La vida está llena de desafíos, no te los tomes como algo personal, que va contra ti, o contra la gente como tú. A menudo nos lo tomamos como algo personal, ‘¿cómo puede pasarme a mí esto? ¡No me lo merezco!’. Sin darnos cuenta que al hacer esa afirmación estamos suponiendo que hay alguien que sí lo merece. Lo cierto es que la vida no tiene atributos humanos, no es ni mala ni buena, ni justa ni injusta, ni bonita ni fea; la vida simplemente Es. Pero hacemos constantemente separaciones, y la primera separación, la separación raíz, es la separación entre nosotros y la Vida. Aquí estamos nosotros, ahí está la vida, y le colgamos atributos humanos, y entramos en guerra con ella: la vida es injusta, es cruel, es dura, es mala. Después de esa separación raíz, vienen las demás separaciones. Yo y tú, nosotros y vosotros, lo nuestro y lo vuestro, y también plantamos así —muchas veces sin darnos cuenta— la semilla de las guerras. Porque esa separación se fortalece cuando creemos que, de alguna forma, ‘yo-nosotros-lo nuestro’ somos mejores y, por lo tanto, ‘tú-vosotros-lo vuestro’ sois peores.
Observa frases que decimos y con las que estamos de acuerdo sin pensar, sin tomar conciencia: “como aquí no se vive en ningún sitio”, por ejemplo, o “nuestra comida es excelente, no hay nada más rico que esto”, sin siquiera pensar que, quizás, apenas hemos probado ‘otras comidas’, o que si las hemos probado, que nos guste algo o no, puede estar definido fundamentalmente por nuestra educación y costumbres. Son ejemplos triviales, pero incluso en lo trivial el ego, la identificación con ‘yo-nosotros-lo nuestro’, intenta fortalecerse, porque es en lo trivial donde esos juicios se cuelan con más facilidad.
Y fortaleciendo esos juicios a través de lo trivial surgen los chistes sexistas, el grupo de ellos ataca al grupo de ellas, y el grupo de ellas ataca al grupo de ellos. Y surgen los chistes contra otras razas o religiones, o contra otras culturas porque, de nuevo, es necesario convertir al ‘tú-vosotros-lo vuestro’ en algo malo, o ridículo, o maligno. O surgen los chistes en los que directamente se insulta a alguien, una figura política, o una figura del mundo del arte o del cine. Se le compara con algún animal, o se le coloca en situaciones ridículas y desagradables. Porque, otra vez, vemos justificado machacar ese ‘tú-vosotros-lo vuestro’.
Todos estos chistes son crueles. Se rían de quien se rían, da igual, todos son igual de crueles. Todos ellos se basan en una falsedad primordial: en la falsedad de creer que ‘yo-nosotros-lo nuestro’ es diferente y mejor que ‘tú-vosotros-lo vuestro’. No es así. Somos iguales, somos los mismos. Compartimos las mismas enfermedades, los mismos dolores, como se recuerda en las meditaciones de ecuanimidad: todos los seres queremos evitar el sufrimiento, todos los seres buscamos la felicidad. No sólo los seres humanos, también los animales, también las plantas. ¿No busca la planta la luz y el agua? ¿No se protege de ser comida con sus espinas, o de la sequía guardando agua en su interior? Todos los seres, en definitiva, buscamos lo mismo.
Cuando te llegue uno de esos chistes observa tu reacción. ¿Te divierte? ¿Te sientes mejor? ¿Te sientes superior? Observa esa sensación en tu cuerpo. ¿Dónde la sientes? ¿Hay algo como que se infla, quizá en la zona del pecho? ¿Dónde lo notas? Ahora imagina que la Vida, por lo que sea, te hubiera colocado en ese ‘otro lado’, que estás en ese otro lado del que se ríe el chiste. Imagínalo de verdad. ¿Cómo se siente? ¿Hay algo en ti que se encoge o desciende? ¿Dónde lo notas? ¿Quizá en la zona del corazón, o en qué otra parte? ¿Se acumula tensión en alguna zona de tu cuerpo, quizá la mandíbula, o las manos? Observa. Pregúntate ahora: ¿Quién soy realmente? ¿Soy de verdad todo este conjunto de etiquetas con las que me identifico? Nacionalidad, género, ideas políticas, opiniones… Si puedo observar esas etiquetas ¿Soy esas etiquetas, esas identificaciones? ¿Quién soy realmente? No dejes que la mente responda, deja que la pregunta cale profundamente dentro de ti. La respuesta es el estado de alerta que se genera ante la pregunta, la respuesta es ese estado de conciencia.
Si de verdad te gustaría ver al mundo vivir en paz, empieza por vivir en paz dentro de ti, empieza por ser tú ese cambio, empieza por ‘reírte con’ y no ‘reírte de’, empieza por dejar de identificarte con etiquetas, de levantar separaciones, muros artificiales, entre el ‘yo’ y el ‘tú’, entre el ‘nosotros’ y el ‘vosotros’, entre el ‘lo nuestro’ y ‘lo vuestro’, empieza por derribar los muros de tu mente y de tu corazón.
Los muros que separan a los seres humanos no se levantan con ladrillos, esa es sólo la última manifestación, del muro que ya existe, separando, dividiendo, dentro de nuestros corazones. En lugar de levantar muros, construye puentes, abre las puertas, de la mente y del corazón. ¿Cómo hacer todo eso? No se puede forzar, no lo intentes. Sólo entrando profundamente dentro de ti, dentro de lo que realmente eres, dentro de la conciencia del Ser, percibirás cómo se disuelven las separaciones, cómo se vacía de etiquetas el yo, el ego, cómo se caen los muros. Cuando lo hayas hecho surgirá la acción que sea necesaria, cuando sea necesaria, y la risa y el sentido del humor, será entonces como un rayo de sol, capaz de eliminar los restos de oscuridad que pudieran haber quedado.
© Yolanda Calvo Gómez 2017