Un día, mientras conducía su automóvil por una importante avenida de Bogotá, se detuvo en un semáforo en rojo.
De repente se le acercó a la ventana un hombre humilde, que en uno de sus brazos llevaba una herida mal cicatrizada, y le dijo:
- Por favor, caballero, una limosna, que no tengo trabajo, y además necesito ayuda para mandarme a curar este brazo.
Jaime, compungido, le contestó al señor:
- No se preocupe, yo le puedo ayudar. Yo conozco médicos en el mejor hospital de la ciudad y sin cobrarle le ayudarán a curarse ese brazo. Venga, súbase y lo llevo en seguida para que lo atiendan.
El señor se quedó mirando a Jaime desconcertado, se rascó la cabeza con la otra mano y le respondió:
- Muchas gracias por su oferta, pero no me vaya a dañar mi negocito.
Algunas veces es más fácil sacarle provecho a nuestros problemas que decidir resolverlos definitivamente. Por ejemplo, nos quejamos una y otra vez de ellos, buscamos la atención y la compasión de los demás. Hasta los usamos como excusa para encargarles nuestras responsabilidades a otros; pero, a la postre, no tomamos las decisiones necesarias para solucionarlos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario