Hay un cuento oriental muy aleccionador.
Un maestro de la sabiduría paseaba por el bosque con su discípulo, cuando vio a lo lejos un sitio pobre y decidió visitarlo. Al llegar al lugar, constató la pobreza del sitio, la casa de madera, los habitantes: una pareja y tres hijos descalzos y vestidos con andrajos.
Se aproximó al señor padre de familia y le preguntó: "En este lugar no existen posibilidades de trabajo, ¿cómo hacen usted y su familia para sobrevivir aquí?". El hombre dijo: "Nosotros tenemos una vaquita que nos da varios litros de leche todos los días. Una parte la vendemos o cambiamos por otros alimentos en el pueblo vecino y con la otra producimos queso y cuajada para nuestro consumo, y así vamos sobreviviendo".
El sabio agradeció la información, se despidió y se fue con su discípulo. Cuando ya habían caminado un largo trecho, le dijo el maestro al discípulo: "Busca la vaquita, llévala al precipicio de ahí enfrente y empújala al barranco". El joven, espantado, miró al maestro cuestionándole lo que le decía. Al observar el silencio del maestro, fue a cumplir la orden, empujó la vaquita por el precipicio y la vio morir.
Unos años después, el joven decidió ir a aquel lugar y pedir perdón a aquella familia y ayudarlos. Cuando llegó, vio que la casa ya no era de madera destartalada, el jardín estaba limpio, los niños bien vestidos, y el señor no parecía el mismo. Le preguntó: "¿Cómo hizo para mejorar este lugar?" El hombre contestó: "Teníamos una vaquita que nos alimentaba y un día cayó por el precipicio y murió. De ahí en adelanta nos vimos en la necesidad de hacer otras cosas, y así mejoramos, y nuestros hijos viven mucho mejor".
Muchos tienen "una vaquita" de la que dependen. Es necesario descubrir esa dependencia para liberarse y desarrollarse por sí mismos.
Dario Lostado
(Despertar a la conciencia día a día)
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