Las emociones ocupan gran parte de nuestra vida y son la causa más importante de felicidad o infelicidad.
Como padres podemos y necesitamos educar las emociones. Todos
pensamos que un niño debe aprender a montar en bicicleta, comer con
cubiertos y aprender a escribir, y que los padres debemos ayudarles en
esos aprendizajes. Pero tan importante como esas habilidades está la
capacidad de autocontrolar la ira, reflexionar antes de actuar, saber si
estamos tristes y por qué.
Entender y controlar las
emociones es parte muy importante de la Atención Plena y su relación con la
inteligencia emocional y hoy sabemos que los niños que controlan sus
emociones son más felices y se adaptan mejor a la escuela.
¿Qué podemos hacer como padres para educar las emociones de nuestros hijos? Estas orientaciones van dirigidas a ello:
-Fijarse en las emociones de los niños, pensar qué estarán sintiendo,
“ponernos en su pellejo” (cosas insignificantes para nosotros pueden ser
terribles para ellos), ser concientes de sus sentimientos, no solo de
los negativos, también cuándo se sienten felices, orgullosos, etc.
-Identificar y ser conscientes de nuestras propias emociones y del modo
como las enfrentamos, nos ayudará a entender mejor las emociones de
nuestros hijos.
-Los adultos somos modelos para los niños
aunque no lo quieran. El niño aprenderá de sus padres a enfrentar sus
emociones a partir de la observación.
Si enfrentamos nuestras propias emociones adecuadamente, estaremos dando un buen ejemplo.
-Fijarnos en cómo juega el niño, qué dice a sus muñecos/as, etc., nos
puede indicar lo que está sintiendo, lo que le preocupa, de qué se
siente contento, etc.
-También las pesadillas ofrecen una
oportunidad de observar sus preocupaciones, miedos, etc. Hay que calmar
al niño después de una pesadilla y hacerle ver que lo que ha ocurrido no
es real, pero a la vez podemos aprender más de nuestro hijo.
-Enseñarle a expresar sus emociones a través de las palabras,
enseñándole los términos adecuados a sus sentimientos (“temeroso”,
“contento”, “preocupado”, “relajado”, “envidioso”, etc.)
-Ante
las emociones de los niños la mejor respuesta es darnos cuenta e
intentar entenderlas. Negarlas (quitarle importancia) o evitarlas
(distraer al niño o compensarle para que deje de sentirlas) suele ser
contraproducente.
-Ver las emociones como una oportunidad de
entrar en contacto afectivo con los niños, de entenderlos y luego poder
enseñarles, en vez de ver la emoción como un conflicto o un problema.
-Dar respuestas a las emociones antes de que se salgan fuera de
control. Hablar de las emociones antes de que estallen puede enseñar al
niño a enfrentar momentos de crisis, como podría ser el caso de las
rabietas.
- Animar a los niños a hablar de sus emociones, qué
sienten y cómo se encuentran. Hay que ayudarles a expresar sus emociones
a través de las palabras.
-Mostrarnos pacientes y cariñosos
ante sus emociones, escuchándoles e intentando entenderles es el primer
paso para intentar ayudarles y educarles.
-Cuando escuchamos
atentamente la expresión emocional de un niño le estamos enviando el
mensaje de que sus emociones nos importan.
-Además de las palabras debemos fijarnos en otras señales como el lenguaje no verbal o lenguaje corporal, el tono de voz, etc.
-A la hora de afrontar situaciones que crean malestar y emociones
negativas hay que ayudarles a pensar en soluciones y a que sean ellos
los que expresen sus propias ideas y soluciones.
- Es bueno
enseñar a los niños a nombrar sus emociones. Por ejemplo, si un niño
está llorando se le puede decir “Estás triste, ¿verdad?”, o si está
enrabietado el comentar: “Ya veo que estás muy enfadado”, le ayudará a
entender mejor sus emociones, al tiempo que se da cuenta que entendemos
lo que le pasa.
-También es importante el enseñar a
identificar las diferentes emociones. Para ello se puede jugar con
marionetas, con muñecos, o simplemente pintándose los dedos con
diferentes caras (triste, enfadado, alegre…) y haciendo que esos
“personajes” hablen y cuenten sus sentimientos.
-Hay que
hacerle ver al niño la diferencia entre los sentimientos y el
comportamiento. Un niño que siente celos de su hermano pequeño intenta
superar su frustración pegándole. Podemos aceptar el sentimiento del
niño y a la vez no aceptar su manera de comportarse.
-En esos
momentos, ayudaremos al niño si ponemos un nombre a ese sentimiento y
hacemos entender al niño sus emociones, pero también le decimos que no
es adecuado su comportamiento y que no lo vamos a tolerar, y por último
le ayudamos a buscar una solución más adecuada al problema o conflicto
con el que se encuentra.
A modo de ejemplo, le podríamos decir:
“Tu hermano te ha insultado y por eso te has enfadado. A mí me pasaría
lo mismo si me sintiera insultado. Pero no creo que hayas solucionado
nada habiéndole pegado. ¿cómo podrías actuar en otra situación
parecida?”
El mensaje que le transmitimos de esta manera sería:
-Me importa cómo te sientes
-Sé como te sientes (empatía)
-Tu puedes buscar una manera mejor de comportarte.
Una serendipia es ...
Una serendipia es un descubrimiento o hallazgo afortunado e inesperado. Así que espero que lo que aquí encuentres sea afortunado y útil para tu crecimiento, además que sea inesperado pues siempre se recibe todo gratamente cuando no tienes expectativas.
30 abril 2015
28 abril 2015
5 características de mirar dentro
Por lo general, el hombre mira afuera, no dentro de si mismo. Pero ocasionalmente un alma atrevida, deseando la inmortalidad, ha mirado dentro y se ha encontrado a sí mismo.
He aquí cinco características de ese ver:
Primera, nuestra verdadera naturaleza está siempre a la vista, disponible ahora, justo como uno es, y no requiere que el presunto veedor sea santo, o virtuoso, o instruido, o inteligente, o especial de ninguna manera.
Segunda, solo esto es ver real, el único tipo de ver que es a prueba de inexpertos. Este ver del sujeto —del único que ve— es una experiencia perfecta en contraste con el ver de los objetos.
Tercera, este ver profundiza cada vez más. Penetra hasta profundidades sin fondo de nuestro ser, hasta el Abismo desde donde surge todo.
Cuarta, esta experiencia, a pesar de toda su profundidad y misterio, es enteramente comunicable, porque es exactamente la misma para todos. Y es inevitablemente así, al ver que esta nada no tiene nada sobre lo que deferir, nada sobre lo que equivocarse, o simplemente personal o privado ¡Cuán diferente de todas esas otras experiencias que son tan difíciles!
Quinta y última, este ver está siempre disponible, cualquiera que sea nuestro estado de ánimo, lo que quiera que uno esté haciendo, sin importar cuán calmado o agitado acontezca que uno esté en ese momento. Es instantáneamente disponible, simplemente mirando dentro.
Douglas E. Harding
He aquí cinco características de ese ver:
Primera, nuestra verdadera naturaleza está siempre a la vista, disponible ahora, justo como uno es, y no requiere que el presunto veedor sea santo, o virtuoso, o instruido, o inteligente, o especial de ninguna manera.
