Teofano, un monje cisterciano residente el Monasterio de San Benedicto en Snowmass, Colorado, vió a otro monje trabajando solo en el jardín de vegetales. Se acercó y se puso de cuclillas a su lado y le dijo:
"Hermano, ¿Cuál es tu sueño?".
El lo miro directo a los ojos con su cara radiante y le dijo:
"Me gustaría ser un monje".
"Pero hermano,-replicó Teofano - usted es monje ¿O no?"
"He estado aquí por 25 años, pero aun porto un arma" y saco un revolver de su funda bajo el habito blanco. Se veía tan extraño que un monje portara un arma.
Teofano le preguntó: "¿Y no le permitirán ser un monje hasta que usted renuncie a portar un arma?""
"No, no es eso. La mayoría de los otros monjes no sabe que yo porto un arma, pero yo lo se", contesto el atribulado monje.
"Entonces, ¿por qué no renuncia a su arma y la entrega?" preguntó Teofano
"Creo que es porque ha estado conmigo mucho tiempo. Fui muy herido, y heri mucho a otros. Pienso que no me sentiría confortable sin esta arma", le contesto el monje de la pistola.
"Pero usted se ve muy incómodo teniendola", replico Teofano.
"¿Por que no me da el arma?" le susurró mientras comenzaba a temblar por su posible reacción a tal petición.
El monje, sin embargo, le entregó el arma y lagrimas empezaron a caer a tierra mientras abrazaba a su hermano Teofano.
La mayoría de nosotros portamos un arma -algún medio físico o emocional para protegernos y sentirnos seguros, escondido bajo el ropaje de nuestra posición en el mundo. Es relativamente fácil esconder nuestra arma la mayor parte del tiempo, pero sabemos que está ahí y que es incongruente con la persona que Dios nos ha llamando a ser.
Sabemos también que si nos descuidamos subitamente, el arma que ocultamos podría causar mucho daño. Nos sentimos incomodos de vivir con ella, pero tenemos temor de vivir sin ella. Algunas veces soñamos con ser libres, o de viajar sin necesidad de empacar un arma en nuestra valija.
Apegarnos a nuestro patrones defensivos o de autoprotección es una clara manifestación de nuestra falta de disposición a rendirnos. Pero, hay otro deseo que es mayor que nuestro deseo de sentirnos seguros. Es nuestro deseo de vivir la vida en libertad que Dios nos llama a vivir. A veces Dios nos susurra, "¿Por que no me entregas tu arma?" Sentimos temor a pesar de la libertad que nos promete responder a esta solicitud, cambiando el temor por la esperanza. Y conforme estamos listos a renunciar nuestras lagrimas tocan el suelo y al fin podemos experimentar libertad.
"Hermano, ¿Cuál es tu sueño?".
El lo miro directo a los ojos con su cara radiante y le dijo:
"Me gustaría ser un monje".
"Pero hermano,-replicó Teofano - usted es monje ¿O no?"
"He estado aquí por 25 años, pero aun porto un arma" y saco un revolver de su funda bajo el habito blanco. Se veía tan extraño que un monje portara un arma.
Teofano le preguntó: "¿Y no le permitirán ser un monje hasta que usted renuncie a portar un arma?""
"No, no es eso. La mayoría de los otros monjes no sabe que yo porto un arma, pero yo lo se", contesto el atribulado monje.
"Entonces, ¿por qué no renuncia a su arma y la entrega?" preguntó Teofano
"Creo que es porque ha estado conmigo mucho tiempo. Fui muy herido, y heri mucho a otros. Pienso que no me sentiría confortable sin esta arma", le contesto el monje de la pistola.
"Pero usted se ve muy incómodo teniendola", replico Teofano.
"¿Por que no me da el arma?" le susurró mientras comenzaba a temblar por su posible reacción a tal petición.
El monje, sin embargo, le entregó el arma y lagrimas empezaron a caer a tierra mientras abrazaba a su hermano Teofano.
La mayoría de nosotros portamos un arma -algún medio físico o emocional para protegernos y sentirnos seguros, escondido bajo el ropaje de nuestra posición en el mundo. Es relativamente fácil esconder nuestra arma la mayor parte del tiempo, pero sabemos que está ahí y que es incongruente con la persona que Dios nos ha llamando a ser.
Sabemos también que si nos descuidamos subitamente, el arma que ocultamos podría causar mucho daño. Nos sentimos incomodos de vivir con ella, pero tenemos temor de vivir sin ella. Algunas veces soñamos con ser libres, o de viajar sin necesidad de empacar un arma en nuestra valija.
Apegarnos a nuestro patrones defensivos o de autoprotección es una clara manifestación de nuestra falta de disposición a rendirnos. Pero, hay otro deseo que es mayor que nuestro deseo de sentirnos seguros. Es nuestro deseo de vivir la vida en libertad que Dios nos llama a vivir. A veces Dios nos susurra, "¿Por que no me entregas tu arma?" Sentimos temor a pesar de la libertad que nos promete responder a esta solicitud, cambiando el temor por la esperanza. Y conforme estamos listos a renunciar nuestras lagrimas tocan el suelo y al fin podemos experimentar libertad.
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