Un día el maestro les pidió que prepararan la comida del mediodía. Debían mover el grano en una cacerola de hierro. Los dos estudiantes se sentían muy felicies de servirlo en la forma que fuera, ya que sabían que una vez que el maestro estuviera complacido con ellos les daría la enseñanza, les mostraría cómo convertir el metal básico en oro. Así que gustosos, tomaron el palo especial para menear y movieron la cazuela. Después de un rato, notaron que algo extraordinario le ocurría a la cacerola de hierro. ¡Se estaba convirtiendo en oro!
Los ojos se les agrandaron y brillaron, y el corazón les latía fuerte. "¡Por fin! ¡Aquí está la sabiduría!" pensaron. "Hemos servdo al maestro durante años. Ha tardado mucho en impartirnos la enseñanza. ¡Este es el momento!". Rápidamente tomaron unas toallas para agarrar la cacerola de oro. Dejaron caer en el fuego el palo con el que removían y también echaron el grano al fuego. Miraron alrededor, pero el maestro alquimista no se veía por ningún lado. Arrojando un chal sobre la cacerola de oro, se dirigieron a la puerta abierta y se fueron corriendo muy lejos.
El maestro alquimista regresó a la cocina. Los estudiantes se habían ido, y el fuego seguia ardiendo fuerte y quemaba el grano. Entonces vio que el palo -la vara de alquimista que transforma el metal básico en oro- estaba sobre el fuego. Supo exactamente lo que había pasado. Recogió el palo, lo acarició y dijo: "Aah, tú te quedas con el maestro".
De igual manera, en nombre de ejercer la libertad, de experimentar la libertad, el individuo a menudo se ciega a lo que le da valor a su vida, se ciega a las virtudes que tiene ocultas dentro de sí mismo -virtudes que el mundo entero merece y necesita.
Swami Chidvilsananda
(Entusiasmo)
Photo by Edith |
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