A medida que pasan las horas y el globo se aproxima a la superficie del océano, los hombres deciden que deben arrojar algo pesado a bordo porque no tienen forma de calentar el aire del globo.
A regañadientes, arrojan zapatos, abrigos y armas, y los preocupados viajeros sienten que su globo se eleva. Sin embargo, al poco tiempo descubren que el globo se acerca una vez más de forma peligrosa a la superficie de las olas, así que lanzan al mar los alimentos. Para desdicha, esto también fue solo una solución temporal y la nave amenaza de nuevo bajar los hombres al mar.
Uno de ellos tiene una idea: pueden atar las cuerdas que sostienen la barquilla y sentarse en ellas. Luego sueltan la barquilla que queda debajo de ellos. Al hacerlo, notan cómo el globo se eleva otra vez. A los pocos minutos, divisan tierra. Los cinco saltan al agua y nadan hasta la isla. Sobrevivieron porque fueron capaces de discernir la diferencia entre lo que era necesario de verdad y lo que no lo era. Las cosas sin las cuales creían que no podrían vivir eran las mismas cargas que casi les cuesta la vida.
Cada vez que me toca viajar por varios días para equipar un grupo de líderes me enfrento al mismo dilema al empacar. ¿Qué llevo y que no? ¿Qué es esencial? ¿Necesitare esto o lo otro? No siempre mi anfitrión en otro país entiendo la necesidad que tengo de información al respecto para tomar una decisión sensata. Con frecuencia por ello terminan llevando más de lo que realmente necesito. Lo hago mejor cada año, pero todavía encuentro desafiante la incertidumbre de encontrarme en un contexto espiritual, cultural, social y geográfico diferente.
Cuando empezaba el ministerio a los líderes y pastores hace unos seis años, llegó a mis manos el libro de Anthony Di Mello, un sacerdote jesuita, quien había escrito sobre el principio de viajar ligero de equipaje. Nada de lo que usualmente consideramos esencial para nuestra jornada lo es realmente. Igual que no podemos cambiar nuestro pasado, tampoco podemos conocer nuestro futuro. Solo tenemos el presente, y lo que hagamos en el impactará definitivamente nuestro futuro.
Por ello, es necesario autoevaluarnos. Si no lo hacemos será muy difícil que distingamos lo importante de lo urgente, lo eterno de lo temporal, lo esencial de lo superficial. Como los pasajeros en el globo, nos encontramos continuamente expuesto a tocar tierra desastrosamente. Pero, hay preguntas relevantes que nos pueden ayudar a cumplir nuestra misión conforme al plan de Dios y Su propósito, y a la vez alcanzar la meta.
Primero que todo, debes decidir autoevaluarte: ¿Por qué no hacer una evaluación sincera de las cosas que quizá te frenen hoy?
Segundo, necesitas diferenciar entre lo temporal y lo eternos de tus necesidades. Pregúntate, ¿Son necesidades físicas o espirituales tuyas o de alguien que amas? Y ¿Cómo sería tu vida sin ellas?
Tercero, si eliminas de las necesidades temporales, ¿dispondrías de más tiempo para las cosas en tu vida que importan de verdad?
Hebreos 12:1 (LBLA)
"Por tanto, puesto que tenemos en derredor nuestro tan gran nube de testigos, despojémonos también de todo peso y del pecado que tan fácilmente nos envuelve, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante,"
Hoy es todo lo que tienes para decidir correctamente. Todo lo que acumulas en un abrir y cerrar de ojos dejará de ser tuyo para pertenecer a otros, como antes perteneció a otros. Todos tenemos necesidades materiales, pero ellas no son la razón de nuestra vida, ni satisfacerlas es nuestra visión. Debemos vivir por una visión mayor a nuestras necesidades y con peso eterno.
Pídele a Dios esta víspera de Navidad que te muestre cómo podrías mejorar tu vida si haces algunos cambios y si eliminas algunas cosas que te agobian para emprender tu jornada más ligera de equipaje.
Juan Carlos Flores Zúñiga
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