La industria de los delfinarios es el ejemplo perfecto del egoísmo institucionalizado en donde el dinero es el motor que lo crea y lo mantiene andando. Utilizan la educación, recreación y el medio ambiente como fachadas que no son más que meras cubiertas para esclavizar especies dotadas de una inteligencia especial y que disfrutan de una vida social compleja y rica.
En las personas que manejan este tipo de negocios solo encontramos hipocresía, desinformación y ambición. En el público vemos muchos ejemplos de disyuntivas cognitivas: Amamos a estos animales marinos, son tan “lindos”; realizamos documentales dedicados a exaltar su majestuosidad; fabricamos muñecos de peluche y llaveros a su semejanza. Y también hacemos de sus vidas un infierno.
Yvan Beck, un veterinario Belga con un profundo compromiso de lucha en pro de la protección de animales y de su bienestar, es el autor del libro “Esto no es un delfín”, una súplica apasionada para el trato justo de los cetáceos así como la promoción de procesos legales contra aquellos que los explotan de manera despiadada. Provee documentación de como los delfines son maltratados en los delfinarios y hace hincapié en los enormes intereses económicos que están en juego y la manipulación realizada por las poderosas industrias multinacionales que obtienen sustanciales ingresos gracias al sufrimiento de los cetáceos.
No hay duda de que los cetáceos son animales altamente evolucionados, dotados con gran sensibilidad y consciencia de sí mismos. En el 2012 un grupo de investigadores en neurociencia cognitiva publicaron la “Declaración Cambridge de Consciencia” en la cual se declara: “La evidencia convergente indica que los animales no humanos poseen sustratos de estados conscientes a nivel neuroanatómico, neuroquímico y neurofisiológico así como la capacidad de exhibir comportamientos intencionales. Por lo tanto el peso de la evidencia indica que los humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos que generan consciencia. Los animales no humanos incluyendo a los mamíferos y pájaros así como muchas otras creaturas incluyendo pulpos, también poseen sustratos neurológicos.”
Cada especie posee la “inteligencia” y las habilidades específicas que requieren para sobrevivir y alcanzar sus metas. Como lo demuestra la evidencia de incontables observaciones, los delfines son notables por su habilidad de proveer el mismo tipo de asistencia dirigida que los humanos, los grandes simios y los elefantes. Cuando un delfín está enfermo o ha sido herido, los otros delfines “rescatadores” dejarán de comer para concentrarse, durante semanas enteras, en ayudar al delfín en apuros. En ocasiones los delfines adoptarán a pequeñitos huérfanos o discapacitados. En sus grupos los delfines son individuos y cada uno tiene nombre. Las madres enseñan a los bebés delfín, desde una temprana edad, a pronunciar su silbido personal. Como resultado, los delfines que son hermanos pueden encontrarse unos a otros y reconocerse. El silbido individual también provee de información tal como el estado emocional del delfín. Un delfín que se encuentra en peligro acelerará la frecuencia de la señal lo cual permite que otros vengan a su rescate. Es este tipo de silbido el que se escucha en las llamadas de auxilio de los delfines en cautiverio.
El hábitat que imponemos a los delfines en cautiverio no tiene nada que ver con sus necesidades fisiológicas o de comportamiento natural. En la investigación aquí citada, los autores establecen que es obvio que los delfinarios no proveen, ni son capaces de ofrecer, las condiciones de vida que respeten los estándares de bienestar tal y como los definen los lineamientos europeos establecidos para cada especie en cautiverio y que cumplan, por lo menos, con sus necesidades básicas como lo es un espacio adecuado.
En su elemento natural, un delfín puede nadar hasta 100 kilómetros por día para cazar, jugar y establecer relaciones sociales con otros delfines. Las condiciones en las que son mantenidos en cautiverio no les permite manifestar este tipo de comportamiento típicos: no se les priva solamente de su libertad sino también de sus lazos sociales y sus formas normales de comunicación. El tanque de agua, comúnmente clorada, es fuente de muchas enfermedades. Las orcas, que son otras de las víctimas de estos parques acuáticos, sobreviven tan sólo siete años en promedio en estos lugares. En su hábitat natural las hembras pueden vivir 50 años (y hasta 80-90 años) y los machos 30 años (y hasta 50-60 años).
Aún y cuando los parques acuáticos y delfinarios están empezando a tener una mala reputación en Norteamérica y Europa, desgraciadamente en China y otros países asiáticos este tipo de lugares se están multiplicando rapidamente.
Para poner fin al tráfico de este tipo de especies silvestres, es importante que nos opongamos a la creación de nuevos delfinarios y que demandemos que todos los cetáceos que son usados como objetos de entretenimiento en parques acúaticos sean puestos en libertad. En algunos países se ha prohibido el confinamiento de cetáceos, principalmente en India, Suiza, Croacia, Chipre, Hungría, Slovenia, Chile y Costa Rica. La asociación Una Voz propone que los pescadores de cetáceos, especialmente los japoneses, se conviertan en vigilantes o guías ecológicos capaces de atraer entusiastas del ecoturismo para que disfruten de uno de los espectáculos más maravillosos que hay: el de los delfines en su hábitat natural.
Todos apoyamos la moralidad, la justicia y un buen corazón. Por lo tanto, cada uno de nosotros puede tomar el camino que nos conduzca a una mayor congruencia ética y podamos poner así fin a los constantes juegos de disyuntiva cognitiva en los que nos involucramos en un intento de reconciliar nuestros principios morales y nuestro comportamiento.
Es injusto y moralmente inaceptable que inflijamos sufrimiento innecesario a otros seres sensibles. Cada vez más somos más los que nos sentimos insatisfechos con una ética que está limitada a la manera como los humanos nos comportamos los unos con los otros y que el sentir empatía hacia todas las especies que son cociudadanos de este planeta no sea una mera opción a escoger sino un aspecto esencial de la ética. Es, por tanto, obligado el que continuemos promoviendo el desarrollo de una justicia y compasión imparcial hacia todos los seres sensibles.
¿Cómo, entonces, podemos integrar el respeto a la justicia y la moralidad a nuestra relación con los animales? En “Zoopolis: Una teoría política de los derechos de los animales”, Sue Donaldson y Will Kymlicka sugieren que tratemos a los animales salvajes como comunidades políticas soberanas, con sus propios territorios ya que el principio de soberanía es el de proteger a sus habitantes de la interferencia partenalista o de intereses de grupos más poderosos.
Los animales salvajes son capaces de alimentarse a sí mismos, de movilizarse, de evitar peligros, de manejar los riesgos a los que se exponen, de jugar y de criar una familia. Es crucial para nosotros el que preservemos su estilo de vida, protejamos sus territorios, respetemos su voluntad de gobernarse a sí mismos y respetar que son capaces de evitar actividades que los ponen en riesgo de manera directa (cacería, destrucción de su hábitat) o indirectamente (contaminación, degradación general de su hábitat como consecuencia de actividades humanas). Estos son el tipo de derechos que deben también a aplicarse a los cetáceos.
No tiene caso el pretender que hacerles una prisión más agradable podamos lograr distraer la atención del tema central y que continúen así obteniendo ganancias a costa del sufrimiento y libertad de estos animales salvajes: el único delfinario aceptable es un delfinario clausurado.
Matthieu Ricard
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