Segunda, solo esto es ver real, el único tipo de ver que es a prueba de inexpertos. Este ver del sujeto —del único que ve— es una experiencia perfecta en contraste con el ver de los objetos.
Tercera, este ver profundiza cada vez más. Penetra hasta profundidades sin fondo de nuestro ser, hasta el Abismo desde donde surge todo.
Cuarta, esta experiencia, a pesar de toda su profundidad y misterio, es enteramente comunicable, porque es exactamente la misma para todos. Y es inevitablemente así, al ver que esta nada no tiene nada sobre lo que deferir, nada sobre lo que equivocarse, o simplemente personal o privado ¡Cuán diferente de todas esas otras experiencias que son tan difíciles!
Quinta y última, este ver está siempre disponible, cualquiera que sea nuestro estado de ánimo, lo que quiera que uno esté haciendo, sin importar cuán calmado o agitado acontezca que uno esté en ese momento. Es instantáneamente disponible, simplemente mirando dentro.
Douglas E. Harding
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27 abril 2015
Sobre la compasión
Cuando pensamos en todos los innumerables seres que han estado vagando impotentemente durante tanto tiempo, como ciegos que han perdido su camino; no podemos más que sentir una tremenda compasión por ellos.
La compasión por sí misma, sin embargo, no es suficiente; ellos necesitan ayuda. Pero en tanto que nuestras mentes estén limitadas todavía por el apego, el simplemente darles comida, vestimenta, dinero o simple afecto solo les traerá felicidad limitada y temporal. Lo que debemos hacer es encontrar la manera de liberarlos completamente del sufrimiento. Esto solo puede ser logrado si ponemos en práctica las enseñanzas que conducen a la iluminación.
La verdadera compasión se dirige de manera imparcial hacia todos los seres sensibles sin discriminar entre aquellos que son amigos y aquellos que consideramos enemigos. Con esta compasión constantemente presente en nuestra mente, debemos realizar cada acto positivo, así sea aún la ofrenda de una sola flor o recitar un solo mantra, con el deseo que pueda ser de beneficio para todos los seres vivientes sin excepción.
Los grandes maestros del pasado consideraban que la enseñanza más preciada es la de la inseparabilidad del vacío y de la compasión. Una y otra vez, cultivaban el amor, compasión, gozo y ecuanimidad – los cuatro pensamientos inconmensurables desde donde surge sin esfuerzo la habilidad para ayudar a otros. Reconocidos por practicar en absoluta adherencia a las enseñanzas, estos maestros se entrenaron a si mismos primero a través del cuidadoso estudio del Dharma y luego a través de la experiencia directa de la meditación.
Se dice que “El desear la felicidad para los otros, aún para aquellos que quieran dañarnos, es la fuente de la felicidad consumada.” Cuando alcanzamos este nivel, la compasión para todos los seres surge por si misma de una manera que es totalmente natural.
Todos los seres sensibles son iguales al desear querer ser felices y dejar de sufrir. La gran diferencia entre uno y los otros está en los números – solamente hay uno de mi pero hay incontables otros. Así que mi felicidad y sufrimiento es completamente insignificante comparado a la felicidad y sufrimiento del número infinito de seres. Lo que realmente importa es si los seres son felices o sufren. Debemos desear más la felicidad de los otros antes que la nuestra y sobre todo hacia aquellos que percibimos como enemigos y que nos maltratan. De otra manera, ¿De que sirve la compasión?
Dilgo Khyentse Rinpoche
La compasión por sí misma, sin embargo, no es suficiente; ellos necesitan ayuda. Pero en tanto que nuestras mentes estén limitadas todavía por el apego, el simplemente darles comida, vestimenta, dinero o simple afecto solo les traerá felicidad limitada y temporal. Lo que debemos hacer es encontrar la manera de liberarlos completamente del sufrimiento. Esto solo puede ser logrado si ponemos en práctica las enseñanzas que conducen a la iluminación.
La verdadera compasión se dirige de manera imparcial hacia todos los seres sensibles sin discriminar entre aquellos que son amigos y aquellos que consideramos enemigos. Con esta compasión constantemente presente en nuestra mente, debemos realizar cada acto positivo, así sea aún la ofrenda de una sola flor o recitar un solo mantra, con el deseo que pueda ser de beneficio para todos los seres vivientes sin excepción.
Los grandes maestros del pasado consideraban que la enseñanza más preciada es la de la inseparabilidad del vacío y de la compasión. Una y otra vez, cultivaban el amor, compasión, gozo y ecuanimidad – los cuatro pensamientos inconmensurables desde donde surge sin esfuerzo la habilidad para ayudar a otros. Reconocidos por practicar en absoluta adherencia a las enseñanzas, estos maestros se entrenaron a si mismos primero a través del cuidadoso estudio del Dharma y luego a través de la experiencia directa de la meditación.
Se dice que “El desear la felicidad para los otros, aún para aquellos que quieran dañarnos, es la fuente de la felicidad consumada.” Cuando alcanzamos este nivel, la compasión para todos los seres surge por si misma de una manera que es totalmente natural.
Todos los seres sensibles son iguales al desear querer ser felices y dejar de sufrir. La gran diferencia entre uno y los otros está en los números – solamente hay uno de mi pero hay incontables otros. Así que mi felicidad y sufrimiento es completamente insignificante comparado a la felicidad y sufrimiento del número infinito de seres. Lo que realmente importa es si los seres son felices o sufren. Debemos desear más la felicidad de los otros antes que la nuestra y sobre todo hacia aquellos que percibimos como enemigos y que nos maltratan. De otra manera, ¿De que sirve la compasión?
Dilgo Khyentse Rinpoche
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23 abril 2015
El amor puede decir "no"
No puedo repetir esto lo suficiente: La aceptación no es lo mismo que tolerar o condicionar una conducta violenta. Desde un lugar amoroso, nuestros corazones completamente abiertos al misterio, establecidos en un SÍ a la vida en todas sus formas, profundamente arraigados en una comprensión no dual, podemos dar un claro 'no.' Podemos abandonar nuestro juicio y sin embargo respetar nuestro discernimiento. Por ejemplo, podemos seguirle diciendo a la gente que ha asesinado, violado, torturado: "Has perdido tu derecho de andar libremente por donde sea, hasta que hayas sanado." Esto respeta sus heridas, así como las heridas de quienes han sido o podrían ser afectados por su 'comportamiento.' Aquí estamos diciendo 'no' a su comportamiento inconsciente pero no a su existencia, ni a su verdadera naturaleza oculta con la máscara del 'yo,' aquí no estamos diciendo que no a su capacidad de sanar, o incluso a su transformación.
Del mismo modo, podemos amar a alguien con todo nuestro corazón, sentir una profunda compasión y ternura hacia ellos, y aún así decir 'no' al hecho de pasar tiempo con ellos, o incluso verlos de nuevo. Nuestro 'no' surge desde un honesto 'SÍ' a la vida, a la verdad y a la autenticidad. Visto de este modo, un 'no' y un 'sí' no son opuestos, así como la luna no es lo opuesto al sol, sino igualmente bienvenidos en la incondicional vastedad del cielo.
