están alrededor de usted. Muy feliz navidad y que el Señor me lo bendiga mucho esta noche…” agradeciendo la llamada, colgué con el movimiento de mi dedo sobre el botón rojo de mi iphone.
Creo que ya fui bendecido esta noche, pensé. Conozco a Cristo, tengo una preciosa familia, una mujer mía y fiel que me ama y el respaldo de una iglesia que me acompaña en el camino. Estoy aquí junto a la tía en sus supuestas últimas horas y puedo palpar la provisión de Dios de estar en este hospital pero, sobre todo, fui alimentado esta noche por las manos del mismo Dios, mi enigmático y complicado Dios que, por medios inesperados, ilegibles para muchos “buenos cristianos”, hoy me ha enseñado el profundo valor de la misericordia y la solidaridad.
Me senté en la silla y abrí mi Biblia. Lucas 10. La historia del buen samaritano. Simplemente dice que un samaritano fue movido a misericordia e hizo lo que no se esperaba que hiciera. No era un judío puro, no era un seguidor de Jesús, y era el último en la lista, pero fue puesto por Jesús como el indicado. El Padre lo llevó a ese lugar, despertó la compasión por su prójimo en desgracia y finalmente fue el ejemplo frente a los buenos creyentes y líderes de su tiempo.
Jesús decía que el centro no fue el judío desvalido y violentado sino la compasión que tuvo el samaritano y que lo impulsó para atender y proteger al otro. “Fue movido a misericordia” dice la versión 1960. Y ¿quién lo movió o lo impulsó, influyó o lo empujó a la solidaria actitud de ver al que padece y buscar de varias formas aliviar el dolor del prójimo? El mismo Dios que produce el querer como el hacer. El Dios que alimenta a las aves y viste las flores del campo, el Dios que usó soberanamente a Faraón para que dejara en libertad a su pueblo. Es el Señor en aquel hombre samaritano y en estos regios aquí abajo, afuera de este hospital. Y me parece muy arrogante lo que algunos de mis hermanos, que desacreditan estas acciones, simplemente porque si no provienen del “mundo bautista o evangélico” no proviene de Dios. No es ecumenismo o de filosofía humanista, sino el ser defensor de la soberanía y la gracia inmerecida de Dios para todos nosotros. Recuerdo a Jesús maravillándose, y esto ya es mucho, diciendo a los demás, después de haber escuchado la respuesta del centurión romano: “De cierto les digo que en todo Israel nunca he visto una fe como ésta”.
Otro pensamiento que medité es que no se trata de cuánto haces para los demás, en primer lugar, y hay que hacerlo, sino de lo que te mueve a hacerlo y la compasión y la misericordia solamente Dios la puede dar y la da a quien él quiere. Es un fruto, lo sé, pero es, sobre todo, la consecuencia de que Dios habita en ti, es el poder de Dios en el control y el uso de sus planes donde todos y todas, creyentes o no creyentes, estamos sujetos a él.
La respiración tan lenta y espaciada de mi tía me avisa que algo está sucediendo. Así que vuelvo a orar para ponerla en las manos de quien viene por ella. Mientras, allá afuera, sin la estrella en el cielo y sin pesebre en el establo, Dios sigue en Navidad y entre nosotros.
Solo una apunte más. Olvidé decirles que ninguno de los autos de los compasivos regios eran de lujo, autos ostentosos que nos disculparían porque ellos tienen para eso y para más. No. Sin equivocarme todos eran autos de modelos antiguos, ochentas y noventas y algunos de los dos miles. Vi un Datsun viejo, los tsurus antiguos, y hasta un auto “chocolate”. Es decir todos eran gente como usted y como yo. No tenemos mucho pero lo que hay, hay que compartirlo.
Feliz navidad

Rolando Guzmán

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