Carmen acaba de salir del médico, le han diagnosticado una enfermedad grave, le han explicado las opciones, que apenas ha podido entender, porque está en estado de shock. La pregunta que se repite sin cesar en su cabeza es “¿por qué a mí?”.
Alberto entra en el parking del centro de la ciudad, tiene una reunión importante y llega con el tiempo justo, últimamente parece que las manecillas del reloj avanzan a toda velocidad, está estresado y agotado. Ve una plaza y aparca, según pone el intermitente y comienza la maniobra de aparcamiento, otro conductor abre la ventanilla y le grita y le insulta, acusándole de haberle ‘robado’ la plaza. Alberto, se siente herido e injustamente humillado en público; no sabe porqué le ocurren ese tipo de cosas, no es la primera vez, y se pregunta “¿por qué a mí?”.
Lourdes está planchando mientras los pequeños juegan, ha tenido una dura jornada de trabajo por la mañana, y el trabajo en casa se amontona. De repente, las voces de juego suben de nivel y cambian de tono hacia la rabia. Pelea de hermanos. Los deja un rato, esperando que ellos sepan resolver el conflicto. Pero de repente un fuerte golpe y un llanto de auxilio la asusta. Deja la plancha y va corriendo a ver qué pasa. Parece que uno de los dos se ha caído o golpeado. Vuelve al cabo de un rato, no ha sido nada, sólo un susto del más pequeño, que en la pelea se ha caído, no se ha hecho daño pero la tensión de la madre sube; el padre no llegará de trabajar hasta tarde hoy y no tiene ayuda con la casa ni los niños. Vuelve a su tarea, y ve con horror que con el susto se ha dejado la plancha sobre sus vaqueros favoritos y están completamente quemados. Se exaspera, y se pregunta “¿por qué a mí, Dios mío, por qué a mí?”.
Creo que este tipo de situaciones, y la pregunta nos es conocida. Probablemente no haya ninguna persona que no se la haya planteado alguna vez. Sin embargo, ¿qué significa realmente esa pregunta?, ¿queremos realmente saber el porqué o se trata, más bien, de una queja? Evidentemente, se trata de una queja, de una protesta. Es un “yo no me merezco esto”. Estamos considerando que la vida nos ‘castiga’, como si hubiera una especie de árbitro sádico que está deseando que estemos aún más estresados y agotados.
Probablemente este tipo de interpretación de la vida está condicionada desde muy temprano. Si eres bueno te premian, si eres malo te castigan. Si te portas bien los Reyes Magos te traen regalos, si te portas mal te amenazan con que te están viendo y no te van a traer nada: lo que, lógicamente, aparte de la mentira de los ‘Reyes’ es una mentira añadida enorme y un intento absurdo de manipulación, porque te portes como te portes, te van a traer regalos, por lo que los niños aprenden: “da igual lo que haga, al final siempre consigo lo que quiero”. Ya que les mentimos con los Reyes, podríamos separar los regalos de ninguna relación causa-efecto con su conducta.
Recuerdo en una ocasión cuando en Reyes a mis padres se les ocurrió gastarme una broma, y junto con los regalos pusieron un trozo de carbón dulce. La desolación que sentí fue absoluta, no paraba de llorar, por más que me explicaban que era dulce, y que era una broma de los Reyes, yo creía que era un castigo (porque era lo que me habían contado años anteriores), y no paraba de preguntarme “¿por qué me han traído carbón a mí?” No paraba de llorar desconsolada diciendo que yo era una niña buena (y realmente lo era). Ninguna explicación me servía porque, además, ninguna explicación era cierta. Supongo que mis padres se quedaron también desolados con mi reacción que no se habían imaginado ni remotamente, pero siempre he reflexionado, con esta anécdota, el poder tan enorme que tienen nuestras creencias en nuestras emociones. Si yo lloraba desconsoladamente era porque creía, ciegamente, que eran los Reyes quienes me habían dejado, junto con los juguetes el carbón, era evidente que habían venido, porque se habían bebido la leche y se habían comido las galletas. Pero si yo no hubiera creído en esa historia, me habría comido el carbón y la emoción hubiera sido muy diferente.
Así que, día a día, repetición tras repetición, ese aprendizaje en los primeros años de la vida, probablemente va insertando en nosotros una idea de relaciones causas-efectos ilógicas y sin sentido, y una idea de que estamos siendo premiados y castigados constantemente… Y, lógicamente, cuando en la vida nos encontramos con un trocito de carbón, nos preguntamos “¿por qué a mí?, ¡Dios mío! ¿por qué a mí?”
Si hubiera un verdadero y sincero interés científico en nuestra pregunta, indagaríamos de verdad el porqué, y seguramente nos llevaría a nuestro propio interior, a nuestra propia conducta. Podemos replantear las preguntas ‘por qué’ de otra forma, para que nos ayude un poco más: En el caso de Carmen: “¿He hecho algo en mi cuidado personal de dieta o ejercicio que haya facilitado que aparezca esta enfermedad? ¿Ha habido algunos factores coadyuvantes a su desarrollo? Independientemente de lo que el o la médico me digan, ¿puedo encontrar información fiable? ¿puedo hacer algo ahora, puedo cambiar algún hábito para ayudar a recuperar mi salud?” En el caso de Alberto: si con frecuencia me encuentro con este tipo de situaciones, “¿hay algo en mi conducta que pueda funcionar como disparador, como activador de esa agresividad ajena? ¿reprimo yo mi propia agresividad? ¿me percibo como víctima? ¿podría ser posible que otra persona me diga algo agresivamente y yo no me vea afectado emocionalmente? ¿cómo me sentiría entonces? ¿sería libre?” Y, finalmente, en el caso de Lourdes: “¿estoy cargando mi jornada con un exceso de trabajo? ¿Hay cosas que podría ‘podar’ y dejar de verlas como imprescindibles, para tener menos agotamiento? ¿Necesito realmente planchar los vaqueros? No ha habido ningún incendio con mi descuido, ¿son tan importantes los pantalones? ¿cuánto tiempo me voy a acordar de ellos, de esta anécdota? ¿puedo quemar los pantalones y reírme en lugar de sentirme víctima?”
Cada situación puede requerir una indagación diferente, pero la actitud será la misma, la de enfrentarnos con la situación con auténtica y genuina sinceridad y deseo de descubrir la Verdad. Con el deseo firme de avanzar hacia una mente más serena y una vida más plena. Incluso cuando el pedazo de carbón que la vida nos deje sea muy grande, puede haber una indagación sincera y auténtica que nos permita avanzar, con dificultades probablemente, pero avanzar. Quizá nos quejemos primero, quizá nos sintamos víctimas primero, pero quizá luego podemos pararnos y cambiar la forma de hacer la pregunta.
La pregunta “¿por qué?” puede parecer la misma, la mente, abierta o cerrada, que pregunta, es la que cambia. Preguntemos con la mente y el corazón abiertos, de esa apertura surgirá el descubrimiento liberador.