Un joven occidental se presentó una mañana a la puerta de un monasterio zen de las cercanías de Kyoto. Deseaba ver al maestro, cuya reputación se había extendido mucho más allá de las fronteras del Japón.
- ¿Qué deseas, extranjero? -preguntó Gozan, que le recibió con cortesía.
-Maestro -dijo el joven-, he venido de muy lejos para estudiar el zen bajo vuestra dirección...
- ¿Cuál es tu religión?
-Soy cristiano, Maestro.
- ¿Llevas contigo los textos sagrados de tu fe?
-Sí, Maestro, una Biblia.
-No conozco la Biblia de los cristianos, léeme un trozo.
-Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque se les dará misericordia.
Bienaventurados los corazones puros, porque verán a Dios.
Bienaventurados los artesanos de paz, porque serán llamados hijos de Dios.
- ¡Interesante! -dijo el maestro zen-. Léeme otra cosa...
-Habéis aprendido que se ha dicho: «Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo», pero yo os digo: «Amad a vuestros enemigos, rogad por los que os persiguen».
- ¡Excelente! -dijo el maestro-. Practica lo que está escrito en la Biblia de los cristianos. No necesitas mi enseñanza.
Y tras decir estas palabras, sonriendo, se retiró.
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