El amor incondicional no necesita que nos convirtamos en un tapete, o que tengamos que tolerar la violencia, o esconder un 'no' con el fin de aparentar ser más 'espirituales' o que en verdad 'aceptamos,' lo que requiere, más bien, es honrar los límites sagrados con nuestros corazones bien abiertos y rebosantes de entereza y determinación.
Un límite real no separa, simplemente mantiene nuestros corazones abiertos para los demás, nos permite relacionarnos con honestidad y, por supuesto saber exactamente dónde estamos parados.
Jeff Foster
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22 abril 2015
Integración, la gran prueba
Durante mucho tiempo hemos vivido creyendo que teníamos que luchar contra la oscuridad, eliminarla, deshacernos de ella o liberarnos de su influencia con el poder de la luz. Pero, mientras lo hacíamos, no nos dábamos cuenta de que nos convertíamos exactamente en aquello que pretendíamos eliminar. De hecho, la palabra eliminar ya tiene connotaciones destructivas.
Enfrentarse a algo con una espada, aunque sea de luz, es energía de lucha.
Expulsar de un lugar a alguien, aunque sea en nombre de la luz, no sólo es invasivo sino que, además, es profundamente irrespetuoso.
Despreciar al que es oscuro genera separación y denota una gran ausencia de compasión.
Aunque nos cueste aceptarlo, en la oscuridad también hay luz. Pero no podremos verla si nos dejamos arrastrar por el miedo o el rechazo.
Es cierto que los seres a los que llamamos “oscuros” –estén encarnados o no– pueden hacer cosas horribles, pero también es cierto que nuestro desprecio puede potenciar su oscuridad. Y lo mismo sucede con la actitud de lucha. Si nos enfrentamos a ellos con la intención de eliminarlos, no sólo nos convertimos en oscuros nosotros mismos sino que, además, nos situamos en su terreno, involucrándonos en situaciones que generan cada vez más dolor y confusión.
Al mirar al otro como “oscuro”, una parte de mí se está sintiendo superior. Cuando creo que yo tengo la verdad y que el otro se equivoca, me estoy dejando llevar por el ego, que separa y critica, que juzga y condena al que es distinto a mí. ¿Es eso actuar desde la luz?
Yo creo que no. Creo que los seres humanos nos encontramos inmersos en la prueba de la integración desde hace mucho y que ésta es una de las más difíciles.
Ciertamente no resulta fácil ofrecer amor al que me daña. Sin embargo, tampoco es coherente declarar que se trabaja con la luz cuando uno trata a “la oscuridad” con oscuridad.
¿Qué hacer ante esta prueba? ¿Cómo superarla con honores cuando las costumbres adquiridas, los miedos y el enfoque nos incitan a despreciar y a protegernos, en vez de a integrar?
Integrar es aceptar que luz y oscuridad forman parte del Uno y que el fin de la lucha entre ambas se inicia cuando decidimos aprender a convivir.
De hecho convivimos, porque en esta realidad existe el bien y el mal, lo bonito y lo feo, el amor y el miedo. Pero convivimos sin querer convivir, oponiéndonos a lo que es. Despreciando la propia oscuridad, negándola. Atacando la oscuridad ajena para eliminarla.
Así luchamos constantemente contra algo que forma parte de nuestra realidad, generando cientos de situaciones de dolor.
Decimos a boca llena que la luz es más poderosa que la oscuridad, pero no la aplicamos cuando llega el momento. La luz es el amor, y el amor no separa, ni desprecia, ni lucha.
El amor respeta, reconoce e integra. Abraza, consuela, comprende. Ama. Es así como transforma al malo en bueno y al “oscuro” en luminoso.
Las barreras no se vencen con espadas y cañones. Puede que momentáneamente sí, pero es sólo cuestión de tiempo que se alcen nuevas barreras, mucho más altas y fuertes, en el mismo lugar. Porque la invasión provoca miedo, necesidad de protección, y la historia se convierte así en interminable.
Es incongruente afirmar que un chorro de luz acaba con la oscuridad cuando la luz nunca acabaría con nadie, y mucho menos contra su voluntad. La luz respeta la libertad de cada ser y su poder de decisión. No elimina, sino que integra: acepta, reconoce, ama.
Sí, resulta difícil para el ser humano amar al que le hiere, pero no imposible porque todos estamos dotados de luz. La llevamos en el corazón y sólo tenemos que dejar que el alma se exprese para que su perspectiva sea la que nos guíe a la hora de afrontar cualquier situación difícil.
El alma sabe cómo se hace, porque es pura luz, es amor, y el amor tiene muy bien aprendida la lección de la integración.
Alicia Sánchez Montalbán
Enfrentarse a algo con una espada, aunque sea de luz, es energía de lucha.
Expulsar de un lugar a alguien, aunque sea en nombre de la luz, no sólo es invasivo sino que, además, es profundamente irrespetuoso.
Despreciar al que es oscuro genera separación y denota una gran ausencia de compasión.
Aunque nos cueste aceptarlo, en la oscuridad también hay luz. Pero no podremos verla si nos dejamos arrastrar por el miedo o el rechazo.
Es cierto que los seres a los que llamamos “oscuros” –estén encarnados o no– pueden hacer cosas horribles, pero también es cierto que nuestro desprecio puede potenciar su oscuridad. Y lo mismo sucede con la actitud de lucha. Si nos enfrentamos a ellos con la intención de eliminarlos, no sólo nos convertimos en oscuros nosotros mismos sino que, además, nos situamos en su terreno, involucrándonos en situaciones que generan cada vez más dolor y confusión.
Al mirar al otro como “oscuro”, una parte de mí se está sintiendo superior. Cuando creo que yo tengo la verdad y que el otro se equivoca, me estoy dejando llevar por el ego, que separa y critica, que juzga y condena al que es distinto a mí. ¿Es eso actuar desde la luz?
Yo creo que no. Creo que los seres humanos nos encontramos inmersos en la prueba de la integración desde hace mucho y que ésta es una de las más difíciles.
Ciertamente no resulta fácil ofrecer amor al que me daña. Sin embargo, tampoco es coherente declarar que se trabaja con la luz cuando uno trata a “la oscuridad” con oscuridad.
¿Qué hacer ante esta prueba? ¿Cómo superarla con honores cuando las costumbres adquiridas, los miedos y el enfoque nos incitan a despreciar y a protegernos, en vez de a integrar?
Integrar es aceptar que luz y oscuridad forman parte del Uno y que el fin de la lucha entre ambas se inicia cuando decidimos aprender a convivir.
De hecho convivimos, porque en esta realidad existe el bien y el mal, lo bonito y lo feo, el amor y el miedo. Pero convivimos sin querer convivir, oponiéndonos a lo que es. Despreciando la propia oscuridad, negándola. Atacando la oscuridad ajena para eliminarla.
Así luchamos constantemente contra algo que forma parte de nuestra realidad, generando cientos de situaciones de dolor.
Decimos a boca llena que la luz es más poderosa que la oscuridad, pero no la aplicamos cuando llega el momento. La luz es el amor, y el amor no separa, ni desprecia, ni lucha.
El amor respeta, reconoce e integra. Abraza, consuela, comprende. Ama. Es así como transforma al malo en bueno y al “oscuro” en luminoso.
Las barreras no se vencen con espadas y cañones. Puede que momentáneamente sí, pero es sólo cuestión de tiempo que se alcen nuevas barreras, mucho más altas y fuertes, en el mismo lugar. Porque la invasión provoca miedo, necesidad de protección, y la historia se convierte así en interminable.
