Donde dos almas pueden compartir y manifestar sus seres auténticos, en tiempo real con el otro, revelar sus verdades más profundas (salvajes, desorganizadas, irresolutas, inacabadas y ásperas en los bordes), y continuamente dejar ir las ideas condicionantes y preconcebidas sobre cómo las cosas “deberían ser”.
La relación se renueva todo el tiempo en el crisol de la intimidad.
Puede haber rupturas, malos entendidos, intensos sentimientos de duda, enojo, miedo, ansiedad y sensación de no tener algo firme de que agarrarnos en el camino, por supuesto; pero también hay una voluntad mutua de enfrentar este desorden cuando emerge.
Ser vulnerable. Decir: “Sufro. Siento dolor. Siento una profunda tristeza” en vez de culpar al otro por mi dolor.
Decir “necesito algo de apoyo” pero no demandarlo del otro.
Compartir deseos, esperanzas, anhelos y sueños en vez de ordenar al otro que vea las cosas del mismo modo, o que colme todas mis necesidades.
Recibir su ‘No’ y su ‘Si’, incluso si eso me duele.
Permanecer en el crisol de la transformación,
Observar los dos con ojos bien abiertos la presente ruptura, sin mirar a otro lado, o aferrarnos a la forma en que las cosas “solían ser”.
Dejar que se consuman los conceptos de segunda mano sobre la felicidad.
Sentarse juntos en algunos momentos en los escombros de sueños y expectativas destrozados, de planes y esperanzas, y trabajar juntos para encontrar un lugar de reconexión, de reparación y reconstrucción.
Este es el trabajo corajudo y con frecuencia, intenso, en las relaciones.
Aún cuando tenemos que comenzar por admitir profundos sentimientos de desconexión,
Esta es una relación que está viva. Una relación que genera espacio para nuestros anhelos más profundos, nuestros miedos, dolores, pero que no espera que el otro los resuelva, o aleje mi dolor.
Una relación que pide al otro que sea un testigo, un partero/a de nuestra propia sanación, y que ofrece lo mismo a cambio.
Inspirarse el uno al otro para encontrar nuestra felicidad,
Incluso si esto significa dejar ir o “romper” la relación de la manera actual que viene siendo.
El amor contiene al otro suavemente, no se aferra ni intenta controlar al otro, solo quiere lo mejor para el otro. El amor solo quiere que ellos den un paso hacia su propio poder, que vivan la vida al máximo, encuentren su dicha más profunda, que sigan su sendero original, que aprendan a amar sus cuerpos y sus propios sentimientos profundos, y que encuentren nuevas maneras de cuidarse a sí mismos.
“Te amo y quiero que florezcas”.
Las relaciones pueden ser el nuevo yoga, sí, una aventura cada vez más profunda y de redescubrimiento de nosotros mismos y del otro,
Redescubrimiento de nosotros mismos en el espejo del otro, un continuo dejar ir y encontrarme, una danza de soledad y compañía, sin perdernos en ningún extremo sino jugando en algún sitio del medio. Algunas veces estando juntos, algunas veces alejandose.
Cercanía y espacio.
Intimidad con el otro, intimidad contigo mismo. Inhalar, exhalar.
La relación no es un lugar que alcanzar, un punto de llegada, un destino, una ‘cosa’, una historia muerta.
La relación está viva y es un punto de partida permanente, un comienzo, cada día.
Solo podemos empezar juntos, aquí, y existe alegría en este comienzo. Hay entusiasmo en el no saber. Hay vida en la continua muerte de las expectativas.
Permanecer cerca del miedo sano ante la posibilidad de pérdida.
Permanecer cerca de las cosas sin una base firme sin perdernos a nosotros mismos en ellas.
Encontrar seguridad en la incertidumbre. Encontrar una nueva base en el poder del amor en sí mismo. Quedarnos donde estamos, inhalando, exhalando.
