Con gusto hubiera esperado paciente en la cola de las devoluciones; hubiera sido tiempo bien invertido, porque aunque no sucedió lo que esperaba y no se cumplió mi expectativa, hubiera habido una devolución por otra cosa, aunque no sirviera para lo mismo.
Incluso me habría conformado con un cambio, por otra marca, otro modelo; te hubiera sustituido. Pero no. No creía tener esa opción, era quedarme con una cafetera inservible o con el espacio vacío.
Pero me tardé, porque quería creer que era cuestión de tiempo, y todo se arreglaría. Porque hay cosas que adquieres y no siempre cumplen su objetivo, pero funcionan si les pones un alambre o les das un golpecito.
Incluso me habría conformado con un cambio, por otra marca, otro modelo; te hubiera sustituido. Pero no. No creía tener esa opción, era quedarme con una cafetera inservible o con el espacio vacío.
Pero me tardé, porque quería creer que era cuestión de tiempo, y todo se arreglaría. Porque hay cosas que adquieres y no siempre cumplen su objetivo, pero funcionan si les pones un alambre o les das un golpecito.
Lo tuyo era defecto de fábrica y un poco de mi parte, el no saber leer tu instructivo.
Las señales siempre estuvieron: los focos no prendían, el agua nunca hirvió. Y en vez de actuar de inmediato: te di tiempo, “nos di tiempo”.
Las señales siempre estuvieron: los focos no prendían, el agua nunca hirvió. Y en vez de actuar de inmediato: te di tiempo, “nos di tiempo”.
Pensé que la falla era solo mía. No quería pasar por el proceso de reclamación y quedarme sin el aroma del café por las mañanas. Porque existe la creencia de que la vida sin café, no es vida; que uno no despierta igual y el día no es el mismo.
Me daba miedo quedarme sin café.
Me daba miedo quedarme sin café.
No se lo había confesado a nadie, por vergüenza, porque sabía leer pero no entendía tu manual, y solo para mí tenía sentido aferrarme a una cafetera que no funcionaba, porque sabía que al menos la tenía.
No tiene lógica y lo sé. Pero a veces las ganas de no perder una ilusión, o el miedo a enfrentar la realidad sin filtros, duele.
No tiene lógica y lo sé. Pero a veces las ganas de no perder una ilusión, o el miedo a enfrentar la realidad sin filtros, duele.
Y empecé a buscar soluciones, a agotar todas las alternativas, a usar la cafetera como jarra para servir jugo o como decoración en la esquina de la cocina; incluso te hubiera convertido en maceta para lirios, si me hubiera puesto más creativa.
Y suena tonto, pero no lo es.
Es triste.
Y suena tonto, pero no lo es.
Es triste.
Si hubieras sido una cafetera y me hubiera dado cuenta a tiempo, de que el desperfecto no era solo culpa mía, te hubiera devuelto antes, parada en la fila de reclamos, con la caja bajo el brazo y el recibo en mano, con todo y garantía.
Al final, la vida sin café resultó maravillosa.
Descubrí que hay té, infusiones, jugos deliciosos y que hasta el agua sola, me sabe bien por las mañanas.
Descubrí que hay té, infusiones, jugos deliciosos y que hasta el agua sola, me sabe bien por las mañanas.
Pero para eso tuve que renunciar a la cafetera inservible, y descubrir todas las opciones maravillosas que me ofrecía la vida.
Jackie Gibbs
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