-Juntó los talones, hizo una venia como gesto de un respetuoso saludo, y dirigiéndose al anciano le preguntó-: -Maestro, enséñame la diferencia entre el cielo y el infierno.
-El maestro lo miró despectivamente y, después de un largo silencio, le repuso al Samurái: -enseñarte a ti, que eres superfluo y arrogante, que crees que vales por la fuerza de tu espada o el tamaño de tu bolsa, es inútil. No sé si tu cabezota es capaz de entender las palabras más simples.
-El guerrero tomó una bocanada de aire. Conteniendo su ira, sujetó con fuerza el mango de su sable y, con voz fuerte y mirada altiva, respondió-: -Maestro, cuida tu lengua, muchos por menos han perdido su cabeza.
-El viejo sonrió sereno y con palabras suaves añadió-: -ese es el infierno.
-El Samurái, conmovido, se inclinó con humildad y con voz honesta y profunda dijo-: -Maestro, muchas gracias, tus palabras tocaron mi alma. La rabia, el miedo y la arrogancia son mi infierno.
-El maestro lo miró fijamente y le dijo-: -ese es el cielo
No son las palabras de los otros las que te envían al cielo o al infierno, es el significado que les das. Las palabras pueden contener emociones, pero tú decides si las aceptas y cuanta importancia tienen para ti.
Cuando eliges la rabia, la arrogancia o el miedo, estas escogiendo el dolor, el juicio y el aislamiento, tanto para ti como para quienes te rodean.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario