"Florido estaba el lino. Sus doce flores daban gracias al sol y a la lluvia, muy contentas con todo. Sus doce flores eran algo lindísimo. Y unas tijeras, de repente, vinieron haciendo un ruido horrible, cric, crac, cric, cruc, crac. Y decían: "se acabó, se acabó, se acabó". Y cortaron las doce flores y las echaron a un costal.
-Así es la vida, así es la vida exactamente.
-Pero decían las flores: "¿Se acabó? ¡No! Falta lo más hermoso todavía. Y las echaron al unos tanques, y las molieron pobrecitas, y las volvieron fibras. ¡Y las tejieron! Y luego fueron una tela preciosa, de varios metros, que estaba al sol tendida y la rociaban y la envolvían con mucho esmero. Y de repente, llegaron otra vez las tijeras, cortándolas en pedazos, cric, crac, cric, cruc, crac, se acabó, se acabó se acabó.
-Claro, si la vida es así, exactamente así.
Los pedazos decían: "No. Falta lo mas hermoso todavía" . Vino una aguja entonces, y los picó. Y traía un hilo atrás, por supuesto. Picó y picó y picó. ¡Y de pronto ya estaban doce camisas! Doce preciosas camisas de lino. Se las ponía un señor que las llevaba a fiestas, las manchaba de vino y cosas exquisitas. Y luego las lavaban y las tendían al sol y a la lluvia, al sol caliente y a la lluvia fresca...
Ahora fue el uso, Ahora fue el tiempo. Se fueron gastando, se luyeron, se rasgaron... Y en un costal se las llevo el ropavejero, y al echarlas al costal les decía: "se acabó, se acabó, se acabó".
Pero allá en el costal, ellas decían: "No. Falta lo mas hermoso todavía”.
Las llevaron a un gran tinaco. Las echaron allí, con otros trapos. Y las volvieron pulpas. Y la pulpa cayó en unos rodillos. ¡Y se volvió papel! Y allí salieron doce pliegos del más fino papel de lino, doce pliegos que se llevó un escritor, un poeta precioso que decía todo lo que es más bello y lo que es más cierto y lo que es más bueno, y lo decía muy bien. Allí lo dejó escrito, en los doce pliegos de lino. Que se fueron a las imprentas y los copiaron y los leyeron en el mundo. ¡Los doce pliegos eran famosos! Volvieron a su casa, siempre de tantas letras hermosísimas, pero también de... manchas de imprenta y de grasa... Se quedaron en un rincón honorable de la biblioteca...
Vinieron los ratones, y las polillas. Y dejaron el manuscrito que deba lástima. Y una noche hubo que echarlo al fuego. Y las llamas decían: "se acabó, se acabó, se acabó". Así es la vida, así es la vida exactamente.
Pero allí, sobre los carbones, quedaron doce chispas. Y subieron en un impulso de aire caliente, por el tubo tan negro y sucio de aquella chimenea, y salieron así a la noche, en torbellino, doce chispas rojas que dejaron atrás el humo y empezaron a confundirse con las estrellas. Y las doce decían: ¡no se ha acabado nada, falta lo más hermoso todavía!
Fragmento de la obra de teatro Orinoco, de Emilio Carballido
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