Es incongruente afirmar que un chorro de luz acaba con la oscuridad cuando la luz nunca acabaría con nadie, y mucho menos contra su voluntad. La luz respeta la libertad de cada ser y su poder de decisión. No elimina, sino que integra: acepta, reconoce, ama.
Sí, resulta difícil para el ser humano amar al que le hiere, pero no imposible porque todos estamos dotados de luz. La llevamos en el corazón y sólo tenemos que dejar que el alma se exprese para que su perspectiva sea la que nos guíe a la hora de afrontar cualquier situación difícil.
El alma sabe cómo se hace, porque es pura luz, es amor, y el amor tiene muy bien aprendida la lección de la integración.
Alicia Sánchez Montalbán
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21 abril 2015
La suprema indiferencia
En un amplio patio de la casa más elevada del poblado, descansaba una
sabia anciana cuyo rostro se decía que inspiraba una extraña mezcla
entre misericordia y firmeza. Era conocida por el nombre de RAMALA, y de
todos era sabido que sus palabras parecían brotar del manantial de la
eterna sabiduría.
Un día de sol, en el que la anciana se hallaba meditando bajo la sombra de una vieja higuera, se presentó ante el umbral de su casa un joven que dijo:
"Sabia amiga ¿Puedo pasar?"
"La puerta está abierta". Respondió RAMALA.
El joven, cruzando el umbral y acercándose hasta la anciana, dijo:
"Me llamo Magén y trabajo como artista. Mis realizaciones son sinceras y plenas de sentimiento, sin embargo, tengo un gran problema: Me atormentan las críticas que se hacen de mi obra y de mi persona. Vivo obsesionado por la perturbación de las descalificaciones y, por más que trato de que no me afecten, terminan por esclavizarme...
"Sigue, explícame todo lo que te pasa". Dijo la anciana mirándole con amor y comprensión.
"Puede decirse que para tomar cualquier decisión", contestó Magén, "necesito la aprobación de los demás. Y sucede que cuando me piden algo que no puedo de inmediato complacer, la tensión que de pronto, inunda mi pecho, me llega a quitar el sueño. En realidad, no sé decir "no" y por temor a que no me quieran no me permito ser yo mismo con todas las consecuencias. Sé que eres sabia y que tu fama de sanadora alcanza los horizontes más alejados. Dicen también que tus remedios son extraños, y sin embargo no me falta confianza para acudir a ti, a fin de conseguir la paz que tanto necesito".
RAMALA, mirando al joven con suave firmeza le dijo:
"Si quieres realmente curarte, deberás dirigirte al cementerio de la ciudad. Una vez allí, procede a insultar y calumniar a los muertos. Deberás pronunciar los peores y más indeseables juicios. Cuando lo hayas realizado, vuelve y relátame lo que te haya sucedido".
Ante esta respuesta, Magén aunque se hallaba un tanto desconcertado por no entender el porqué de tal remedio, se despidió y salió de aquella casa.
A día siguiente, se presentó de nuevo ante RAMALA.
" Y bien, ¿fuiste al cementerio?". Pregunto éste.
"Sí". Contestó MAGÉN en un tono algo decepcionado.
"¿Y qué te contestaron los muertos?" dijo RAMALA.
"Pues en realidad", respondió Magén en tono incrédulo, "no me contestaron nada, estuve tres horas profiriendo toda clase de críticas e insultos, y en realidad, ni se inmutaron".
La anciana sin variar el tono de su voz le dijo a continuación:
"Escúchame atentamente. Vas a volver nuevamente al cementerio, pero en esta ocasión, vas a dirigirte a los muertos profiriendo todos los elogios, adulaciones y halagos que seas capaz de sentir e imaginar".
La firmeza de la mujer eliminó las dudas de la mente del joven que tras despedirse, se retiró de inmediato.
Al día siguiente MAGÉN volvió a presentarse en la casa...
"¿Y bien?" preguntó RAMALA.
"Nada". Contestó MAGÉN en un tono muy abatido y desesperanzado. "Durante tres horas ininterrumpidas, he recorrido las tumbas y he articulado las palabras más hermosos acerca de sus vidas, y también he destacado las cualidades más generosas y benéficas que difícilmente pudieron oír en sus días sobre la tierra, y me pregunto: ¿Qué ha pasado? Pues nada, no ha pasado nada. Allí, ni se inmutaron ni respondieron. Todo continuó igual a pesar de mi entrega y esfuerzo. Así que me pregunto ¿dónde está la eficacia de esa extraña medicina? ¿eso es todo?" interpeló el joven con cierto escepticismo.
"Sí" Contestó RAMALA mirándole a los ojos de forma dulce y contundente. "Eso es todo... porque así debes ser tú MAGÉN:
INDIFERENTE COMO UN MUERTO A LOS HALAGOS E INSULTOS DEL MUNDO
Sé tu mismo, imperturbable e infectado más allá de los claros y los oscuros del mundo superficial.
Recupera el poder que has dado a los demás y confía en la perfección del Universo que se expresa a través de tus errores y aciertos.
José María Doria
Un día de sol, en el que la anciana se hallaba meditando bajo la sombra de una vieja higuera, se presentó ante el umbral de su casa un joven que dijo:
"Sabia amiga ¿Puedo pasar?"
"La puerta está abierta". Respondió RAMALA.
El joven, cruzando el umbral y acercándose hasta la anciana, dijo:
"Me llamo Magén y trabajo como artista. Mis realizaciones son sinceras y plenas de sentimiento, sin embargo, tengo un gran problema: Me atormentan las críticas que se hacen de mi obra y de mi persona. Vivo obsesionado por la perturbación de las descalificaciones y, por más que trato de que no me afecten, terminan por esclavizarme...
"Sigue, explícame todo lo que te pasa". Dijo la anciana mirándole con amor y comprensión.
"Puede decirse que para tomar cualquier decisión", contestó Magén, "necesito la aprobación de los demás. Y sucede que cuando me piden algo que no puedo de inmediato complacer, la tensión que de pronto, inunda mi pecho, me llega a quitar el sueño. En realidad, no sé decir "no" y por temor a que no me quieran no me permito ser yo mismo con todas las consecuencias. Sé que eres sabia y que tu fama de sanadora alcanza los horizontes más alejados. Dicen también que tus remedios son extraños, y sin embargo no me falta confianza para acudir a ti, a fin de conseguir la paz que tanto necesito".
RAMALA, mirando al joven con suave firmeza le dijo:
"Si quieres realmente curarte, deberás dirigirte al cementerio de la ciudad. Una vez allí, procede a insultar y calumniar a los muertos. Deberás pronunciar los peores y más indeseables juicios. Cuando lo hayas realizado, vuelve y relátame lo que te haya sucedido".
Ante esta respuesta, Magén aunque se hallaba un tanto desconcertado por no entender el porqué de tal remedio, se despidió y salió de aquella casa.
A día siguiente, se presentó de nuevo ante RAMALA.
" Y bien, ¿fuiste al cementerio?". Pregunto éste.
"Sí". Contestó MAGÉN en un tono algo decepcionado.
"¿Y qué te contestaron los muertos?" dijo RAMALA.
