Por Matthieu Ricard |
A un renombrado psicoanalista francés se le preguntó acerca de Ingrid Betancourt, la política franco-colombiana que fue secuestrada mientras realizaba su campaña en Colombia: “¿Pueden seis años de detención en condiciones extremas alterar la personalidad de alguien?”. Su respuesta fue: “No. Después de los veinticinco años tu personalidad ya se fija.” De manera personal, fue alrededor de los veinticinco años que realmente comencé a cambiar. Esto fue también el caso en muchos de los meditadores que tomaron parte en las investigaciones: comenzaron a experimentar cambios desde el momento en que se comprometieron seriamente en el proceso del entrenamiento mental a través de la meditación.
¿Hasta que grado podemos entrenar nuestra mente para que trabaje de una manera constructiva, capaz de reemplazar la obsesión con bienestar, agitación por calma, odio por bondad? Hace veinte años, era casi universalmente aceptado por los neurocientíficos, que el cerebro tenía un número determinado de neuronas desde el nacimiento y que este número no cambiaba con las experiencias. Hoy sabemos que nuevas neuronas se producen hasta el momento mismo de la muerte y hablamos de “neuroplasticidad”, un término que toma en cuenta el hecho de que el cerebro evoluciona continuamente en relación con nuestra experiencia y que un entrenamiento en particular, algo como aprender a tocar un instrumento musical o un deporte, puede traer consigo un cambio profundo. La atención plena, el altruismo y otras cualidades humanas básicas pueden ser cultivadas de la misma manera y podemos adquirir la metodología que nos permita realizar esto.
Una de las grandes tragedias de nuestros tiempos es el que subestimamos nuestra capacidad de cambio. Los rasgos de nuestro carácter se perpetúan en tanto no hagamos nada para mejorarlo y continuemos tolerando y reforzando nuestros hábitos y patrones: pensamiento tras pensamiento, día tras día y año tras año.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario