Nadie nos engaña, nadie nos decepciona. Somos nosotros los que nos decepcionamos, es decir, los que nos engañamos sobre la otra persona, que a menudo nos da muestras, más que de sobra, de cómo es. Incluso si la persona nos ha engañado intencionadamente para conseguir algo de nosotros, puede ocurrir que sigamos en la relación, con el empeño de cambiarla o cambiarle. Incapaces de amar a esa persona tal como es, o de alejarnos de ella, no paramos de proyectar una imagen de cómo tiene que ser, de cómo queremos que sea. Y cuando, finalmente esa proyección de nuestra propia mente se derrumba, en lugar de dar la bienvenida a la realidad, nos quejamos y decimos que la otra persona nos ha decepcionado. Así mantenemos el autoengaño y seguimos echando las culpas fuera de nosotros. El ego queda a salvo; la autoimagen se mantiene. Pero el sufrimiento provocado por nuestro propio autoengaño no estará lejos la próxima vez.
Si lo que ves en otra persona no te gusta, no intentes cambiarla, la única persona que puedes cambiar es a ti mismo, a ti misma. Mira dentro de ti, mira tu autoengaño. Acepta a esa persona como es, o márchate, déjala. Aceptar no es conformarse. Conformarse supone un ajustarnos de forma forzada a una realidad, que no podemos cambiar. Sin embargo, en la aceptación hay paz, hay calma, no se hace ningún ajuste forzado, ni en los demás, ni en nosotros. Si viendo el muro, donde creías inicialmente que había una puerta, te marchas, en paz y con calma, te respetas a ti, evitas el sufrimiento de darte golpes contra la pared. Ves y aceptas la realidad. Un muro es un muro. Una puerta cerrada es una puerta cerrada. Una puerta abierta es una puerta abierta.
El desengaño es doloroso sólo cuando quieres seguir manteniendo el engaño, sólo cuando discutes con el muro e insistes en que tiene que ser una puerta, el desengaño es doloroso sólo cuando sigue siendo autoengaño. El desengaño es liberador cuando es realmente des-engaño. Y encuentras que la realidad es liberadora. Ves el muro y te marchas, y buscas otra puerta, mejor aún una puerta abierta. Pero sólo puedes hacer eso cuando tu mente está libre de engaños, de ideas preconcebidas. Sólo lo puedes hacer cuando tu corazón está abierto a recibir la realidad. Entonces descubres que la vida, aún llena de desafíos, es tremendamente bella y vives en paz.
© Yolanda Calvo Gómez 2017
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