Así que hoy, bajé al perro y compartí el elevador con un señor. Ahora el perro fue mi distractor, lo miré, lo acaricié incluso le hice plática. Y fui consciente de lo que estaba tratando de evadir.
Entonces me enderecé y miré al señor a los ojos y le pregunté : “¿cómo está”?
Mi corazón bombeó al cien, dejé de escuchar mis pensamientos derrotistas y sentí esa adrenalina que se me salía del pecho; traté de no juzgarme, sino de sentirme. Descubrí que lo que tenía adentro era vida, solo eso. No estaba evadiendo al señor, sino a mí.
Cuando siento que algo o alguien me provoca miedo, impaciencia, etc. reconozco que lo que siento es mío, y no provocado por el otro. Sabiendo que siempre, tendré la opción de sentirme o evadirme.
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