Una de las
características de la mente humana que no deja de ser sorprendente pese a ser
tan común, es la tendencia constante a compararse. Si ponemos atención a nuestro “comentarista interno” durante el día (y parte de la
noche), nos daremos cuenta de que nuestro discurso mental está poblado de
comparaciones que surgen momento a momento frente a estímulos externos
(como objetos, personas y situaciones) o internos (como recuerdos,
proyecciones, y situaciones imaginarias.
Cuando
nos relacionamos con alguien, ya sea en el trabajo, en la calle, en la escuela,
o en el supermercado, de una manera más bien inconsciente realizamos una evaluación en cosa de milésimas de segundos, que nos sitúa a
nosotros mismos ya sea por sobre, por debajo o al mismo nivel de la otra
persona. Aunque las cosas en las que nos enfocamos al compararnos con otros
pueden ser infinitas, gran cantidad de ellas se reducen a la belleza física, la
fama, la riqueza material, y los talentos-cualidades. Si nos situamos como
alguien inferior al otro, naturalmente surge la inseguridad y la envidia, si
nos situamos por encima del otro, surge una suerte de condescendencia
orgullosa, y si nos situamos en el mismo lugar que el otro, surge la
competitividad.
Probablemente por un largo proceso evolutivo, los hombres
son más sensibles a compararse en cuanto a fuerza y poder frente a otros hombres, y las mujeres respecto a la belleza física de
otras mujeres. Los publicistas saben mucho de esto.
Cualquiera
sea la posición que vamos tomando en las numerosas comparaciones que realizamos
en un día, lo cierto es que es un proceso que toma una gran energía y que
refuerza la sensación de que estamos fundamentalmente separados unos de otros.
Si me siento superior, inferior o al mismo nivel que otro, demarco una línea
gruesa que me separa de ese otro y refuerzo la sensación de que 'yo soy mi
ego encapsulado' en este saco de piel, y
que estoy solo contra el mundo, mundo en el cual tengo que competir contra
otros para vencer. Sin embargo, si nos damos cuenta de que entre siete
billones de seres humanos siempre estaremos por sobre algunos y por debajo
de otros en todas las cualidades imaginables, veremos que la carrera por
“ganarle a los otros” no es sólo absurda y desgastante, sino que a una escala
global también está destruyendo el planeta. En un nivel, es como si en un mismo
cuerpo una mano compitiera con un pie, y secretamente deseara su fracaso, sin
darse cuenta que la muerte del pie está íntimamente relacionada con la muerte
de la mano.
La
comparación no es algo inevitable. Es un hábito que se cultiva y
se nutre. Y cuando nos damos cuenta que un hábito nos hace sufrir, a veces
es mejor no pelear contra el hábito, sino cultivar otros hábitos incompatibles
con ellos: una especia de aikido
psicológico. Ante los hábitos de compararse y competir, podemos
cultivar los hábitos incompatibles con ellos de agradecer y empatizar:
mientras la comparación y la competencia nos llevan al estrecho espacio
psicológico de la carencia, la gratitud y la empatía nos transportan al
amplio espacio de la abundancia.
Ahora,
una simple pregunta: ¿está entre esas las cualidades el
hecho de que tienes un cuerpo habilitado para moverse? Es probable que no… ¿por
qué? ¿Acaso esto no define esencialmente tu vida? Simplemente porque lo damos
por hecho. Sin embargo, si no pudieras mover tu cuerpo, como es la realidad de
miles de personas plenamente conscientes e
inteligentes, el mover el cuerpo cobraría toda la importancia del mundo.
Estamos saturados de cualidades notables por las que pagaríamos todo el
dinero que tenemos y más. En vez de ver lo que te falta, comienza a
reconocer tus tesoros. Reconocer lo privilegiado que somos, es parte de la
madurez psicológica.
Práctica
Aquí un
simple y efectivo ejercicio de la tradición Sufi: cada al día al despertar
toma conciencia y escribe en un cuaderno
tres cosas por las cuales dar gracias. Observa qué pasa con tu actitud ante la
vida si cultivas esta semana el hábito de la gratitud por las mañanas.
Respecto a
tu relación con los demás, trata de tomar conciencia de la tendencia de la
mente a compararte cuando estás (real o imaginariamente) con otros, y practica
lo siguiente: cuando surja la sensación
de superioridad, inferioridad y competencia -o incluso mejor antes de que aparezca-
busca lo que hay en común con la otra persona. Pregúntate ¿Qué tenemos en común
X y yo?
Esto es
particularmente interesante respecto a las personas que vemos como nuestros
enemigos, ya que tendemos a anular cualquier cosa en común que tengamos con
ellos. Más interesante aún si tomamos en serio a Carl Jung, que decía que lo
que detestamos en otros son los aspectos no reconocidos de nuestra propia personalidad, lo que él llamaba “la sombra”. Luego trae a tu
mente este simple mantra, cuya verdad es irrefutable: “Al igual que yo,
este ser humano quiere ser feliz y quiere evitar el sufrimiento”. Medita
sobre esto constantemente, y observa qué sucede contigo y con tus
relaciones
No hay comentarios.:
Publicar un comentario