Algunas de esas joyas son:
Tascalate (Chiapas): polvo rojo de maíz, cacao, achiote y canela, que guarda el calor de la tierra y revive la memoria.
Tejate (Oaxaca): fresco, espeso y coronado con espuma de flor de cacao, considerado “la bebida de los dioses”.
Tejuino (Occidente): fermento ligero de maíz, refrescante, alegre y festivo.
Tepache: fermento dulce de piña y piloncillo, burbujeante como las conversaciones que acompañan su vaso.
Todas tienen algo en común: nacieron de la necesidad de sostener la vida, pero también del deseo de celebrarla. Beberlas no era solo saciar la sed, sino crear comunidad, agradecer a la tierra y unir generaciones.
¿Y qué nos enseñan hoy?
Que todavía necesitamos esos espacios. Una taza de cacao, igual que un tejate o un tascalate, puede ser tu recordatorio de que lo sencillo también puede ser profundo, y que lo que compartimos se vuelve más valioso.
La próxima vez que prepares tu cacao, no lo tomes solo como bebida: tómalo como herencia viva que nos conecta con quienes vinieron antes y con quienes seguirán después.
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