Como dice Eckhart Tolle, las relaciones no están aquí para hacernos felices, ya que la verdadera y eterna Felicidad yace dentro de cada uno de nosotros; es esa sólida Presencia que nadie puede en última instancia darnos, o quitarnos. Estamos a salvo de todos modos. Nadie nos va a completar. Nadie nos va a salvar, o resolverá nuestras experiencias internas más profundas por nosotros. Sin embargo, nos pueden dar el presente de exponernos a nuestras heridas, a nuestro niño/a interno/a, a esos fragmentos perdidos; y de traer a la superficie los lugares dentro de nosotros que lloran a viva voz por empatía, esos hermosos huérfanos de la luz.
Y luego, ¡un riesgo! Revelar nuestros corazones en carne viva, nuestra soledad, nuestra vulnerabilidad, nuestra sensibilidad, nuestro no saber, nuestra alegría, esos secretos que nos ‘averguenzan’, a otro ser humano de este pequeño planeta azul en la vastedad del espacio.
Quitarnos la máscara y exponer el corazón sin protección, sin defensas. Arriesgarse a ser rechazado, a ser dejado solo, avergonzado o ridiculizado. Arriesgarse a repetir lo mismo que otras veces tal vez.
Pero un “riesgo” quizás aún mayor: ¡el de ser amados por lo que somos! El de ser sostenidos en la luz cegadora de la atención fascinante de otro, como un bebé es sostenido en brazos con tanta ternura por su adorable y atenta madre.
A ser encontrado/a en el momento presente, sin lugar a donde esconderse, sin ningún sitio adonde huir. Dejar entrar lo Nuevo.
Arriesgarse a perder la imagen, el falso yo, la persona construida cuidadosamente, y permitir que otro abrace esta suavidad aquí.
Esta es la posibilidad más grandiosa de una relación: Poder ver el exquisito y delicado corazón del otro y permitir que vean tu propio suave corazón. En el ver, solo puede haber sanación, transformación, gran belleza.
Podemos ser recipientes terapéuticos para nuestros hermanos y hermanas. Podemos traernos el uno al otro la medicina, el estímulo y gran compañía en estos caminos a veces solitarios de vivir antes de morir.
Y tal vez toma toda una vida en ser descubierto: Aquel que siempre has anhelado ha estado siempre bien profundo adentro tuyo.
Y al obtener ese ‘Aquel’ reflejado en otro (un compañero, un amigo, un amante, un terapeuta, un animal, un árbol, una montaña, la luna o la Vastedad del Cosmos, aunque sea solo por un momento… bueno…ya conoces entonces el Paraíso en la Tierra.
Jeff Foster
Puede haber rupturas, malos entendidos, intensos sentimientos de duda, enojo, miedo, ansiedad y sensación de no tener algo firme de que agarrarnos en el camino, por supuesto; pero también hay una voluntad mutua de enfrentar este desorden cuando emerge.
Ser vulnerable. Decir: “Sufro. Siento dolor. Siento una profunda tristeza” en vez de culpar al otro por mi dolor.
Decir “necesito algo de apoyo” pero no demandarlo del otro.
Compartir deseos, esperanzas, anhelos y sueños en vez de ordenar al otro que vea las cosas del mismo modo, o que colme todas mis necesidades.
Recibir su ‘No’ y su ‘Si’, incluso si eso me duele.
Permanecer en el crisol de la transformación,
Observar los dos con ojos bien abiertos la presente ruptura, sin mirar a otro lado, o aferrarnos a la forma en que las cosas “solían ser”.
Dejar que se consuman los conceptos de segunda mano sobre la felicidad.
Sentarse juntos en algunos momentos en los escombros de sueños y expectativas destrozados, de planes y esperanzas, y trabajar juntos para encontrar un lugar de reconexión, de reparación y reconstrucción.
Este es el trabajo corajudo y con frecuencia, intenso, en las relaciones.
Aún cuando tenemos que comenzar por admitir profundos sentimientos de desconexión,
Esta es una relación que está viva. Una relación que genera espacio para nuestros anhelos más profundos, nuestros miedos, dolores, pero que no espera que el otro los resuelva, o aleje mi dolor.
Una relación que pide al otro que sea un testigo, un partero/a de nuestra propia sanación, y que ofrece lo mismo a cambio.
Inspirarse el uno al otro para encontrar nuestra felicidad,
Incluso si esto significa dejar ir o “romper” la relación de la manera actual que viene siendo.