"Pues en realidad", respondió Magén en tono incrédulo, "no me contestaron nada, estuve tres horas profiriendo toda clase de críticas e insultos, y en realidad, ni se inmutaron".
La anciana sin variar el tono de su voz le dijo a continuación:
"Escúchame atentamente. Vas a volver nuevamente al cementerio, pero en esta ocasión, vas a dirigirte a los muertos profiriendo todos los elogios, adulaciones y halagos que seas capaz de sentir e imaginar".
La firmeza de la mujer eliminó las dudas de la mente del joven que tras despedirse, se retiró de inmediato.
Al día siguiente MAGÉN volvió a presentarse en la casa...
"¿Y bien?" preguntó RAMALA.
"Nada". Contestó MAGÉN en un tono muy abatido y desesperanzado. "Durante tres horas ininterrumpidas, he recorrido las tumbas y he articulado las palabras más hermosos acerca de sus vidas, y también he destacado las cualidades más generosas y benéficas que difícilmente pudieron oír en sus días sobre la tierra, y me pregunto: ¿Qué ha pasado? Pues nada, no ha pasado nada. Allí, ni se inmutaron ni respondieron. Todo continuó igual a pesar de mi entrega y esfuerzo. Así que me pregunto ¿dónde está la eficacia de esa extraña medicina? ¿eso es todo?" interpeló el joven con cierto escepticismo.
"Sí" Contestó RAMALA mirándole a los ojos de forma dulce y contundente. "Eso es todo... porque así debes ser tú MAGÉN:
INDIFERENTE COMO UN MUERTO A LOS HALAGOS E INSULTOS DEL MUNDO
Sé tu mismo, imperturbable e infectado más allá de los claros y los oscuros del mundo superficial.
Recupera el poder que has dado a los demás y confía en la perfección del Universo que se expresa a través de tus errores y aciertos.
José María Doria
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17 abril 2015
La vida es bella
Abre tu corazón y tu mente para disfrutar de la hermosura cotidiana.
¿Cómo caminas por la vida? ¿Eres de las personas que van embrollados en sus propios pensamientos y no aprecian nada a su alrededor? ¿Cómo te relacionas con los demás? ¿Estás siempre pensando en lo que podrían mejorar, sin darte cuenta de sus capacidades y talentos? ¿Qué pasa en tu interior cuando contemplas a una persona siendo extremadamente bondadosa o compasiva?
La forma en la que respondes a las preguntas anteriores tiene que ver con la fortaleza de carácter llamada aprecio de la belleza y la excelencia. Algunas personas van por la vida con los ojos cerrados o como si tuvieran un campo de visión limitado, sólo fijándose en lo que en ese momento les interesa, sin darse cuenta de todo lo bello y excelente que las rodea. Otras personas enriquecen su vida por medio de la contemplación cotidiana de la hermosura.
Como fortaleza, el aprecio a la belleza y la excelencia se refiere a la habilidad para encontrar, reconocer y obtener placer de la existencia del bien en los mundos físico y social . Por ejemplo, una persona que tiene ésta entre sus principales fortalezas puede deleitarse en cualquier lugar en el que esté porque descubre la belleza de una florecita, la admirable estructura de una obra de ingeniería, se da cuenta de la música de fondo que hay en un lugar o se admira de la excelencia que las personas muestran en diferentes tareas. Existen tres tipos principales de aprecio: 1) La sensibilidad hacia la belleza física; 2) La admiración por las habilidades o talentos en los que sobresalen las personas; 3) El aprecio de la virtud o bondad moral. Quienes tienen la mente y el corazón abiertos a la belleza y la excelencia experimentan más alegría en la vida cotidiana, nuevas maneras de encontrar sentido a su vida y se relacionan de manera más profunda con los demás.
Sensibilidad a la belleza física
Este aspecto de la fortaleza del aprecio permite a las personas experimentar asombro o maravillarse al encontrar belleza en el camino al trabajo, al ver una obra de arte, al observar una competencia deportiva o simplemente al observar los rostros humanos. Una persona con sensibilidad estética no sólo aprecia la belleza que encuentra, sino que disfruta al realizar actividades que le permiten un mayor contacto con el arte y tiene facilidad para crear una armonía visual en sus espacios personales, como su casa u oficina.
La admiración por las habilidades o talentos
Consiste en darse cuenta y valorar la forma única en la que otras personas trabajan o resuelven situaciones diarias. Al contemplar la excelencia en las habilidades de otros, experimentan admiración y respeto genuinos, en lugar de sentir envidia o deseos de competir. Las personas se sienten inspiradas por los talentos de los demás para a su vez mejorar o perfeccionar sus habilidades.
El aprecio de la virtud o bondad moral
Ocurre cuando se experimenta asombro al observar despliegues extraordinarios de bondad, compasión, perdón, amor o cualquier otra virtud. El corazón se expande al ser testigo de las cualidades y virtudes que nos hacen realmente humanos y la persona siente elevación moral, es decir, el deseo de actuar de manera ética y virtuosa.
El aprecio de la belleza y la excelencia es una fortaleza que nos pone en contacto con la trascendencia. Si deseas ejercitarla con mayor frecuencia puedes apoyarte en tu curiosidad y amor por aprender, así como en la gratitud y la espiritualidad.
[1] PETERSON, Ch.; SELIGMAN, M. Character Strengths and Virtues: a Handbook and Classification. APA, Oxford University Press. NY, 2004.
Tomado de: http://cienciasdelafelicidad.mx/blog/la-vida-es-bella?locale=es-MX#sthash.peCix0Dd.dpuf
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13 abril 2015
Ya me cansé
Ya me cansé de cansarme, de enojarme, de lastimarme; de ser igual por miedo a equivocarme.
Ya me cansé de ser "normal", de hacer todo mal.
Ya me cansé de arruinar el futuro con el pasado, de pisar el presente; de estar ausente.
¡Ya me cansé!
Quiero ser diferente a esa gente que no siente; quiero ser un loco cuando el cuerdo esté demente.
Ya me cansé de pensar, ya no pienso juzgar; ya me cansé de atar a los problemas a mis ganas de volar.
Ya me cansé de necesitar; de ahora en adelante, lo que quiero lo voy a soltar.
Ya me cansé de ser la pesadilla de mis sueños, de dormirlos y hacerlos pequeños.
Ya me cansé de creer lo que me dijeron que tenía que creer, de hacer lo que se supone que debo hacer. ¡Ya me cansé del miedo! Del quiero y no puedo.
Voy a ser feliz, no importa que eso le cueste la vida al que no quiero ser.
Nicolás Andreoli
Ya me cansé de ser "normal", de hacer todo mal.
Ya me cansé de arruinar el futuro con el pasado, de pisar el presente; de estar ausente.
¡Ya me cansé!
Quiero ser diferente a esa gente que no siente; quiero ser un loco cuando el cuerdo esté demente.
Ya me cansé de pensar, ya no pienso juzgar; ya me cansé de atar a los problemas a mis ganas de volar.
Ya me cansé de necesitar; de ahora en adelante, lo que quiero lo voy a soltar.
Ya me cansé de ser la pesadilla de mis sueños, de dormirlos y hacerlos pequeños.
Ya me cansé de creer lo que me dijeron que tenía que creer, de hacer lo que se supone que debo hacer. ¡Ya me cansé del miedo! Del quiero y no puedo.
