Golpeó fuertemente la puerta y empezó a gritar una y otra vez, pero nadie lo escuchaba. La mayoría de los trabajadores se habían ido a sus casas, y era casi imposible escucharlo por el grosor que tenía esa puerta.
Llevaba cuatro horas en el refrigerador y se sentía ya al borde de la muerte, sin esperanzas de salvación.
De repente y para su inmensa alegría, se abrió la puerta. El guardia de seguridad entró y lo rescató.
Después de esto, le preguntaron al guardia por qué se le ocurrió abrir esa puerta si no era parte de su rutina de trabajo.
Él explicó: llevo trabajando en esta empresa casi 25 años; cientos de trabajadores entran a la planta cada día, pero él es el único que me saluda en la mañana y se despide de mí en las tardes. El resto de los trabajadores me tratan como si yo fuera invisible.
Hoy, como cada día, me dijo "hola" a la entrada, pero nunca escuché - "hasta mañana". Yo espero ese hola, buenos días, y ese chao o hasta mañana, cada jornada. Sabiendo que todavía no se había despedido de mí, pensé que debía estar en algún lugar del edificio y que algo debió pasarle, por lo que lo busqué y gracias a Dios lo encontré”.
“El valor del saludo, por el reconocimiento del otro como persona..."
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