El amor contiene al otro suavemente, no se aferra ni intenta controlar al otro, solo quiere lo mejor para el otro. El amor solo quiere que ellos den un paso hacia su propio poder, que vivan la vida al máximo, encuentren su dicha más profunda, que sigan su sendero original, que aprendan a amar sus cuerpos y sus propios sentimientos profundos, y que encuentren nuevas maneras de cuidarse a sí mismos.
“Te amo y quiero que florezcas”.
Las relaciones pueden ser el nuevo yoga, sí, una aventura cada vez más profunda y de redescubrimiento de nosotros mismos y del otro,
Redescubrimiento de nosotros mismos en el espejo del otro, un continuo dejar ir y encontrarme, una danza de soledad y compañía, sin perdernos en ningún extremo sino jugando en algún sitio del medio. Algunas veces estando juntos, algunas veces alejandose.
Cercanía y espacio.
Intimidad con el otro, intimidad contigo mismo. Inhalar, exhalar.
La relación no es un lugar que alcanzar, un punto de llegada, un destino, una ‘cosa’, una historia muerta.
La relación está viva y es un punto de partida permanente, un comienzo, cada día.
Solo podemos empezar juntos, aquí, y existe alegría en este comienzo. Hay entusiasmo en el no saber. Hay vida en la continua muerte de las expectativas.
Permanecer cerca del miedo sano ante la posibilidad de pérdida.
Permanecer cerca de las cosas sin una base firme sin perdernos a nosotros mismos en ellas.
Encontrar seguridad en la incertidumbre. Encontrar una nueva base en el poder del amor en sí mismo. Quedarnos donde estamos, inhalando, exhalando.
Como dice Eckhart Tolle, las relaciones no están aquí para hacernos felices, ya que la verdadera y eterna Felicidad yace dentro de cada uno de nosotros; es esa sólida Presencia que nadie puede en última instancia darnos, o quitarnos. Estamos a salvo de todos modos. Nadie nos va a completar. Nadie nos va a salvar, o resolverá nuestras experiencias internas más profundas por nosotros. Sin embargo, nos pueden dar el presente de exponernos a nuestras heridas, a nuestro niño/a interno/a, a esos fragmentos perdidos; y de traer a la superficie los lugares dentro de nosotros que lloran a viva voz por empatía, esos hermosos huérfanos de la luz.
Y luego, ¡un riesgo! Revelar nuestros corazones en carne viva, nuestra soledad, nuestra vulnerabilidad, nuestra sensibilidad, nuestro no saber, nuestra alegría, esos secretos que nos ‘averguenzan’, a otro ser humano de este pequeño planeta azul en la vastedad del espacio.
Quitarnos la máscara y exponer el corazón sin protección, sin defensas. Arriesgarse a ser rechazado, a ser dejado solo, avergonzado o ridiculizado. Arriesgarse a repetir lo mismo que otras veces tal vez.
Pero un “riesgo” quizás aún mayor: ¡el de ser amados por lo que somos! El de ser sostenidos en la luz cegadora de la atención fascinante de otro, como un bebé es sostenido en brazos con tanta ternura por su adorable y atenta madre.
A ser encontrado/a en el momento presente, sin lugar a donde esconderse, sin ningún sitio adonde huir. Dejar entrar lo Nuevo.
Arriesgarse a perder la imagen, el falso yo, la persona construida cuidadosamente, y permitir que otro abrace esta suavidad aquí.
Esta es la posibilidad más grandiosa de una relación: Poder ver el exquisito y delicado corazón del otro y permitir que vean tu propio suave corazón. En el ver, solo puede haber sanación, transformación, gran belleza.
Podemos ser recipientes terapéuticos para nuestros hermanos y hermanas. Podemos traernos el uno al otro la medicina, el estímulo y gran compañía en estos caminos a veces solitarios de vivir antes de morir.
Y tal vez toma toda una vida en ser descubierto: Aquel que siempre has anhelado ha estado siempre bien profundo adentro tuyo.
Y al obtener ese ‘Aquel’ reflejado en otro (un compañero, un amigo, un amante, un terapeuta, un animal, un árbol, una montaña, la luna o la Vastedad del Cosmos, aunque sea solo por un momento… bueno…ya conoces entonces el Paraíso en la Tierra.
Jeff Foster
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