La rana obedece. Regresa, se arrodilla y recomienza su plegaria. «Padre nuestro que estás en los cielos...» Esta vez lo interrumpe una voz interior. «¿Quién te dice que tu rezo es más agradable a Dios que el de la rana? ¿Por qué te crees el preferido?»
Turbado, vuelve a la ventana, la abre y grita: «¡Croad, cantad, cacaread, maullad, silbad, ofreced el escándalo que queráis!». Todos los animales se ponen a hacer ruido, y también las plantas, el arroyo, las rocas, el viento y las nubes que se deslizan por el cielo. El sacerdote se da cuenta de que todo está rezando junto a él y por primera vez comprende por qué recita «Padre nuestro...» y no «Padre mío...».
Alejandro Jodorowsky
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