Voy a ser feliz, no importa que eso le cueste la vida al que no quiero ser.
Nicolás Andreoli
10 abril 2015
El poder sanador de un viaje
Mi padre es un ser de pocas palabras y muchas emociones, aunque rara vez las demuestra. Me da la impresión que dentro de él hay un torbellino sucediendo que no sabe cómo salir. Así lo educaron. Mis abuelos fueron duros, estrictos, chapados a la antigua. Siempre he pensado que la gente que expresa poco es porque siente demasiado, nos gusta llamarlos insensibles y no hay un termino más alejado.
Unos meses después de que murió mi madre le dije a mi padre que nos fuéramos de viaje, lejos, muy lejos. Quería llevarlo a un lugar donde ninguno de nosotros tuviéramos recuerdos. Donde todo fuera nuevo, una hoja en blanco sin espacio a la nostalgia.
Le dije al productor de la obra de teatro en la que trabajaba en ese entonces que me iría de viaje. Más que una solicitud de permiso era un aviso de ausencia. Si lo aceptaba regresaría después de diez días, si no lo aceptaba ya no regresaría. Estaba decidido.
Partimos a China un lunes por la noche. Mi hermano, mi Papá y yo. Armé todo un itinerario lleno de lugares exóticos y con el toque futurista de la Expo Shanghai 2010. Todo era espectacular, grandioso, luminoso y brutal.
Desde que llegamos mi padre se la pasó quejándose. Que si olían mal los chinos, que si la comida estaba asquerosa, que había muchas filas. Después de toda una vida de conocerlo sabía que esa era su forma de decirme, gracias, estoy en un lugar que jamás pensé visitar, en un sitio donde la gente es diferente y la comida es algo nuevo. Gracias, pero no sé cómo agradecerte.
Después de unos días en Shanghai, otro par en Nanjing y varios trenes nocturnos llegamos a la espectacular montaña Huangshan. La más bella del país para muchos. Organicé nuestro recorrido para pasar un noche en la cima y ver al día siguiente el amanecer desde un espectacular mirador.
Mientras subíamos la montaña, los lugares se hacían más y más bellos. Rocas de formas caprichosas, árboles que parecían sacados de una postal, lagos que se me antojaban imposibles y escaleras tan altas que parecían llegar al cielo. ¡Al cielo! Mi padre comenzó a llorar. Me dijo -Estamos tan cerca de ella, estamos muy cerquita-. Pocas veces en mi vida lo había visto así. Y tenía razón. Lo había llevado del otro lado del mundo a un lugar completamente desconocido y terminamos acercándonos a nuestras nostalgias más que nunca. Nos acercamos al cielo, al lugar donde nos gusta pensar que está mi madre.
Al día siguiente observamos uno de los más hermosos amaneceres con un mar de nubes a nuestros pies.
Mi padre siguió quejándose todo el viaje, a su manera. El último día llegué a pensar que en realidad me había equivocado. Que los viajes no son para todos y hay gente que realmente no los disfruta.
Después de unos meses secretamente descubrí a mi Papá contándoles sobre su viaje a unos amigos. Su relato era efusivo, alegre, exótico, te atrapaba. Todos los detalles de los cuales se quejó durante la travesía eran ahora el aderezo cómico de su aventura, se antojaba estar allí en ese sitio donde nos acercamos al cielo para saludar al recuerdo y sanar nuestras penas.
Alan Estrada
Tomado de: http://www.alanxelmundo.com/2014/06/05/el-poder-sanador-de-un-viaje
Unos meses después de que murió mi madre le dije a mi padre que nos fuéramos de viaje, lejos, muy lejos. Quería llevarlo a un lugar donde ninguno de nosotros tuviéramos recuerdos. Donde todo fuera nuevo, una hoja en blanco sin espacio a la nostalgia.
Le dije al productor de la obra de teatro en la que trabajaba en ese entonces que me iría de viaje. Más que una solicitud de permiso era un aviso de ausencia. Si lo aceptaba regresaría después de diez días, si no lo aceptaba ya no regresaría. Estaba decidido.
Partimos a China un lunes por la noche. Mi hermano, mi Papá y yo. Armé todo un itinerario lleno de lugares exóticos y con el toque futurista de la Expo Shanghai 2010. Todo era espectacular, grandioso, luminoso y brutal.
Desde que llegamos mi padre se la pasó quejándose. Que si olían mal los chinos, que si la comida estaba asquerosa, que había muchas filas. Después de toda una vida de conocerlo sabía que esa era su forma de decirme, gracias, estoy en un lugar que jamás pensé visitar, en un sitio donde la gente es diferente y la comida es algo nuevo. Gracias, pero no sé cómo agradecerte.
Después de unos días en Shanghai, otro par en Nanjing y varios trenes nocturnos llegamos a la espectacular montaña Huangshan. La más bella del país para muchos. Organicé nuestro recorrido para pasar un noche en la cima y ver al día siguiente el amanecer desde un espectacular mirador.
Mientras subíamos la montaña, los lugares se hacían más y más bellos. Rocas de formas caprichosas, árboles que parecían sacados de una postal, lagos que se me antojaban imposibles y escaleras tan altas que parecían llegar al cielo. ¡Al cielo! Mi padre comenzó a llorar. Me dijo -Estamos tan cerca de ella, estamos muy cerquita-. Pocas veces en mi vida lo había visto así. Y tenía razón. Lo había llevado del otro lado del mundo a un lugar completamente desconocido y terminamos acercándonos a nuestras nostalgias más que nunca. Nos acercamos al cielo, al lugar donde nos gusta pensar que está mi madre.
Al día siguiente observamos uno de los más hermosos amaneceres con un mar de nubes a nuestros pies.
Mi padre siguió quejándose todo el viaje, a su manera. El último día llegué a pensar que en realidad me había equivocado. Que los viajes no son para todos y hay gente que realmente no los disfruta.
Después de unos meses secretamente descubrí a mi Papá contándoles sobre su viaje a unos amigos. Su relato era efusivo, alegre, exótico, te atrapaba. Todos los detalles de los cuales se quejó durante la travesía eran ahora el aderezo cómico de su aventura, se antojaba estar allí en ese sitio donde nos acercamos al cielo para saludar al recuerdo y sanar nuestras penas.
Alan Estrada
Tomado de: http://www.alanxelmundo.com/2014/06/05/el-poder-sanador-de-un-viaje
06 abril 2015
Sal con un valiente
No existe hombre tan cobarde como para que el amor no pueda hacerlo valiente y transformarlo en héroe. -Platón
El mensaje es claro: sal con un valiente. Esto no quiere decir que intentes, a ser posible, salir con un valiente, no. Quiere decir que salgas con un valiente. Con un valiente o nada.
Nadie debería enamorarse de alguien que, tras el tiempo suficiente, no sea capaz de decirte: “mi apuesta eres tú”. All in. Todo el mundo merece escuchar, al menos, un “¿sabes qué?, me la juego contigo”.
Al igual que tú, he visto a personas reaprender un deporte tras perder algunas partes de su cuerpo; he visto a gente trabajar meses o incluso años sin cobrar y a otros trabajar en un restaurante de comida rápida para terminar y ponerse a escribir, pintar o bailar porque eso no les da aún de comer; y he visto a un hombre que no puede vocalizar ni coger un lápiz revolucionar la ciencia… Y aún así, siempre hay alguien que dice: “no, es que no es mi momento”, “es que estoy centrado en mi trabajo”, “es que salgo de una relación” y demás excusas para llevarse el polvo pero dejar el mueble. Si hay amor se encuentra la manera.
