Para cuando el niño tenía doce años ya era un lector voraz.
El padre falleció, pero el hijo había sido inculcado en el hábito de la lectura y tenía, por tanto, un espíritu critico.
Ese muchacho creció, se convirtió en un prominente filósofo, se convirtió en empresario y, sobre todo, en una figura de respeto para todo un continente.
Sucedió algo: cuando el muchacho tenía 16 años se enteró que su papá había sido analfabeto. No puede ser - dijo - yo recuerdo a mi papá leyendo conmigo en sus piernas.
Eso es imposible, papá me enseñó a leer.
Tu papá no sabía leer - le confesó la madre.- Él te engañaba. Cogía el periódico y los libros para que tu lo veas leyendo...
Señores, lo más poderoso que podemos hacer por nuestros hijos es influir en ellos.
Supe del caso de un padre que trabajaba limpiando baños para que su hijo vaya a la universidad. Ese padre trabajaba sin descanso para que su hijo sea algo más. Hay padres que no saben leer ni escribir, pero saben pensar. Ellos no se emborrachan porque piensan en sus hijos. Ellos están dispuestos a morir por su pequeña tribu.
Esos son los padres que valen. No tienen millones pero forman hijos con espíritu de león... Por eso, a los cientos de jóvenes se les recuerda honrar a sus padres. Recuerden lo que dicen las escrituras: "Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra." No hay secretos porque la abundancia no tiene que ver con números, sino con sentimientos. Y el primer sentimiento de un buen hijo es el sentimiento de gratitud.
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