Cuando yo tenía 20 años, fui contratado como investigador en el laboratorio de genética celular de François Jacob, que acababa de ser galardonado con el Premio Nobel de Medicina. Allí trabajé durante seis años en pos de mi doctorado. Mi vida, definitivamente, no era nada aburrida, pero le hacia falta algo esencial.
Todo cambió en Darjeeling en el norte de la India en 1967, cuando conocí a unos seres humanos extraordinarios que, para mí, ejemplificaban lo que una vida humana plena podía ser. Estos maestros tibetanos, quienes acababan de huir de la invasión comunista del Tíbet, irradiaban bondad interior, serenidad y compasión. Al regresar de este primer viaje, me di cuenta que había encontrado una realidad que podría inspirar toda mi vida dándole dirección y sentido. En 1972, decidí irme a vivir a Darjeeling, a la sombra de la cordillera del Himalaya, para estudiar con los grandes maestros tibetanos Kangyur Rinpoche y Dilgo Khyentse Rinpoche.
En la India y luego en Bután, viví una vida hermosa y simple. Llegué a entender que, si bien algunas personas pueden ser naturalmente más felices que otras, la felicidad sigue siendo vulnerable e incompleta; que el logro de la felicidad duradera, como una forma de ser, requiere de un esfuerzo sostenido para el entrenamiento de la mente y para el desarrollo de cualidades como la paz interior, la atención plena y el amor altruista.
Entonces, un día en 1979, poco después que nuestro monasterio en Nepal había sido equipado con una línea de teléfono, alguien me llamó desde Francia para preguntar si me gustaría participar en un diálogo con mi padre, el filósofo Jean-François Revel. Yo dije ‘por supuesto’, pensando que nunca volvería a escuchar de esta persona de nuevo ya que no creía que mi padre, un célebre agnóstico, fuera a querer tener un diálogo con un monje budista, aunque fuera su hijo. Pero para mi sorpresa aceptó de buen grado, y pasamos 10 maravillosos días en Nepal, discutiendo muchos temas acerca del significado de la vida. Ese fue el final de mi vida tranquila y anónima y el comienzo de una forma diferente de interactuar con el mundo. El libro que resultó de este encuentro, ‘El Monje y el Filósofo’, se convirtió en un best-seller en Francia y fue traducido a 21 idiomas.
Me di cuenta de que mucho más dinero, del que yo nunca hubiera imaginado, se dirigía hacia mi. Como no podía imaginarme adquiriendo una finca en Francia ni en cualquier otro lugar, me pareció la cosa más natural del mundo donar todo el ingreso, así como los derechos de éste y de todos los libros que vinieran luego, para ayudar a los demás. La fundación que creé para tal fin, ahora se llama Karuna-Shechen, la cual implementa y mantiene proyectos humanitarios y educativos por todo Asia.
Desde entonces, los proyectos humanitarios se han convertido en el punto central de mi vida y con la ayuda de algunos dedicados amigos voluntarios así como generosos benefactores y bajo la inspiración del abad de mi monasterio, Rabjam Rinpoche, hemos construído clínicas y escuelas en el Tíbet, Nepal y la India; donde tratamos a unos 100,000 pacientes al año y proporcionamos educación a cerca de 10,000 niños. Hemos logrado hacer esto con apenas un 4% de nuestro presupuesto dedicado a gastos de operación generales.
Matthieu Ricard
Butan by Matthieu Ricard |
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