Vivimos en una época donde no hay dragones que matar ni tierras que conquistar, y donde el acceso a recursos y las oportunidades son tan abundantes que saber lo que se quiere e ir tras ello constituyen el único espacio para el heroísmo. Hoy, el (principal) problema no es que no se pueda, sino que no se quiera lo suficiente. La mayoría de cosas que no hacemos no es por dificultad, es por falta de amor.
Creo que la valentía es el valor más grande que puede tener un ser humano. Un valiente arriesga, elige, toma partido, se hace responsable y crea su destino. Es el capitán de los optimistas, pues no solo ve lo bueno sino que lo persigue sin negociar. Una persona así solo puede hacer tu vida más rica.
Como le gusta decir a Álex Rovira, “el coraje, más que la ausencia de miedo es la consciencia de que hay algo por lo que merece la pena que arriesguemos. El coraje es la fuerza del amor al servicio de la consciencia”. Y es que coraje y amor son atributos que se ven en el espejo: el que ama, arriesga y el que arriesga, ama.
“Detrás de alguien que arriesga, hay alguien que ama.”
Cuando no sepas dónde están esos valientes, fíjate en los que dicen sí diciendo no, pues detrás de alguien que renuncia hay una persona que elige, detrás de alguien que elige hay una persona que arriesga y detrás de alguien que arriesga hay una persona enamorada. Donde hay un valiente, hay un amante.
Lo que diferencia a alguien valiente de un “cobarde” es que no se queda parado ante la bifurcación pensando en lo que pierde o en lo que renuncia, sino que ve en ti una victoria y ganancia suficiente como para no tener que mirar atrás. No se echa a un lado pensando que siempre puede venir algo mejor, porque acepta que el mundo es imperfecto, que tú lo eres… que los dos lo sois. Sabe que lo importante no es ni la realidad, ni lo que hay, sino lo que podéis llegar a crear, y para eso no hace falta ser perfectos, hace falta ponerse manos a la obra.
Un persona valiente no está pensando en las chicas o en los chicos que deja escapar, está pensando en ti. Eres su apuesta y su elección, y cualquier otro lugar le parece segunda división.
Nunca verás a un valiente haciendo una lista de pros y contras, porque para ellos el amor no es un mercado ni tú un producto más. Las decisiones racionales las deja para los yogures o las hipotecas, nunca para sus sueños. Nadie se hizo rico apostando en pequeñas cantidades.
“Los valientes se la juegan porque “esa aventura no se la pierden”.
Si lo piensas bien, muchos de los dolores de cabeza amorosos que has tenido podrían haberse evitado saliendo con un valiente. Así que, la próxima vez que vayas al mercado de parejas de viaje, solo tienes que abrir los ojos y mirar de una forma que quizás no hayas hecho antes: en lugar de buscar por la categoría belleza, profesión, estudios, o dinero, busca por la categoría sé quién soy/sé que quiero. Desconfía de lo pulcro, los cánones y lo resplandeciente, y fíate de la sangre y lo sucio, pues los valientes están llenos de arañazos y cicatrices, aunque a veces no se vean. Los valientes se baten el cobre, son los que bajan a la arena y se la juegan porque esa aventura "no se la pierden". Es muy difícil encontrar a un valiente con el traje impoluto.
Un valiente no entiende la estúpida forma que tiene la cultura de valorar el éxito o el fracaso y la pérdida o la ganancia, pues cree que a nadie que lo ha dado todo se le puede exigir nada y que lo único que verdaderamente se puede perder en la vida no es una pareja, un partido, un sueldo, etc., ellos saben que lo único que verdaderamente se pierde en la vida son oportunidades.
Pablo Arribas
El mensaje es claro: sal con un valiente. Esto no quiere decir que intentes, a ser posible, salir con un valiente, no. Quiere decir que salgas con un valiente. Con un valiente o nada.
Nadie debería enamorarse de alguien que, tras el tiempo suficiente, no sea capaz de decirte: “mi apuesta eres tú”. All in. Todo el mundo merece escuchar, al menos, un “¿sabes qué?, me la juego contigo”.
Al igual que tú, he visto a personas reaprender un deporte tras perder algunas partes de su cuerpo; he visto a gente trabajar meses o incluso años sin cobrar y a otros trabajar en un restaurante de comida rápida para terminar y ponerse a escribir, pintar o bailar porque eso no les da aún de comer; y he visto a un hombre que no puede vocalizar ni coger un lápiz revolucionar la ciencia… Y aún así, siempre hay alguien que dice: “no, es que no es mi momento”, “es que estoy centrado en mi trabajo”, “es que salgo de una relación” y demás excusas para llevarse el polvo pero dejar el mueble. Si hay amor se encuentra la manera.
Vivimos en una época donde no hay dragones que matar ni tierras que conquistar, y donde el acceso a recursos y las oportunidades son tan abundantes que saber lo que se quiere e ir tras ello constituyen el único espacio para el heroísmo. Hoy, el (principal) problema no es que no se pueda, sino que no se quiera lo suficiente. La mayoría de cosas que no hacemos no es por dificultad, es por falta de amor.
Creo que la valentía es el valor más grande que puede tener un ser humano. Un valiente arriesga, elige, toma partido, se hace responsable y crea su destino. Es el capitán de los optimistas, pues no solo ve lo bueno sino que lo persigue sin negociar. Una persona así solo puede hacer tu vida más rica.
Como le gusta decir a Álex Rovira, “el coraje, más que la ausencia de miedo es la consciencia de que hay algo por lo que merece la pena que arriesguemos. El coraje es la fuerza del amor al servicio de la consciencia”. Y es que coraje y amor son atributos que se ven en el espejo: el que ama, arriesga y el que arriesga, ama.
“Detrás de alguien que arriesga, hay alguien que ama.”
Cuando no sepas dónde están esos valientes, fíjate en los que dicen sí diciendo no, pues detrás de alguien que renuncia hay una persona que elige, detrás de alguien que elige hay una persona que arriesga y detrás de alguien que arriesga hay una persona enamorada. Donde hay un valiente, hay un amante.
Lo que diferencia a alguien valiente de un “cobarde” es que no se queda parado ante la bifurcación pensando en lo que pierde o en lo que renuncia, sino que ve en ti una victoria y ganancia suficiente como para no tener que mirar atrás. No se echa a un lado pensando que siempre puede venir algo mejor, porque acepta que el mundo es imperfecto, que tú lo eres… que los dos lo sois. Sabe que lo importante no es ni la realidad, ni lo que hay, sino lo que podéis llegar a crear, y para eso no hace falta ser perfectos, hace falta ponerse manos a la obra.
Un persona valiente no está pensando en las chicas o en los chicos que deja escapar, está pensando en ti. Eres su apuesta y su elección, y cualquier otro lugar le parece segunda división.
Nunca verás a un valiente haciendo una lista de pros y contras, porque para ellos el amor no es un mercado ni tú un producto más. Las decisiones racionales las deja para los yogures o las hipotecas, nunca para sus sueños. Nadie se hizo rico apostando en pequeñas cantidades.
