Seamos siempre fieles en las cosas pequeñas,
porque en ellas está nuestra fuerza.
Para Dios nada es pequeño, todas las cosas son infinitas.
Practica la fidelidad en las cosas más insignificantes,
no por ellas mismas sino por la grandeza que es la voluntad de Dios,
que yo respeto muchísimo.
No busquéis hacer obras espectaculares.
Deliberadamente hemos de renunciar a todo deseo
de ver el fruto de nuestro trabajo.
Hacedlo todo lo mejor que podáis y dejad el resto en manos de Dios.
Lo que importa es el regalo de nuestro Yo,
el grado de amor que ponemos en cada uno de nuestros actos.
No os dejéis desanimar por ningún fracaso
mientras lo hayáis hecho lo mejor posible.
Tampoco os gloriéis de vuestros éxitos y atribuidlo todo a Dios
con profunda gratitud.
Si os sentís desanimados, eso es señal de orgullo
porque demuestra que habéis puesto la confianza en vuestro poder.
Jamás os preocupéis de las opiniones de los demás.
Sed humildes y no seréis molestados.
El señor me ha querido aquí y aquí estoy.
Él dará la solución.
Cuando atendemos a los enfermos y desamparados
lo que tocamos es el cuerpo sufriente de Cristo,
y ese contacto nos hace heroicos;
nos hace olvidar la repugnancia y nuestras tendencias naturales.
Necesitamos los ojos de la fe profunda para ver a Cristo
en el cuerpo desgarrado y las ropas sucias bajo las cuales
se esconde el más hermoso entre los hijos de los hombres.
Necesitamos las manos de Cristo
para tocar esos cuerpos heridos por el dolor y el sufrimiento.
El amor intenso no mide, solo da.
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