Cierta vez, un joven estudiante fue a ver al gran sabio, el padre Felipe Neri. Con gran orgullo le dijo al anciano que iba a estudiar leyes. "Estoy muy contento -aseguró. Tengo buena inteligencia y voy a estudiar mucho para convertirme en un abogado excelente".
-¿Y luego qué? - preguntó el padre Felipe, tranquilamente.
-Ganaré todos mis casos y obtendré gran renombre.
-¿Y luego qué?
-Luego seré rico. Me construiré una hermosa casa.
El padre asintió y preguntó una vez más:
-¿Y luego qué?
-Me imagino que me casaré y viviré hasta mi vejez con la mujer que ame.
-¿Y luego qué?
El estudiante se detuvo. Después de pensarlo un poco dijo:
-Luego, como todos los demás, un día moriré.
-¿Y luego qué? - insistió el sabio.
El joven se inquietó.
¿Has tenido algo a vez una experiencia como ésta? Cuando alguien dice algo que te lleva muy cerca del corazón y descubres alguna cosa sobre la cual, en realidad, no hubieras querido pensar -aunque sabes que deberías-, empiezas a sentirte incómodo y agitado. Tal vez hasta te molestes con la otra persona par hablar de un tema tan incómodo que preferirías no discutir.
Así que el joven se inquietó por la pregunta, pero repuso con gravedad:
-Entonces, esperaré el juicio que me esté deparado.
En ese momento el sabio no dijo nada y la habitación quedó en silencio. En aquella quietud, el joven entendió algo maravilloso sobre sí mismo y el sentido de la vida.
Un silencio profundo como éste genera respuestas para todas las preguntas. El silencio profundo no es pasivo, es activo. Este silencio profundo es la fuente de la felicidad, la fuente de la valentía y el contentamiento.
Gurumayi Chidvilsananda
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