“Los valientes se la juegan porque “esa aventura no se la pierden”.
Si lo piensas bien, muchos de los dolores de cabeza amorosos que has tenido podrían haberse evitado saliendo con un valiente. Así que, la próxima vez que vayas al mercado de parejas de viaje, solo tienes que abrir los ojos y mirar de una forma que quizás no hayas hecho antes: en lugar de buscar por la categoría belleza, profesión, estudios, o dinero, busca por la categoría sé quién soy/sé que quiero. Desconfía de lo pulcro, los cánones y lo resplandeciente, y fíate de la sangre y lo sucio, pues los valientes están llenos de arañazos y cicatrices, aunque a veces no se vean. Los valientes se baten el cobre, son los que bajan a la arena y se la juegan porque esa aventura "no se la pierden". Es muy difícil encontrar a un valiente con el traje impoluto.
Un valiente no entiende la estúpida forma que tiene la cultura de valorar el éxito o el fracaso y la pérdida o la ganancia, pues cree que a nadie que lo ha dado todo se le puede exigir nada y que lo único que verdaderamente se puede perder en la vida no es una pareja, un partido, un sueldo, etc., ellos saben que lo único que verdaderamente se pierde en la vida son oportunidades.
Pablo Arribas
03 abril 2015
La pantalla
Imagina una pantalla perfecta. Nunca desaparece. Siempre está
presente. Permitiendo que todo tipo de películas se proyecten en ella -
películas de guerra, de terror, comedias, suspenso. Películas tristes,
películas alegres - la pantalla ofrece un hogar para cada una de ellas.
Las películas vienen y van, pero la pantalla siempre está ahí. La
pantalla nunca es lastimada o dañada, ni siquiera por la película más violenta o intensa.
Cuando estás viendo una película, y estás absorto en su historia, nunca estás consciente de la pantalla. Eres arrastrado por el drama. Las ubicaciones cambian, los paisajes varían, viajas hacia el pasado y hacia el futuro. Los personajes nacen y mueren. Se libran batallas, se derraman lágrimas, se hacen y se deshacen conexiones. Todo esto sucede en una pantalla que nunca cambia, que nunca se mueve, que nunca viaja en el tiempo, que nunca nace y nunca muere. Lo único que es esencial - la inmutable pantalla - jamás forma parte de la historia. Y así, sin pantalla, no podría haber película, para empezar.
Cuando sales de la sala de cine, podrías pensar que estuviste viendo una película toda la noche, pero en realidad lo único que estuviste viendo fue una pantalla que nunca se movió. Estuviste viendo algo que jamás cambió, que jamás hizo nada, algo que no tiene ninguna historia. Y sin embargo, al mismo tiempo, tienes la sensación de que emprendiste un viaje maravilloso. Esta es la paradoja de la vida humana. Los sueños acerca de 'mi vida' se proyectan en la pantalla de la consciencia que está siempre despierta.
La pantalla es lo que eres. Pura conciencia, anterior a cualquier concepto. Una presencia constante. La película es la interminable danza de conceptos, pensamientos, sensaciones, sonidos, imágenes, recuerdos, percepciones, todo apareciendo y desapareciendo en tu aceptación atemporal. La película se mueve constantemente, pero tú siempre te mantienes aquí, nunca eres parte de la película, pero siempre permites su presencia; enraizado profundamente en el aquí y ahora, radicalmente abierto a la siguiente escena, sea la que sea.
Jeff Foster
Cuando estás viendo una película, y estás absorto en su historia, nunca estás consciente de la pantalla. Eres arrastrado por el drama. Las ubicaciones cambian, los paisajes varían, viajas hacia el pasado y hacia el futuro. Los personajes nacen y mueren. Se libran batallas, se derraman lágrimas, se hacen y se deshacen conexiones. Todo esto sucede en una pantalla que nunca cambia, que nunca se mueve, que nunca viaja en el tiempo, que nunca nace y nunca muere. Lo único que es esencial - la inmutable pantalla - jamás forma parte de la historia. Y así, sin pantalla, no podría haber película, para empezar.
Cuando sales de la sala de cine, podrías pensar que estuviste viendo una película toda la noche, pero en realidad lo único que estuviste viendo fue una pantalla que nunca se movió. Estuviste viendo algo que jamás cambió, que jamás hizo nada, algo que no tiene ninguna historia. Y sin embargo, al mismo tiempo, tienes la sensación de que emprendiste un viaje maravilloso. Esta es la paradoja de la vida humana. Los sueños acerca de 'mi vida' se proyectan en la pantalla de la consciencia que está siempre despierta.
La pantalla es lo que eres. Pura conciencia, anterior a cualquier concepto. Una presencia constante. La película es la interminable danza de conceptos, pensamientos, sensaciones, sonidos, imágenes, recuerdos, percepciones, todo apareciendo y desapareciendo en tu aceptación atemporal. La película se mueve constantemente, pero tú siempre te mantienes aquí, nunca eres parte de la película, pero siempre permites su presencia; enraizado profundamente en el aquí y ahora, radicalmente abierto a la siguiente escena, sea la que sea.
Jeff Foster
02 abril 2015
Lago grande, amplio y sereno
El viejo maestro pidió a su joven discípulo, que estaba muy triste,
que se llenase la mano de sal, la colocase en un vaso de agua y bebiese.
- ¿Cómo sabe?, preguntó el maestro.
- Fuerte y desagradable, respondió el aprendiz.
El maestro sonrió y le pidió que se llenase la mano de sal nuevamente. Después, lo condujo silenciosamente hasta un lindo lago, donde pidió al joven que derramase la sal. El viejo sabio ordenó entonces:
- Bebe un poco de esta agua.
Mientras el agua se escurría por la barbilla del joven, el maestro le preguntó:
- ¿Cómo sabe?
- Agradable, contestó el joven.
- ¿Sientes el sabor a sal?, le preguntó el maestro.
- No, le respondió el joven.
El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bonito paisaje. Después de algunos minutos, el sabio le dijo al joven:
- El dolor existe.... Pero depende de donde lo colocamos. Cuando sientas dolor en tu alma, debes aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.
Dejemos de ser del tamaño de un vaso y convirtámonos en un lago grande, amplio y sereno...
- ¿Cómo sabe?, preguntó el maestro.
- Fuerte y desagradable, respondió el aprendiz.
El maestro sonrió y le pidió que se llenase la mano de sal nuevamente. Después, lo condujo silenciosamente hasta un lindo lago, donde pidió al joven que derramase la sal. El viejo sabio ordenó entonces:
- Bebe un poco de esta agua.
Mientras el agua se escurría por la barbilla del joven, el maestro le preguntó:
- ¿Cómo sabe?
- Agradable, contestó el joven.
- ¿Sientes el sabor a sal?, le preguntó el maestro.
- No, le respondió el joven.
El maestro y el discípulo se sentaron y contemplaron el bonito paisaje. Después de algunos minutos, el sabio le dijo al joven:
- El dolor existe.... Pero depende de donde lo colocamos. Cuando sientas dolor en tu alma, debes aumentar el sentido de todo lo que está a tu alrededor.
Dejemos de ser del tamaño de un vaso y convirtámonos en un lago grande, amplio y sereno...
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