Durante muchos años, Bob escribió una meditación semanal: «Toma dos para el lunes por la mañana», en la que contaba historias para comunicar las verdades de las Escrituras de manera poderosa. Una de ellas fue sobre un día en que Josiah Wedgewood, el creador inglés de la famosa cerámica Wedgewood, acompañó a un noble británico a través de su fábrica. Uno de los empleados de Wedgwood, un joven adolescente, iba con ellos.
El noble utilizó un lenguaje profano y vulgar en su conversación con Wedgewood. Al principio, el niño se sorprendió por el idioma; luego quedó fascinado por las bromas groseras del hombre y se rió de ellas. Wedgwood, sin embargo, estaba disgustado y profundamente angustiado.
Al finalizar el recorrido, mostró a su visitante un jarrón de diseño único. El hombre quedó encantado por su forma exquisita y su rara belleza. Cuando lo alcanzó, queriendo verlo más de cerca, Wedgwood lo dejó caer al suelo a propósito. ¡Se rompió en muchos pedazos diminutos! Maldiciendo con ira, el noble gritó: «¡Yo quería ese jarrón para mi colección, y lo acaba de arruinar por su descuido!».
Pero, su anfitrión respondió: «Señor, hay otras cosas arruinadas más preciosas que un jarrón que nunca podrá ser restaurado. Nunca podrá devolverle a ese joven, que acaba de dejarnos, la reverencia por las cosas sagradas que sus padres han tratado de enseñarle durante años. Ha deshecho, con su lenguaje, el trabajo de sus padres en menos de media hora».
¡Qué poder tienen nuestras palabras!, para bien o para mal. Esto no es para juzgar a las personas, ya que muchos de nosotros en momentos de estrés o de ira hemos dejado escapar una palabra o dos mal elegidas. Pero, como vemos en la Biblia, una palabra oportuna puede servir como medicina tranquilizadora, mientras que las palabras imprudentes pueden causar mucho daño. Aquí algunos principios a considerar:
1. Nuestras palabras son un reflejo de nuestro carácter. ¿Querríamos que otros evaluaran el tipo de personas que somos en función de las cosas que decimos y cómo las decimos? El sabio Salomón escribió: «No te rebajes diciendo palabras malas e indecentes» [Proverbios 4:24 TLA].
2. Nuestras palabras son un reflejo de nuestro corazón. Como un balde lleno, cuando se golpea, derrama su contenido, nuestras palabras pueden revelar nuestros pensamientos, sentimientos y valores más íntimos. Salomón también expresó: «El corazón del justo piensa bien antes de hablar; la boca de los perversos rebosa de palabras malvadas» [Proverbios 15:28 NTV].
3. Nuestras palabras son un reflejo de nuestras creencias. Muchas personas eligen sus palabras para causar una impresión en individuos o grupos específicos. Aquellos de nosotros que seguimos a Jesucristo entendemos que nuestra fe debe gobernar nuestro discurso. «Tú, Señor, eres mi roca y mi redentor; ¡agrádate de mis palabras y de mis pensamientos!» [Salmo 19:14 RVC].
4. Nuestras palabras son un reflejo de nuestro nivel de autocontrol. Las personas impulsivas y desenfrenadas pueden arrojar palabras de las que luego se arrepientan, pero la sabiduría controlará nuestras lenguas para prevenir desastres verbales. «El que es entendido refrena sus palabras; el que es prudente controla sus impulsos» [Proverbios 17:27 NVI].
Robert J. Tamasy
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