Cuando alguien se ama a sí mismo encuentra la paz en su interior. Reconoce las señales internas. Se siente fuerte para afrontar cualquier reto. Responde con eficacia y serenidad a las sorpresas desagradables que, a veces, presenta la vida.
Cuando alguien se ama a sí mismo es capaz de aceptar su propia oscuridad, reconociendo que ser humano implica ser dual y que la dualidad ofrece una gran riqueza de aprendizajes.
Cuando alguien se ama a sí mismo considera importante su propia opinión. Valora la de otros sin anteponerla a la suya y toma decisiones en función de su sentir. Los sentimientos de apatía o desgana le indican que se está equivocando de camino. La plenitud, la ilusión y la alegría le muestran el rumbo hacia el que caminar.
El que se ama a sí mismo lo sabe y, por eso, se respeta y atiende sus señales internas, porque sabe que, cuando las desoye, todo se vuelve opaco a su alrededor. Él mismo pierde su centro.
El que se ama a sí mismo respeta también a los demás, porque comprende que cada persona se encuentra inmersa en un proceso evolutivo y que sus actos y decisiones son los que él o ella cree que debe adoptar. No se deja arrastrar por la crítica y el juicio que fluyen en el ambiente, porque sabe que eso afectaría a su vibración, y que con una vibración elevada puede atraer a su vida experiencias mucho más gratas. El que se ama a sí mismo aplica bien la ley de la atracción, activándola a su favor con sus pensamientos, actos y palabras, porque sabe que es así como crea su realidad.
El que se ama a sí mismo sabe que merece todo lo bueno que la vida le ofrece y por eso abre los brazos y el corazón para recibirlo, recordando siempre que la vida le proporciona todo lo que necesita, justo en el instante en que lo necesita, y dejando atrás la preocupación.
El que se ama a sí mismo se considera igual a los demás, apartándose de la creencia de que unos son mejores o peores que otros y reconociendo la luz que todos llevamos en el corazón.
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