Por Matthieu Ricard
Ser libre es ser amo de uno mismo. Para mucha gente, tal maestría implica libertad de acción, movimiento y opinión, la oportunidad de alcanzar las metas que se han trazado para si mismos. Esta convicción ubica a la libertad afuera de uno mismo y pasa por alto la tiranía de los pensamientos. En efecto, frecuentemente en occidente, la libertad significa poder hacer cualquier cosa que nos plazca y cumplir hasta el más pequeño de nuestros caprichos. Es una idea extraña ya que, al hacer esto, nos convertimos en el juguete de aquellos pensamientos que perturban a nuestra mente, como el pasto que es mecido por el viento de la montaña.
“Para mi, la felicidad podría ser cualquier cosa que yo quisiera sin que nadie opinara al respecto,” expresó una joven inglesa entrevistada por la BBC. ¿Puede la libertad anárquica, la cual tiene como única meta el cumplimiento inmediato de los deseos, traer la felicidad? Hay muchas razones para poner esto en duda. La espontaneidad es una cualidad preciosa siempre y cuando no se confunda con caos mental. Si permitimos que la jauría de deseos, celos, arrogancia y resentimiento corran sin control en nuestra mente, muy pronto se apoderarán de ella. En cambio, la libertad interior es un espacio vasto, claro y sereno que disipa todo sufrimiento y nutre la paz.
La libertad interior está más allá de la dictadura del “yo” y el “mío”, del ego que se enfrenta contra todo aquello que le disgusta y busca desesperadamente apropiarse de todo lo que desea. Aprender a distinguir lo que es esencial, dejándonos de preocupar por todo lo incidental, nos produce un gozo tan profundo, que las fantasías del yo no tienen poder sobre él. “Aquel que experimenta un gozo así, tiene un tesoro en la palma de la mano” dice el proverbio Tibetano.
Así que, ser libre se resume en romper las ataduras de las aflicciones que dominan y nublan la mente. Significa el tomar las riendas de nuestra vida en lugar de abandonarla a las tendencias forjadas por los hábitos y la confusión mental. Si un marinero pierde el control del timón y deja que las velas se agiten con el viento permitiendo que las corrientes se lleven el bote a la deriva, esto no es “libertad” sino “flotar sin rumbo”. La libertad en este caso, sería tomar el timón y navegar hacia el destino elegido.
"Nuestra libertad interior no conoce otros límites que aquellos que le imponemos o que permitimos que se le impongan. Y esa libertad también posee gran poder. Puede transformar a un individuo, permitirle que nutra sus capacidades y que viva cada momento de su vida con total plenitud. Los individuos cambian cuando su consciencia alcanza la madurez, el mundo también cambia, porque el mundo está hecho por individuos.”
Luca et Francesco Cavalli-Sforza
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