Usualmente el deseo comienza con una imagen. Si la imagen es tentadora y promete placer, provoca una reacción en cadena. Surge una sed para atraer u obtener el objeto visto en la imagen mental. Desde ese momento, comenzamos a sobre imponer en la realidad y percibimos solo las cualidades deseables del objeto. Las experiencias placenteras comunmente desencadenan más deseos ya que uno quiere recuperar la sensación de placer. Esto establece gradualmente un patrón de deseo. En momento dado, el placer puede disminuir y sin embargo el deseo persiste. Cuando uno construye un fuerte deseo de algo que ya no es disfrutable, uno está realmente atrapado. No podemos estar a la espera de una solución mágica que nos ayudará a deshacernos repentinamente de nuestros deseos, sobre todo porque se han ido construyendo a través del tiempo. Pero un entrenamiento mental perseverante puede gradualmente erosionar estas poderosas tendecias.
Una manera de hacer esto es el de dejar de identificarnos con nuestros deseos. Usualmente nos indentificamos con nuestras emociones completamente. Cuando estamos abrumados por el deseo, nos hacemos uno con el sentimiento. Está omnipresente en nuestra mente. La mente, sin embargo, siempre es capaz de examinar lo que está pasando en ella. Todo lo que necesitamos es el observar nuestras emociones de la misma manera como observaríamos un evento que está sucediendo en el exterior, frente a nosotros. La parte de nuestra mente que esta atentamente consciente del deseo está simplemente consciente, no es el deseo. Podemos dar un paso atrás, darnos cuenta que este deseo no tiene solidez y permitir el suficiente espacio para que se disuelva por sí misma. Deja que tu mente se relaje en la paz de la consciencia atenta, libre de esperanza y miedo y aprecia la frescura del momento presente que actúa como un bálsamo para el deseo ardiente.
Matthieu Ricard
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