Casí todos los días ocurre una masacre en algún lugar del mundo. Hace
unos días el mundo se vió conmovido por el asesinato de 17 personas
incluyendo a 12 periodistas y colaboradores de la revista satírica
francesa “Charlie Hebdo” en París.
En su trágico delirio los
perpetradores de la violencia conmúnmente se perciben a sí mismos como
las víctimas y declaran haber sido
“humillados”. Pueden ser personas las cuales sus vecinos y parientes
describen como “normales” o aún más “personas agradables”. Se tornan
ultra violentos a medida que su frustración crece y sus ideologías
extremistas llenan el vacío en sus vidas y les ofrece una justificación
moral falsa de sus actos. Estos sentimientos pueden surgir al no
sentirse integrados a la sociedad, recibir poca empatía, un
entendimiento equivocado de sus creencias y valores y no tener acceso a
una educación adecuada.
La educación no es solo aprender a leer
y escribir; se trata también de educar y ayudar a la gente joven a
convertirse en buenos seres humanos. Como decía Aristófanes, “La
educación es como el encender una flama, no el llenado de un
recipiente.” Aunque los perpetradores de la violencia pueden ser
apasionados, inteligentes y osados, carecen de las cualidades del
corazón: compasión, empatía y altruismo. Sin embargo, cada ser humano
tiene el potencial de transformar y desarrollar esas cualidades.
El respeto necesita ser mutuo. Uno no puede esperar que la religión de
uno sea respetada a cualquier costo mientras somos intolerantes de las
creencias de los demás y cometemos actos violentos cuando nos sentimos
ofendidos. Para ser capaces de disfrutar las libertades fundamentales
consagradas en la Declaración Universal de Derechos Humanos no podemos
ser esclavos de cualquier dogma. Cada uno de nosotros deberíamos de ser
libres de proseguir nuestro camino intelectual o espiritual y ser
capaces de respetar el que los demás prosigan su camino, sean creyentos o
no, religiosos o ateos.
En una reunión de representantes de
diversas religiones a la cual atendí durante el Foro Mundial Económico
de Davos el Arzobispo Desmond Tutu, ganador del Premio Nobel de la Paz,
declaró: “No conozco una religión que permita el matar.” Fue muy
revelador que otros líderes religiosos se negaron a respaldar esta idea
de Tutu.
Yo sugiero de manera muy humilde que los líderes
religiosos, de manera unánime, emitan una declaración en la cual
recuerde a sus seguidores la verdad imperativa dentro de la declaración
de Tutu. Si las religiones simplemente practicaran el “Trata a los
demás como quieres ser tratado”, la humanidad sería mucho mejor.
No hay religión que se libre en este respecto, ni siquiera el budismo
ya que, como se ejemplificó con la persecución de los musulmanes en las
aldeas de Birmania a manos de monjes budistas, o más bien, ex-monjes ya
que en el momento que un monje mata o alienta a alguien más a matar ya
ha violado sus votos monásticos. Esto es imperdonable. El Dalai Lama
ha repetido incesantemente que, de acuerdo al Budismo, no hay
justificaciones para el uso de la violencia.
Como se ha dicho
frecuentemente, si todos viviéramos bajo la premisa de “ojo por ojo,
diente por diente”, el mundo estaría ciego y chimuelo.
El
verdadero altruismo se asocia con apertura, tolerancia y respeto hacia
los demás. Nos motiva a ayudar a otros y esforzarnos a aliviar su
sufrimiento. La benevolencia hacia otros crea una situación de
ganar-ganar.
En un tiempo de retos mundiales, el altruismo es
una necesidad más urgente que nunca. Emprendamos un camino espiritual o
no, nuestra primer tarea para con nosotros es el convertirnos en
mejores seres humanos.
Matthieu Ricard
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