La zona de aprendizaje involucra el participar en un proceso mediante el cual se pueden adquirir o modificar nuevas habilidades, actitudes, conocimientos, comportamientos o valores a través del estudio, la experiencia, el entrenamiento, la reflexión y la observación. Esto se alinea con las características individuales y el estilo de aprendizaje de cada persona. La mejor metodología incluye brindar las herramientas apropiadas, consistentes con los objetivos previstos.
El aprendizaje generalmente ayuda a la persona que adquiere conocimiento a convertirse en una persona más feliz y más plena. Al descubrir nuevas oportunidades y desentrañar nuevos mundos, el alumno desarrolla un nuevo hábito, una práctica continua de aprendizaje. Existen muchos enfoques para el aprendizaje, pero ninguno es más efectivo que el proceso de que una persona enseñe a otra individualmente.
En el entorno corporativo, esto se conoce comúnmente como mentoría. El mentor y el discípulo, a menudo llamado protegido o mentoreado, se embarcan en un viaje de aprendizaje mutuo, compartiendo experiencias a través de una relación especial en la que ambos aprenden. Personalmente lamento que no fue hasta los 30 años de edad en que experimenté el privilegio de tener un mentor. Si hubiera sido el beneficiario de la tutoría al principio de mi carrera, habría sido un mejor profesional y podría haber evitado muchos de los errores y decisiones equivocadas que tomé.
Desde entonces, descubrí que el aprendizaje exitoso implica un fuerte compromiso tanto del maestro (mentor) como del alumno. El mentor debe hacerlo con la humildad de un estudiante, dando lo mejor a quien o quienes están aprendiendo. Y aquellos a quienes se les enseña deben mostrar el entusiasmo de alguien que recibe un tesoro invaluable.
Ese tipo de enseñanza se remonta a miles de años en el pasado, incluso es una parte fundamental de la Biblia. En un ambiente cristiano, la tutoría se conoce mejor como «discipulado». Este proceso de aprendizaje único involucra al menos dos personajes: uno que se convierte en seguidor de Jesús mientras aprende, y el otro que aprende a ser un seguidor de Jesús de Nazaret mientras enseña.
Este concepto fue tan importante, que es de lo que decidió hablar Jesucristo al dar sus últimas palabras a sus discípulos antes de dejar este mundo en forma corporal. Él dijo: «Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado...» [Mateo 28:19-20]. Esta instrucción, conocida como la «Gran Comisión», representa lo que podríamos llamar hoy el «asunto principal», la verdadera misión de una organización. Él estaba definiendo la verdadera misión para cada uno de sus seguidores: hacer discípulos. Estableció el alcance de su acción: a todas las naciones, y dejó en claro cómo se iba a hacer el proceso: la enseñanza.
Obviamente, la enseñanza y el aprendizaje no se limitan a propósitos espirituales. Toda organización que invierta en actividades de aprendizaje y capacitación, que desarrolle a su personal al máximo de sus capacidades, obtendrá beneficios permanentes. Del mismo modo, la persona que invierte e sí misma en la «zona de aprendizaje» encontrará oportunidades inimaginables. El aprendizaje es una tarea que se comparte. Retener el conocimiento solo para nosotros, es egoísta. Como el apóstol Pablo escribió a su protegido Timoteo: «Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros» [2 Timoteo 2:2 RVR].
Armados con la experiencia de nuestro tiempo en la zona de aprendizaje, podemos pasar a la última etapa de nuestro viaje de desarrollo profesional: «La zona de crecimiento». Consideraremos esto en una futura edición del «Maná del Lunes».
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